Mundial de Clubes
Lo que no se ve del Mundial: perros antibombas, cervezas a 20 dólares, agua a 8, parking a 60, atascos XXL y salvajes aires acondicionados
Terminada la fase de grupos, y tras dos semanas de torneo, Estados Unidos organiza un torneo de precios desorbitados, una logística mejorable, un transporte público invisible, un interés relativo, un 'merchandising' inexistente y máxima seguridad en los estadios
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Iniciar sesiónEstados Unidos es el cuarto país más grande del planeta, solo superado por Rusia, Canadá y China. Más de nueve millones y medio de kilómetros cuadrados de extensión que, entre otras cosas, hacen que moverse desde Los Ángeles (costa oeste) hacia Miami (costa este), ... dos de las sedes del torneo, cueste casi seis horas de avión y un cambio de huso horario de +3 horas. Pueden parecer dos datos sin importancia, pero no es así. Aquí todo lleva tiempo, dinero, paciencia y hasta salud. Y el Mundial de Clubes no iba a ser una excepción.
La base de todo es entender que el deporte en Estados Unidos se consume y se vive de un modo muy distinto a como se hace en el resto del mundo, sobre todo en Europa y Sudamérica. El concepto aquí es el que es. El 99% de los norteamericanos que van a un partido de la NFL, la NBA, la NHL o de béisbol va para pasárselo bien. No importa si gana o pierde su equipo, lo que cuenta es divertirse, pasar un buen rato, comer y beber, y llegar a casa con una sonrisa. Por eso los descansos están durando más veinte minutos que quince, con su correspondiente 'Dance cam' y 'Kiss cam', y los inicios de los partidos se retrasan siempre cuatro-cinco minutos por esa presentación de los jugadores 'made in América', que casa muy poco con el fútbol. Pero es así como concibe esta sociedad el deporte, y el 'soccer', como llaman ellos al fútbol, y nadie les va a cambiar ahora esa cultura: «En su cabeza no está si hemos ganado o no hemos ganado. Es si lo hemos pasado bien o no lo hemos pasado bien», confiesa gente de la FIFA a este periódico.
De ahí que durante los partidos de este Mundial de Clubes, donde la asistencia ha sido un 'sold out', se vean asientos vacíos durante todo el encuentro. Es algo habitual ese constante hormigueo de hinchas entrando y saliendo por los vomitorios, y moviéndose en las gradas, en busca de ese hot-dog, esa hamburguesa o esos 'chicken tenders', con su correspondiente cerveza, que les amenice el show. Para muchos, es más importante tener el estómago lleno y estar bien hidratado que ver si Vinicius, Messi o Kane hacen el gol del torneo. Y, además, pagan lo que haga falta. En los estadios, una cerveza, entre su precio base, los tax y la propina se puede ir a los 20 dólares. El agua a 8 y los refrescos a 12. Precios acordes a lo sumamente caro que es el día a día en este país.
Además, el aficionado estadounidense es bastante más de deportistas que de clubes. Aquí se admiran y se siguen a las estrellas del deporte, y no tanto a los equipos. Evidentemente, gusta ver ganar al club de tu ciudad o del que eres aficionado, pero es una percepción muy alejada de la que tenemos en España y en Europa, donde solo interesa la victoria o la derrota de nuestros equipos, no los números individuales ni las actuaciones de alguno de sus integrantes. Por eso, el color y el ambiente del torneo lo están poniendo las hinchadas de los equipos de Centroamérica y Suramérica. Aquí el concepto de animar no existe. Ni se le espera.
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Como tampoco hay esperanza ninguna con el transporte público. Imposible llegar a un estadio, que suelen estar en zonas bastante retiradas de la ciudad, si no es en taxi, uber o vehículo privado. En ambos formatos, como en todo, el dinero por delante. Por ejemplo, en el Lincoln Financial Field de Filadelfia, reservar una plaza de parking para un partido no baja de 60 dólares. En el Hard Rock Stadium de Miami, de 45, y no se crean que con esa tarifa dejas el coche en la puerta del estadio. En muchos de los casos, luego toca andar bastantes minutos bajo el infierno que es este país en verano, con temperaturas superiores a cuarenta grados y humedades del 70%.
Esa obligación de solo poder llegar en coche a los campos provoca atascos, antes y después del partido, que obligan a activar el modo zen para no caer en la desesperación. Si no se llega al estadio con un par de horas de antelación, lo normal es que te pases un rato largo parado en los accesos hasta dar con tu plaza de aparcamiento. Rutina que se va a repetir a la salida. Y no hay plan B. Ni C. Son lentejas.
Salvaje contraste del aire
Los controles para entrar a los estadios también son de aúpa. Cacheos, mochilas bien revisadas, perros antibombas y antiarmas, policías por todos lados, uniformados y de incógnito, y una sensación de permanente vigilancia que pone en alerta a los aficionados. Una seguridad implacable, como la que hay en cada aeropuerto de este país. Aquí no se hacen prisioneros. Y menos, con Donald Trump al mando.
El tema del aire acondicionado es otro de los símbolos del torneo. El salvaje contraste entre el clima al aire libre y la climatización de las zonas interiores es gasolina para caer enfermo sin pestañear. Aquí es una imprudencia no llevar una prenda de manga larga en la mochila para evitar que el radical cambio de los 45 grados a los 20 no te lleve por delante unos cuantos días. Una variación a la que ya está acostumbrada la población local, pero no así sus visitantes, a los que muchos pillan de sorpresa, con sus pertinentes consecuencias.
En cuanto al merchandising, y a diferencia de Eurocopas o Mundiales, el torneo apenas ha fomentado productos asociados al mismo. Es extraño, pero igual que el año pasado en Alemania, por no ir más lejos, en cada estadio y en las propias ciudades sedes, había tiendas itinerantes con todo tipo de productos con el logo y el emblema de la Euro, aquí es inexistente: «No hemos tenido mucho tiempo para organizar la competición», confiesan desde la organización, sabedores de que hay asuntos bastante mejorables.
Como muchos de los que atañen a los medios de comunicación. Aquí los partidos se trabajan en zonas acristaladas cerradas, propio de la 'fría' y analítica cobertura que se hace en este país del deporte. El periodista no tiene espacio habilitado en la grada en sí, con lo que ello conlleva en pérdida de ambiente y sonido. Además, las zonas mixtas son un absoluto caos. Parecen más una merienda de cumpleaños infantil, donde no hay turno de pregunta y el que más grita es el que se lleva 'la medalla', que un espacio de trabajo adecuado donde poder recoger reflexiones sobre el partido.
Los 'shuttle' de los hoteles oficiales de la prensa son otro asunto con margen de mejora. Horarios que no se cumplen y escasez de autobuses, lo que trastoca el 'timing' de trabajo, ya de por sí complejo con el cambio horario entre Europa y Estados Unidos. Así transcurre este primer super- Mundial de Clubes, prueba piloto del de selecciones del próximo año. Hay trabajo por delante.
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