Animales
Caperucita, una historia de supervivencia en la España vacía
La ternera plantó cara e hizo huir al lobo que la atacó, pero su gesta comenzó mucho antes
Juan Delibes de Castro
Madrid
Las modernas cámaras trampa, que se disparan con el movimiento de los animales y son ampliamente utilizadas por naturalistas y cazadores, proporcionan un conocimiento de la vida salvaje mucho más amplio y profundo del que se tenía hasta ahora. Cualquiera puede disfrutar de ... ellas, desde el zoólogo que controla el tipo de presas que una rapaz lleva a su nido, y la frecuencia con que lo hace, pasando por el cazador que conoce mejor el número de animales que pueblan su coto, y su proporción de sexos y edades, hasta el naturalista aficionado que puede conocer la vida salvaje nocturna y diurna de sus enclaves preferidos. Pero las fotos que me encontré aquella mañana de la pasada primavera en la cámara que tenía en las afueras de mi pueblo de la Cabrera leonesa no me parecieron normales. En una de ellas se veía a un lobo pegado al suelo en actitud amenazadora, con el morro a centímetros de una pequeña ternera que lo miraba con asombro. En la imagen siguiente, medio minuto después, se ve al lobo en retirada y la ternera dando un paso al frente. En otras fotos previas, de pocos minutos antes, se observa que la ternera estaba acompañada de vacas adultas, lo que sin duda evitó lo que parecía un ataque seguro.
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Félix Sánchez Montes
Fotografiar una escena de estas características es, sin duda, fruto de la casualidad y una buena dosis de fortuna, pero la sorpresa fue aún mayor cuando di a conocer la imagen a mis amigos Begoña y Félix, ganaderos de la zona, y me contaron la increíble historia de la ternera. Se había quedado huérfana poco después de nacer y, conscientes de la extrema dificultad de sacar adelante a un recién nacido en esas circunstancias, dieron por hecho que no tenía ninguna opción de sobrevivir. Se mostraban asombrados de que la ternera pudiese estar viva aún, casi dos meses después de su nacimiento, y sabiendo que no había sido capaz de encontrar una madre en adopción. Begoña, que conoce por la cara al primer golpe de vista a sus 125 vacas y ha bautizado a todas y cada una de ellas con nombres que reflejan características de su aspecto o de su personalidad, la llamó Caperucita.
Su ganado pasta de manera extensiva por una superficie sumamente agreste y accidentada de más de tres mil hectáreas, de manera que en ocasiones transcurren semanas sin que los propietarios sepan la ubicación exacta de las vacas. Durante las jornadas siguientes pregunté reiteradamente por Caperucita, pero no daba señales de vida por ninguna parte. Todo hacía presagiar que ya se había convertido en víctima del cruel azar al que parecía predestinada.
Sin embargo, pocos días antes del verano recibo la noticia de que han visto a Caperucita. Unas semanas después, Félix consigue capturarla, la introduce en un cercado y me envía vídeos de una ternerita preciosa tomando un enorme biberón. Acudí ilusionado unos días después, imaginando la escena bucólica de ella feliz, acudiendo al trote a recibir a sus dueños cuando la iban a alimentar. Pero nada de eso. Caperucita es una ternera raquítica, que se ha quedado en la tercera parte del peso que posee cualquier otro ejemplar de su generación. Además, ha debido de sufrir tanto en su corta existencia, no solo por el acoso del lobo sino por la actitud agresiva de las vacas de las que intentaba mamar y la rechazaban sistemáticamente, que se muestra aterrada y para conseguir darle el biberón es necesario que participen varias personas en un notable esfuerzo de captura, día tras día.
Caperucita es una enferma física y mental, pero también es un ejemplo de resiliencia y de querer vivir. Félix y Begoña estaban de acuerdo en que se había convertido en un símbolo, y entre todos decidimos que tenía que sobrevivir, debíamos ayudarla. Aporté un saco de pienso para terneros y otro de leche en polvo, apoyo ridículo si se tiene en cuenta el denodado esfuerzo diario que tienen que hacer sus dueños para darle de comer.
A pesar de superar el medio año de edad, Caperucita es aún muy débil, come poco y probablemente no supere el otoño e invierno en una sierra tan dura si se la deja en libertad. Ser ganadero en la Cabrera leonesa es una tarea solo apta para valientes, como Begoña y Félix. El medio, cada vez más forestal, no propicia que abunden los pastizales y ya no se pueden llevar a cabo pequeñas quemas controladas para el ganado, como antaño. Las vacas necesitan alimento, requieren en ocasiones de aportes suplementarios y con frecuencia se desplazan a distancias considerables buscando pastos, lo que favorece los accidentes y hace mucho más difícil todas las labores de manejo y saneamiento. Los terneros de la Cabrera poseen una calidad gastronómica excepcional, pero muchos tratantes rehúyen comprarlos u ofrecen precios irrisorios, aunque solo sea por evitar un desplazamiento largo y por carreteras en mal estado.
Los lobos en la Cabrera Baja no son excesivamente abundantes y los problemas que causan a la ganadería hasta ahora no han sido demasiado graves. Begoña y Félix los han sufrido en sus carnes y jamás han podido acceder a la subvención por daños, ya que cumplir los requisitos que se exigen es prácticamente imposible en un medio tan agreste. Cuando no aparece el cadáver del ternero, se ha perdido el crotal identificativo o se percatan de la baja demasiados días después.
Para el lobo protagonista de este artículo, la vida tampoco debe de ser fácil. Aparece con cierta frecuencia en dos cámaras trampa, siempre en solitario, y da la impresión de que puede padecer problemas de salud. Parece tener un cuerpo pequeño, cabeza desproporcionada, y en algunas fotos se le ve sin pelo en el rabo y con una dermatitis en un costado, posibles síntomas de sarna.
Hace pocos días cacé un jabalí con arco al anochecer en la misma zona de la fotografía. Lo cobré a la mañana siguiente y comprobé con sorpresa que había sido comido parcialmente por un lobo. Faltaba toda la carne de un brazo y gran parte de un costillar. Solo un lobo puede cercenar de ese modo las costillas de un jabalí. Aproveché el resto de la carne, que estaba en buen estado, y me alegré de compartir un jabalí con el lobo que acosaba a Caperucita, posiblemente con carencias físicas similares a las de la propia ternera.
MÁS INFORMACIÓN
La vida en la Cabrera es dura para personas, ganado y diría que hasta para animales silvestres. No es descabellado afirmar que esta región es un ejemplo extremo de la España marginal y vacía. Las posibilidades de revitalizar la zona residen en explotar turísticamente su naturaleza privilegiada, así como su rico patrimonio cultural, marcado por doquier por la huella romana en su legendaria búsqueda del oro. Sin embargo, el futuro no se presenta halagüeño y en la actualidad hay proyectados un sinnúmero de parques eólicos, que no solo no aportarán puestos de trabajo, sino que degradarán irreversiblemente el patrimonio natural y cultural. No conozco a ningún vecino de la Cabrera que acepte de buen grado la llegada de los macroproyectos energéticos, y lo cierto es que la gran mayoría preferiría apostar por más Caperucitas, lobos y ganaderos que pudiesen coexistir en condiciones más dignas.
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