Turismo entre tumbas: cuando los cementerios son los nuevos museos
El llamado necroturismo cotiza al alza en toda Europa impulsado por la «trilogía de grandeza»: gran paisaje, grandes muertos y grandes monumentos
Highgate, en Londres, y Pére Lachaise, en París, son dos de los camposantos más visitados. En España, se organizan rutas y visitas en los de La Almudena y Poblenou, entre otros, y actividades culturales a pie de tumba en el Cementerio Inglés de Málaga
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Barcelona
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Iniciar sesiónUn día cualquiera en el norte de Londres. El metro escupe a un grupo de turistas en la parada de Archway y, un pequeño paseo y diez libras después, empieza el ritual. Plano en mano, todos a seguir los puntitos marcados en el mapa. Como ... si fuera un museo. Sólo que no lo es. O tal vez sí. Al este, las 'celebrities'. Karl Marx, Malcolm McLaren, Douglas Adams, Alan Sillitoe, Bert Jansch. También George Michael, aunque su nombre no aparece por ningún lado por expreso deseo de su familia. Al oeste, el Valhalla victoriano: las catabumbas, la Avenida Egipcia y el vampiro de Highgate. Sí, el vampiro: en los años sesenta, un caso de tumbas profanadas y supuestas apariciones vampíricas sembró el pánico y convirtió el camposanto londinense en epicentro de un delirio paranormal.
Más de medio siglo después de todo aquello, el de Highgate es, además del cementerio más caro de Gran Bretaña, el más visitado del país. Cerca de 100.000 personas pagan cada año por recorrer sus senderos flanqueados por lápidas ladeadas y monumentos funerarios recubiertos de hiedra. «En los cementerios históricos más famosos, el visitante experimenta la trilogía de la grandeza: gran paisaje, grandes muertos, grandes monumentos», defienden desde la Asociación Europea de Cementerios Singulares en un intento por explicar el atractivo turístico de caminar entre tumbas y visitar necrópolis. «El cementerio es el único lugar donde realmente puedes disfrutar cada aspecto de la unión de la naturaleza, el hombre y el arte», añade la entidad. Según esta asociación, hasta el 20 por ciento de los itinerarios turísticos actuales incluyen algún camposanto.
«Un cementerio es un lugar dedicado a la muerte, pero en realidad está lleno de vida», recalca Benoît Gallot, director del cementerio parisino de Père Lachaise, en su libro 'La vie secrète d'un cimetière'. Gallot sabe bien de lo que habla: el suyo, con 3,5 millones de visitantes al año, es el camposanto más popular del mundo. El más visitado, venerado y fotografiado. El no va más del necroturismo. «Uno de los lugares ineludibles de París», como celebran las guías de la ciudad.
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A María Callas le dejan mensajes garabateados con bolígrafo y rotulador. A Jim Morrison, cigarrillos y latas de cerveza vacías. Y a Oscar Wilde le estampaban besos con pintalabios hasta que se decidió proteger su lápida con un muro de cristal. Porque, como escribió el autor irlandés, «un beso puede arruinar una vida humana», pero si además hay restos de carmín, lo que puede irse al traste es la mampostería de una tumba con reclamo literario. O tal vez no, porque ahí siguen, en el vecino cementerio de Montparnasse, no muy lejos de Julio Cortázar y Serge Gainsbourg, los corazones rojos dibujados con barra de labios que cubren la lápida de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. «Los cementerios son como bibliotecas de los muertos, indicios de vidas desaparecidas tiempo atrás», reflexiona el historiador Sheldon K. Goodman, fundador del Club de los Cementerios.
Recuerdos del más allá
Mientras tanto, en Highgate, muchos buscan las huellas del vampiro; otros aprovechan para deslizar pequeñas ofrendas (un lapicero, cualquier cosa con el número 42) junto a la lápida de Douglas Adams, autor de 'Guía del autoestopista galáctico'; e incluso hay quien intenta descubrir dónde diablos viven esas arañas prehistóricas que, dicen, se instalaron hace siglo y medio en la Avenida Egipcia. Donde coinciden casi todos es en la pequeña tienda de recuerdos que flanquea la entrada y viene a completar los ingresos del cementerio. ¿El objeto más vendido? Fácil: un molde para galletas con el perfil de Karl Marx. Chúpate esa, Engels.
Esto último lo explica el escritor escocés Peter Ross en 'Una tumba con vistas' (Capitán Swing), ensayo reciente que hurga y escarba en «las historias y glorias» de los cementerios para tratar de desentrañar la fascinación que despiertan y las razones por las que se han convertido en reclamo turístico de visita casi obligada. «Los muertos y los vivos somos parientes cercanos. Pensamos en ellos, los visitamos y, algún día, nos reuniremos con ellos», escribe el autor mientras viaja de Belfast a Stirling y de sepulturas bélicas a criptas repletas de huesos. «El turismo de cementerios está al alza -constata Ross-. Hay visitas guiadas por algunos de los cementerios más famosos del país, pero a los talófilos nos gusta buscar los menos conocidos. Siempre que recalo en un lugar donde no he estado antes y tengo un rato libro, pregunto por el cementerio más antiguo de la ciudad. Encontrar una piedra sepulcral interesante me suscita una profunda alegría».
En España, donde desde 2015 se celebra un concurso para escoger los mejores cementerios del país, la Ruta Europea de Cementerios incluye una veintena de camposantos monumentales; panteones al aire libre en los que se organizan visitas guiadas, se celebra el más allá y, en fin, se reivindica el patrimonio artístico por encima de cualquier aprehensión.
El de la Almudena, el más grande de España, estrenó en 2018 las rutas guiadas y el éxito fue abrumador. Y el de Poblenou, en Barcelona, recibe cada año miles de personas que buscan no una tumba, sino una escultura: la del escalofriante beso de la muerte cuya autoría se disputan Jaume Barba y su discípulo Joan Fontbernat. En Málaga han ido un poco más lejos y en verano iluminan el Cementerio Inglés y alternan las rutas nocturnas por la necrópolis protestante con la música en directo a pie de tumba. «No hay mejor tributo para los que no están que llenar este espacio de vida», defienden.
«Máquinas de contar»
A Génova viajan los turistas para ver «las tumba de Joy Division», famosas por aparecer en las portadas del disco 'Closer' y el single 'Love Will Tear Us Appart', y a la ciudad italiana fue Mariana Enríquez para encontrarse con el Ángel de Monteverde, superestrella del Cementerio Monumental de Staglieno y primera parada de 'Alguien camina sobre tu tumba', recopilación de los viajes a cementerios de la escritora argentina. «Para un escritor y para alguien con un cierto interés por temas pop y macabros son espacios ideales», aseguró la escritora al poco de publicar el libro en España. Los cementerios, defiende la autora, son «máquinas de contar historias», e historias son precisamente lo que buscan quienes recorren el mundo de lápida en lápida.
En Edimburgo, en el céntrico cementerio de Greyfriars, un par de adolescentes miran distraídos el relieve de un esqueleto bailarín y sólo parecen mostrar interés cuando el guía desliza las palabras 'poltergeist' y 'sangriento'. El fantasma en cuestión es, con permiso del perro Bobby y ese Thomas Ridley Esquire a quien J. K. Rowling le birló el nombre para bautizar al malvado Lord Voldemort, el inquilino más famoso del lugar: sir George Mackenzie, antiguo fiscal general del Estado para Escocia conocido por, entre otras cosas, sus violentas persecuciones religiosas. Mackenzie el Sangriento. Un angelito, vamos. «Su mausoleo tiene fama ser el lugar más embrujado de Edimburgo -cuenta Ross-; multitud de personas afirman haber sufrido experiencias desagradables junto a él».
Autorretrato del mal
Forzando la máquina y tirando del hilo del necroturismo, está el llamado tanatoturismo o turismo negro: viajar por las cicatrices más profundas del mundo y volver a casa con un puñado de fotografías muchas veces inoportunas. Los 'selfies' en Auschwitz son el penúltimo ejemplo, pero no el único. Ahí están, alimentando la cámara de los horrores del siglo XXI, las rutas dedicadas a los crímenes de la familia Manson y a las huellas del genocidio en Ruanda; las excursiones a Chernobyl o las fatídicas inmersiones en busca de los restos del Titanic. «Tenemos una fascinación por nuestra habilidad de hacer mal al prójimo y por los hechos trágicos de la historia», aseguran desde el Centro Moffat, especializado en el turismo.
«Cuando dejes atrás el portón de hierro del cementerio, recordarás los imponentes ángeles de mármol, las gastadas cruces de madera, las losas de granito en la hierba -anuncia con solemnidad la Asociación Europea de Cementerios Singulares-. 'Así que de eso se trata todo', te dirás»». Y si no, tampoco pasa nada: una foto más y a otra cosa. Porque, en realidad, todo es mucho más prosaico: con cada vez menos espacio y las incineraciones ganando terreno, los cementerios han de tirar de imaginación para garantizar su, valga la redundancia, supervivencia.
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