Jane Birkin: secretos y confesiones de la musa de Serge Gainsbourg
La actriz y cantante, fallecida este domingo, acababa de publicar en España los diarios que escribió entre 1957 y 1982
Muere la actriz y cantante Jane Birkin a los 76 años

Munkey, el mono de peluche con el que Jane Birkin, fallecida este domingo en París a los 76 años, posa en la portada de 'Historie de Melody Nelson', lleva más de tres décadas bajo tierra, enterrado junto al Gran Faraón del pop francés, ... pero durante años fue su confidente más fiel y atento. Vistas las compañías, tampoco era muy difícil. Se lo regaló su tío tras ganarlo en una tómbola y, desde entonces, se volvieron compañeros inseparables. Uña y poliéster. «Ha dormido siempre conmigo, ha compartido la melancolía del internado, las camas de hospital, mi vida con John, Serge y Jacques, ha sido testigo de todas mis alegrías y de todas mis penas», evoca Birkin en sus diarios, recién publicados en España.
Como muestra, un botón. «Querido Munkey: esta mañana he entrado en pánico», escribe el 30 de abril de 1957. Tiene once años y su mayor preocupación es que a su hermano Andrew, que tiene que regresar al internado, nadie le ha preparado el baúl. «He dicho adiós con la mano a Andrew y he entrado en casa», detalla en la primera anotación de unos diarios que escribió de forma más o menos regular hasta el 11 de diciembre de 2013. Ese día murió su hija Kate y ella se quedó sin palabras. «Ahora tengo que dejarlo porque el resto es bastante aburrido», miente la joven Jane en 1957. Porque de aburrido nada. Al contrario.
En un futuro no muy lejano esperan la adolescencia, el 'swinging London', Antonioni, el desnudo integral de 'Blow Up', John Barry, el rodaje de «Slogan» y, redoble de tambor, «su legendaria historia de amor con Serge Gainsbourg, nacida bajo los focos de un plató cinematográfico en el París del 68», tal y como destaca en el prólogo el editor y traductor Felipe Cabrerizo.
De todo ello da buena cuenta 'Munkey Diaries. 1957-1982' (Monstruo Bicéfalo), relato en primera persona y sin apenas retoques de cómo Jane Birkin (Londres, 1946) pasó de modelo, actriz y cantante a icono pop, mito erótico y explosiva musa del autor de 'La Javanaise'. Ya saben: «ojos azules, cabellos castaños, Jane B., inglesa, tez pálida, nariz aguileña», que cantaba en 'Jane. B'.
Amor y lujuria
Traducidos al castellano tras sendas ediciones en francés e inglés, los diarios de la londinense son un festín de confesiones en primera persona, retratos de interior de momentos clave del pop y revelaciones que dinamitan los roles tradicionales que la historia había asignado a Gainsbourg y Birkin. Él, perverso y decadente sátiro del pop francés; ella, ingenua e inocente inglesita arrastrada a los lascivos dominios de 'Je t'aime… moi non plus'. ¿Sí? ¿Seguro? Veamos. «¡Le he comprado una muñeca hinchable a Serge! He sido muy generosa, porque por el mismo precio podría haberme comprado unas esposas o el kit erótico femenino al completo», escribe Birkin en junio de 1974.
Ella también fue, tal y como relata, quien arrastró a Gainsbourg a un burdel de Pigalle, «el peor de los peores, el plus 'mauvais'», en 1968. «Ahí estaba, tumbada, jugando a la vampiresa, por fin nos pusimos en marcha y justo en el momento en que la cosa se ponía interesante, bang bang bang, '¡Abre la puerta!'», recuerda. Incluso llegó a fantasear con una salomónica solución cuando estaba a punto de acabar con Gainsbourg y empezó a verse con Jacques Doillon: un 'ménage à trois' que acabó quedando en una mera ocurrencia.
Con su primer marido, el compositor John Barry,la alegría había durado más bien poco. «Ahora todo lo que quiero es tener un niño, algo un poco complicado dado que no hacemos el amor más de tres veces al mes. Me siento anormal: qué denigrante tener que jugar sola cuando se está casada. Me estoy amargando. La sensación de no ser querida, deseada ni amada comienza a asfixiarme», confiesa a finales de 1965, poco después de pasar por el altar. En abril de 1967 llegará su hija Kate y un año después irrumpirá en escena Serge Gainsbourg. «Tiene un aspecto extraño, pero lo amo, es diferente a todo lo que conozco, puro y degenerado al mismo tiempo», anota en agosto de 1968.



La relación entre Birkin y Gainsbourg es el eje central del libro, aunque la química estuvo más bien pocha cuando se conocieron en el rodaje de 'Slogan' en mayo de 1968. «Cuando me llegó el turno de empezar la escena, mi compañero, Serge Gainsbourg, me miró con rostro sarcástico y despectivo, ¿quién es esta inglesita con ese vestido ridículo que balbucea sus líneas con una francés macarrónico? Frío, distante, aunque no del todo hostil, era la estrella y tenía derecho a vetar a la actriz elegida, pero no lo hizo», escribe Birkin en una de esas adendas («autobiografía con anécdotas», la llama) que viene a completar la historia y suplir algunos vacíos.
Porque en estos 'Munkey Diaries' que Birkin dio a imprenta faltan algunos años clave. Ni rastro, por ejemplo de 1972. O, peor aún, de 1969, cuando Birkin y Gainsbourg escandalizaron a medio mundo con los gemidos de 'Je t'aime… moi non plus'. Los diarios de esos años, leemos, se perdieron, por lo que hay que conformarse con la reconstrucción a posteriori que aporta Birkin. Algo que, en realidad, tampoco está tan mal. «Cuando les puse el disco a mis padres levantaba la aguja del disco cada vez que iba a gemir, y como no entendían la letra encontraron la melodía muy bonita», escribe Birkin. Poco antes, en 1967, Gainsbourg ya había grabado la canción con Brigitte Bardot, pero las cintas de la sesión no vieron la luz hasta 1986, casi dos décadas después.
Con Birkin, en cambio, todo fue mucho más rápido: la grabaron en Londres, la pincharon por primera vez en el restaurante del Hotel L'Hôtel de París («la gente que estaba cenando se quedó paralizada, con los cubiertos levantados») y en pocos días ya estaban en los despachos de la discográfica analizando el posible impacto de lo que tenían entre manos. «Estábamos en Phonogram, yo sentada en el suelo con mi bolso, en la oficina del señor Meyerstein, director del sello, que escuchó 'Je t'aime… moi non plus' y dijo: 'Mirad, chicos, estoy dispuesto a ir a la cárcel, pero no por un single. Volved a Londres para un LP y hacemos las cosas bien'», relata la cantante. Con ellos, está claro, llegó el escándalo: el Vaticano denunció la canción; una docena de países, entre ellos España, prohibieron emitirla por la radio; y en Argentina la gente «se llevaba a casa el disco prohibido ¡camuflado bajo portadas de Maria Callas!».
La monotonía
Exquisitamente editados, con guiños tipográficos a 'Historie de Melody Nelson' y al borrón de tinta de la portada de 'Amours des feintes', los diarios de Birkin transcurren entre habitaciones de hotel; accidentados colocones de hachís en Katmandú; rodajes en Yugoslavia y Egipto; escapadas a Venecia y Saint-Tropez; escenas de familia casi normal junto a sus hijas Kate y Charlotte; y un potente combinado de vida doméstica y obligaciones profesionales junto a Gainsbourg.
Una década larga de vida en común que se torció a finales de los setenta, cuando él empezó a empinar el codo (mucho) más de la cuenta y ella se hartó de «la monotonía de volver a casa exactamente a la misma hora que los basureros». «'Hey ho', no soy capaz de seguir el ritmo de Serge», escribe en 1980 tras volver de la fiesta de cumpleaños de Rostropóvich.

Poco antes ya habían saltado chispas durante la grabación de 'Ex-fan des sixties', Birkin empezaba a sentirse frustrada como actriz tras encadenar papeles mediocres y el éxito descomunal de 'Aux armes et cætera', primer disco reggae de Gainsbourg, había transformado al francés en un animal nocturno y licencioso libertino de la peor calaña. «Serge le dijo a todo el mundo que yo me fui por lo mucho que bebía él y el carácter tan difícil que tenía, lo cual era cierto», reconoció años más. Pero Birkin también se fue por otro motivo: había conocido a Jacques Doillon, director que la fichó para 'La hija pródiga' («una de mis mejores películas») y del que se acabaría enamorando.
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«Ya ves, Munkey, tú lo sabes todo. Todas mis observaciones moralizantes, cómo la vida con Serge se ha vuelto insoportable, sus borracheras, su egoísmo, y yo su marioneta», escribe para despedir 1980. Poco después, verano de 1981, el adiós ya será definitivo. «Te envío muchos besos, querido Serge, y no te olvides de los pantalones del monito», zanja. Y no, no se olvidó: ahí están, hechos polvo y jirones, junto a él; bajo la lápida del cementerio de Montparnasse.
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