Cementerios de Madrid: historias para toda la eternidad, más allá de La Almudena
Los ocho camposantos de la capital, algunos bastante desconocidos, son ciudades paralelas donde desenterrar cuentos olvidados, vidas célebres y arte decimonónico. ABC recopila algunos relatos para animar a descubrirlos
Cipariso, en los textos mitológicos de Ovidio, era un joven cazador a quien el dios Apolo regaló un ciervo sagrado. El muchacho y el animal, cuyas astas decoraba con piedras preciosas, eran inseparables. Un día, durante una cacería, Cipariso lanzó su jabalina y mató ... por error a su amado venado. La pérdida fue tan dolorosa que el joven suplicó a Apolo llorarla para siempre. Y así el dios lo convirtió en un ciprés, un árbol milenario, una lanza de follaje que se estira hacia el cielo desde todos los campos santos.
Este es uno de los relatos 'in aeternum' -en latín, para toda la eternidad- enterrados en los cementerios que hoy recibirán miles de fieles y flores por el Día de Todos los Santos. Riadas de personas acudirán a La Almudena, la necrópolis más grande de Madrid, de España y de Europa occidental, donde los muertos (unos 5 millones) superan a los vivos que habitan la ciudad. Entre sus infinitas callejuelas yacen poetas, futbolistas, presidentes, incluso un hijo bastardo de los Borbón. Hay mausoleos, capillas y panteones, que conviven con largos muros grises de nichos. A Paloma Contreras, «necroqueen» (como reza la descripción de su cuenta de Twitter) o fanática de los camposantos, le aburre La Almudena.
«Para mí está sobrevalorado», reconoce esta mujer de 46 años, presidenta de la asociación Funerarte, que hoy mismo cumple dos años, y guía en las necrópolis madrileñas. Contreras confirma que muchos de los ocho cementerios de la capital son grandes desconocidos. Su favorito es el de San Justo, uno de los cuatro camposantos sacramentales, junto al de San Isidro, San Lorenzo y Santa María. El pequeño cementerio Británico, el de La Florida y el Panteón de Hombres Ilustres completan la lista de estos «lugares de vida», como los describe Contreras.
Los cementerios alimentan relatos de fantasmas, espiritismo y rituales propios de 'Cuarto Milenio'. Un tópico que se empeñan en combatir las responsables de Funerarte. Ellas se hacen llamar «señoras-que-solo-cuentan-verdades-en-cementerios», también «guardianas de la memoria» y «rescatadoras del olvido». Estos días, aprovechando la fiesta de Todos los Santos, han organizado rutas por las distintas necrópolis para desenterrar estas historias reales y recordar el arte funerario.
«Los cementerios son lugares de paseo, huyo completamente de las leyendas por eso. En el de Montmartre [en París] tienen hasta bancos para sentarte; aquí llegaron a ser así hasta la Guerra Civil», cuenta Contreras. Hasta la fecha, ha documentado 3.000 de los 18.000 camposantos de España y habla de necroturismo en su blog 'Entre piedras y cipreses'. «En Madrid tenemos cuatro cementerios sacramentales impresionantes, siempre me voy a quedar con Madrid», confiesa. Son «museos al aire libre».
El ojo experto descubre declaraciones de amor en los epitafios: «En la pradera de San Isidro te encontré, y hoy Flora descanso a tu lado». Y ángeles mensajeros caídos del cielo, con un significado muy distinto a los que ocupan las iglesias. Si apuntan al cielo indican resurrección, una antorcha boca abajo remite a la propia muerte y las trompetas hacen referencia al juicio final, el día en que el séptimo ángel tocará el instrumento. Unos se cubren la cara, otros ordenan guardar silencio: «No perturbéis la paz de los que aquí descansan». La simbología funeraria también está plagada de hojas de parra, que representan la regeneración, y de pebeteros con llamas de piedra que jamás se apagan.
De literatos a herejes
Al margen del patrimonio artístico que preservan los cementerios, son los nombres y apellidos bajo la tierra los que componen una radiografía de un Madrid anterior. «El siglo XIX lo hemos descubierto gracias a los cementerios», asegura Contreras. Una de las rutas diseñadas por Funerarte repasa la vida de los literatos Espronceda, Larra y Zorrilla que duermen en el cementerio de San Justo. Otra está dedicada a grandes mujeres enterradas en la necrópolis de San Lorenzo, como la novelista Carmen Nicasio, que dio ejemplo a las ricas de la época para erigir orfanatos y casas de acogida, y La Mejorana, madre de los movimientos y del manto del flamenco actual.
También hay paseos guiados que reviven historias de amor y visitas al cementerio Británico, que se fundó en 1854 como el único lugar donde podían descansar los herejes (los ingleses protestantes) sin derecho a sepultura. El primero allí enterrado es un joven llamado Arturo, del que poco se sabe, bajo una losa con la espada Escalibur esculpida.
El cementerio Británico se fundó en 1854 como el único lugar donde podían descansar los herejes, protestantes sin derecho a sepultura
El cementerio más antiguo de todos es el de San Isidro, que data de 1814. Es uno de esos camposantos primigenios que proliferaron después de que Carlos III prohibiera los enterramientos alrededor de las iglesias, el primero privado fuera de la muralla medieval que circundaba Madrid y que se conservó hasta 1868. Su cerro de las Ánimas, una colina plagada de cipreses, es uno de los escenarios más bonitos para reposar eternamente.
«En el siglo XIX lo mejor de la aristocracia, de la burguesía, quiere enterrarse aquí, por eso crece tan rápido», explica Andrea Fernández, guía en el cementerio. San Isidro es un jardín romántico que la compañía sacramental homónima propone desvelar a través de un nutrido programa de visitas guiadas. «Es el mayor patrimonio histórico-artístico del Romanticismo, la aristocracia quiere mostrar sus virtudes, sus preceptos católicos. Son realmente viviendas para el más allá», señala Fernández.
La regla de las tres 'p'
Estas necrópolis son ciudades paralelas para los muertos que quisieron abandonar este mundo profesando la regla de las tres 'p': un palco en el Teatro Real, un palacete en el paseo de la Castellana y un panteón en el cementerio. El marqués Donoso Cortés, el poeta Meléndez Valdés y el dramaturgo Moratín son algunos de los personajes ilustres enterrados allí. Este año, Mariano Benlliure es el protagonista de sus rutas (que continúan hasta este miércoles), el autor de una de las obras más complejas del camposanto: el panteón de Denia. Tras fallecer su esposa, el duque de Denia, desesperado, quiso erigir un homenaje a la duquesa y contrató al que fuera su escultor favorito, Benlliure. «Es una auténtica oda a la duquesa», alaba Fernández.
La metodología de Paloma Contreras es inspeccionar lápida a lápida y bucear en la vida de los difuntos a través de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional. «En el siglo XIX todo el mundo tenía un ego descomunal y quería aparecer en el periódico», sostiene. Así halló una de sus historias preferidas, la de Justinito, después de que su hermosa tumba, en un patio de San Justo, la cautivara. Era un niño de 7 años que falleció por difteria y sus padres, ganaderos, organizaron un entierro propio de un noble. «La forma de llegar a la tumba también hablaba del estatus y hasta seis caballos, cuando el máximo nivel era de ocho, tiraron del carro que llevó el féretro de Justinito», relata Contreras. Las historias de personajes anónimos también merecen huir del olvido.
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