Cómo un roce casual provocó el nacimiento de la electricidad
ciencia por serendipia
La fuerza invisible que nació de un instante fortuito y que se quedó para siempre con nosotros
La fuerza invisible que nació de un instante fortuito y que se quedó para siempre con nosotros
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Iniciar sesiónEn la vasta sombra de la antigüedad, cuando los filósofos griegos meditaban sobre la naturaleza del mundo y los elementos que lo componen, ocurrió algo sorprendente. Fue un descubrimiento basado en el azar, un encuentro fortuito con un fenómeno que hasta entonces nadie había comprendido ... o siquiera previsto: la electricidad.
Sobra decir que en aquellos momentos no había laboratorios ni complicados instrumentos, ni siquiera conciencia plena de qué era exactamente lo que estaban observando. Solo curiosidad, observación y el capricho inesperado de la naturaleza.
La electricidad nació de una resina
El escenario de este suceso reside en la Grecia clásica, hacia el siglo VI a. de C., en un mundo dominado por mitos, ideas filosóficas y una primitiva ciencia basada en la reflexión natural. En aquel entonces, los estudios sobre la materia, el movimiento y las fuerzas que gobernaban la realidad eran el pan diario de pensadores como Tales de Mileto, Anaximandro y Empédocles. Tales, reconocido como uno de los primeros filósofos y también matemático, fue protagonista indirecto y a la vez directo del primer paso hacia el descubrimiento de la electricidad.
Lo que probablemente ocurrió fue una observación tan sencilla como simple: Tales notó que al frotar un pedazo de ámbar -una resina fosilizada que se encuentra en la región del Báltico y que ya se comerciaba en el mundo mediterráneo- con un trozo de piel o tela, ocurría algo extraño. El ámbar adquiría la capacidad de atraer objetos ligeros como pequeños trozos de paja o plumas. No era algo común ni esperado, y la fascinación natural llevó a Tales a registrar el fenómeno y a buscar explicaciones. Por supuesto, por aquel entonces no existía la palabra «electricidad», ni el conocimiento sobre cargas eléctricas, electrones o campos electromagnéticos, tan solo había un misterio que intrigaba.
Este descubrimiento fue completamente accidental. Nadie buscaba inventar una fuerza invisiblemente atractiva. No era un experimento guiado por hipótesis ni una prueba diseñada para encontrar una nueva «energía». Simplemente alguien, frotando un objeto como parte de juegos o de experimentos casuales, constató que ese objeto tenía propiedades especiales, distintas a las de cualquier otra cosa conocida. En su época, Tales y sus contemporáneos atribuyeron este poder a propiedades místicas o divinas del ámbar, sin entender sus causas físicas. Sin embargo, acababan de poner el primer ladrillo en la edificación del conocimiento eléctrico.
Una fuerza invisible casi divina
Tenemos que imaginar las condiciones de la época. La ciencia no separaba aún los fenómenos físicos de los mitológicos. El ámbar, con su brillo cálido y su capacidad para atraer objetos cuando se frotaba, era visto casi como un amuleto mágico. Su nombre griego (elektron) es justamente el origen etimológico de la palabra electricidad.
Pero ¿por qué precisamente el ámbar? Otros materiales no mostraban el mismo fenómeno -al menos no con la misma facilidad o intensidad- y el ámbar poseía, además, un brillo tan singular que capturaba la atención. Este detalle desencadenó siglos después investigaciones más sistemáticas. Sin embargo, durante mucho tiempo, el fenómeno quedó relegado a curiosidad anecdótica, sin comprenderse que el verdadero motor detrás del poder del ámbar no era un don divino o un secreto oculto, sino la propiedad intrínseca de ciertas sustancias para acumular cargas eléctricas gracias al roce.
La casualidad de Tales quizá fue el punto de partida, pero hubo otro elemento registrado que llevó la electricidad accidentalmente a la historia: los rayos y los truenos. Los antiguos griegos observaron con temor el fenómeno natural de la tormenta eléctrica, interpretándola como manifestación de la ira divina de Zeus. Pero este temor también generó interés. ¿Qué era esa fuerza invisible que hacía brillar el cielo y hacer retumbar la tierra? Ciertamente, no se relacionaba con la atracción del ámbar, pero iniciaba la conciencia de que fuerzas no vistas podían dar cohesión o cambio al mundo.
A lo largo de los siglos siguientes, otros filósofos y eruditos de la antigüedad griega retomaron el fenómeno. Plinio el Viejo, siglos después en Roma, mencionaría el poder del ámbar para atraer objetos ligeros, siempre en clave de maravilla natural. Pero nadie hacía experimentos conscientes que desencadenaran una teoría científica sobre la electricidad.
Siglos después, en la Edad Media, la idea del «misterio eléctrico» fue retomada cuando artesanos y científicos comenzaron a frotar ámbar y otras resinas, notando efectos similares. La experimentación se volvía más frecuente y sistematizada, sin ninguna teoría sofisticada, sino más bien guiada por el fenómeno accidental descubierto hace tanto tiempo.
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