Anne L'Huillier, Nobel de Física 2023: «Tenemos problemas, como el cambio climático, más importantes que llegar a la Luna»
Su trabajo ha permitido fotografiar el attosegundo, la medida de tiempo que equivale a la trillonésima parte de un segundo, lo que le ha merecido el mayor reconocimiento científico junto con Pierre Agostini y Ferenc Krausz
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Anne L'Huillier (París, 1958) se decantó por la ciencia por dos razones: el trabajo de su abuelo, investigador que participó en el bando aliado en la Segunda Guerra Mundial interceptando comunicaciones de radio nazis; y la llegada del hombre a la Luna. Pero ella ... no estaba interesada en Neil Armstrong; lo que fascinaba a L'Huillier era la tecnología que le llevó a pisar nuestro satélite y que hacía posible retransmitir en directo aquel histórico momento que ella vio de niña a través de la televisión estando de vacaciones en el País Vasco.
Años después, junto a Pierre Agostini y Ferenc Krausz, desarrolló una cámara fotográfica capaz de grabar los movimientos de los electrones en un attosegundo, una medida de tiempo que abarca la trillonésima parte de un segundo. Algo así como lo que sería un segundo completo para todo el tiempo del universo, que ya lleva existiendo desde hace 13.800 millones de años. Ayer, los tres científicos fueron premiados con el Nobel de Física 2023 por todo este trabajo, que ya tiene importantes aplicaciones que van desde poder escudriñar en la naturaleza como nunca se ha hecho a crear revolucionarios materiales.
Un premio precedido de muchos otros, incluido el premio Fronteras del Conocimiento otorgado por la Fundación BBVA, y donde ABC pudo charlar con ella apenas cuatro meses antes de convertirse en la quinta mujer en recibir el reconocimiento de la Academia Sueca de las Ciencias.
«Quería hacer ciencia, aunque tenía clarísimo que no quería pisar la Luna»
—Su abuelo tuvo parte de 'culpa' de que se convirtiera en científica.
—Sí. Él era ingeniero de comunicaciones por radio y también era docente, y utilizó sus habilidades durante la Segunda Guerra Mundial, ayudando a la resistencia francesa. Esta historia familiar siempre me ha inspirado, a pesar de que casi no le recuerdo porque murió cuando yo tenía cuatro o cinco años.
—También le causó un gran impacto la llegada del hombre a la Luna.
—Tenía casi once años y estaba de vacaciones en el País Vasco. Mis tíos me despertaron para ver aquel momento en directo y quedé profundamente impresionada. Pensé que quería hacer ciencia, aunque tenía clarísimo que no quería ir yo misma a la Luna (sonríe). No, de ninguna manera. Pero me impactó cómo crearon una tecnología con la que un hombre podía caminar sobre nuestro satélite. Y cómo se podía comunicar con nosotros, en la Tierra, estando tan lejos. Aún recuerdo aquella sensación.
—Pero decidió dedicarse al mundo de la luz. ¿Quizá por haber nacido en París?
—Lo decidí porque me impresionaron varios profesores que tuve. En concreto, Claude Cohen-Tannoudji, que recibió el Nobel de Física de 1997; y Serge Haroche, quien también ganó el mismo galardón en 2012. Ellos me hicieron amar la física atómica y la interacción entre los átomos de luz.
—Todo esto comenzó con una especie de revelación: durante un experimento, encuentra que, en vez de ver luz fluorescente al someter a los átomos a pulsos breves e intensos de luz láser infrarroja, como esperaba ver, había rayos X de altísima energía. ¿Qué sintió en ese momento?
—Recuerdo muy bien aquel momento: fue algo como 'guau, ¿qué es eso?'. No me esperaba para nada encontrarme con aquello. A partir de ese momento se convirtió en mi foco de investigación.
Aplicaciones revolucionarias
—Gracias a su trabajo hoy se puede ver el interior de los átomos, las moléculas o en el interior de los materiales, incluso crearlos nuevos, lo que abre las capacidades no solo de la ciencia, sino también de la industria. ¿Pensó en ese momento que su descubrimiento tendría esta repercusión?
—No. En ese momento solo se trataba de comprender qué estaba pasando. Que todo eso llegase al campo empresarial llevó 30 años. Pero desde que aterrizó, ha crecido de forma exponencial. Y lo sigue haciendo después de 35 años. Me siento afortunada porque me topé con algo muy interesante a una edad temprana, justo después de mi doctorado, y pude seguir investigando en este campo durante toda mi trayectoria. Y ahora tengo el privilegio de haber estado ahí desde el principio. En eso creo que he tenido mucha suerte.
—El attosegundo lo comparan con lo que sería un segundo completo para todo el tiempo del universo, que tiene 13.800 millones de años. Quizá sea una pregunta estúpida, pero ¿hay algo aún más corto que el attosegundo?
—La comparación es exacta. Pero hay cosas aún más rápidas. En la física de partículas existen procesos muy, muy rápidos. En realidad, lo que nosotros hacemos es controlar este tiempo: sabemos cómo hacer que la luz emita pulsos, pero no estamos ante el proceso más rápido de la naturaleza. En eso no hay límite.
—Usted imparte clases en la Universidad de Lund (de hecho, estaba en el aula cuando le llamaron para anunciarle que había ganado el Nobel), pero continúa también compaginando con la investigación. ¿Cuál es su campo de trabajo actualmente?
—Hay varios focos: por ejemplo, intentamos medir las propiedades cuánticas del electrón; también tratamos de mejorar la fuente de radiación para aplicaciones en la industria de semiconductores. Me gustan ambos campos: el primero es una parte fundamental, ciencia básica o el esfuerzo de comprender la naturaleza; el segundo tiene una aplicación directa y está muy bien que la ciencia revierta en la sociedad.
—Usted, en el pasado, ha formado parte del comité que elige al nuevo Premio Nobel de Física. ¿Son acaloradas las reuniones?
—Bueno, este proceso es confidencial y tendremos que esperar 50 años a que salgan las actas (dice con una sonrisa). Lo que puedo contar es que existe un procedimiento muy bien elaborado y probado con el que se eligen las nominaciones. Y cada año el proceso empieza de nuevo.
«La ciencia debe estar impulsada por la curiosidad, y eso solo ocurrirá si se sigue invirtiendo»
—Los mismos años que hacen más o menos del primer alunizaje del hombre a la Luna. Volviendo al tema: ahora hay una nueva carrera por llegar de nuevo a nuestro satélite. ¿Cómo lo está viviendo?
—En mi infancia nunca estuve obsesionada con los alunizajes. Lo que sí sigo compartiendo con mi yo de niña es la confianza en la Ciencia. Y ahora creo que tenemos problemas más importantes, como resolver el cambio climático. También es muy importante que la ciencia básica esté impulsada por la curiosidad, y eso solo será posible si se sigue invirtiendo en ella. Porque creo que soluciones a problemas como el del cambio climático seguramente no vendrán de un esfuerzo específico para resolver esto, sino de investigaciones en ciencia básica. Lo bueno es que yendo en una dirección puedes obtener una solución para otra cosa totalmente diferente.
—Eso es que es optimista con el cambio climático a pesar de todas las noticias negativas que nos llegan cada día.
—Creo que la voluntad ayudará a la humanidad. Sí, soy optimista.
—Últimamente se ha hablado también mucho sobre la presión por publicar de los científicos. ¿Cree que ha empeorado con el tiempo?
—Ahora creo que es peor, sí. Especialmente entre los jóvenes, porque muy a menudo su carrera depende del número de artículos publicados y de la relevancia de las revistas donde los publican. Creo que hay que luchar contra el 'publicar o morir' que rige el sistema, pero la realidad es la que es y hay mucha competencia.
Científica y mujer
—También se habla mucho del papel de la mujer en la ciencia.
—Hay muchas colegas que se quejan de discriminación y que sufren el llamado 'techo de cristal'. Y ciertamente estos fenómenos existen. En mi caso, haber sido mujer me ha venido bien, porque me ha hecho más visible. Por ejemplo, ganar el programa L'Oréal-UNESCO 'For Women in Science' fue algo muy importante para mí. Pero también sé que mi carrera habría sido diferente si yo fuera un hombre.
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—¿Piensa que la situación está cambiando?
—En mi grupo de investigación, durante muchos años, solo he trabajado con hombres. Quizá una o dos mujeres. Sin embargo, en estos últimos cinco o seis años esta tendencia está cambiando: ahora mi grupo está formado por un tercio de mujeres. Y cuando enseño en la universidad veo que su número está aumentando. No es solo cuestión de cantidad: veo que hay diferencia en cómo ellas participan, hacen preguntas y se vuelven más visibles.
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