Reloj de arena
Román Castro Medina: música de violines
Casa Román fue tienda de comestibles y tabernas de pelotazos absolutos, también farmacia para casos especiales
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Iniciar sesiónEra alto, agraciado, zumbón y trabajador. Tanto que exageraba. Quizás porque huía de aquellos años suyos en tierras paternas, en la Salamanca agraria y escasa de Guijo de Ávila, donde nació. Iba a la escuela con un infiernillo para calentarse. Y el mayor regalo de ... reyes que podía soñar era una manzana y no la del jardín de las Hespérides. Román Castro trabajó tanto que exageraba y cuando regresaba a casa tras hacer penitencia con el Gran Poder se quitaba la túnica, ponía los pies en una palangana desconchada de agua con sal y se colocaba el mandil para atender a una clientela loca por la música. Por la música de los violines que colgaban del techo de su taberna, de Casa Román , en la plaza de los Venerables. La abrió en la convulsa Sevilla del 34, aunque su hijo, Antonio Castro, constata con una póliza de seguro que, al menos, el establecimiento ya existía en 1868, antes de la guerra de Cuba. Casa Román fue tienda de comestibles y tabernas de pelotazos absolutos, también farmacia para casos especiales. Una vecina solía ir todas las mañanas para buscar su alivio y le pedía a Román la 'medecina'. Román le dispensaba la farmacopea en una copita. El remedio se llamaba Anís Machaco. Y no era de los laboratorios Pfizer…
Tienda y taberna. Esa doble t gloriosa y melliza que Sevilla convirtió en sus años más estrechos en dirección para el desavío y en parada para darle jarilla a la verdona que cantaba en la garganta de la clientela. La tienda tenía un mostrador de mármol donde ibas y te aviabas con un kilo de garbanzos para el puchero del día. La taberna tenía el mostrador de madera donde los enfermos de la música sanaban con dos violinazos de Román que dejaba bailando sobre un papel de estraza dos notas sublimes. Allí Romero Murube descubrió al último judío del barrio de Santa Cruz, como el brillante poeta y escritor definía a Román. Y allí se reunían los letrados más espabilados de la calle Mateos Gago para jugar a los dados con el patrón, al que intentaban tangar los jugativos. Largo era Román, judío al fin como lo definió Murube , que les hacía creer a los abogaditos que se las comía entera. Luego llegaba el hombre con la tiza, hacía las cuentas y les metía a los togados cuarto y mitad y no precisamente de jamón de la sierra…
Santa Cruz era entonces un barrio con una condesa, un concejal de Fiestas Mayores, un tejano que quería ser torero y muchas casas de vecinos donde sobrevivía la Sevilla del agobio, la que vivía el matrimonio y los hijos en una habitación sin servicios, ni duchas ni calefacción. En las noches de verano, los vecinos refrescaban el gaznate con la rubia del barrio, con la Cruzcampo de siempre. Luego salían alborozados cuando una caravana de coches de caballos repletos de guiris, accedían al barrio por Jamerdana, desembocaban en Venerables, tiraban por la calle Gloria y le daban la vuelta a la plaza de Doña Elvira para hacer el camino de vuelta. Las guiris eran rubias y de generosas carnes rosadas que los parroquianos celebraban como si aquella noche hubiesen conquistado a Mónica Vitti . Pero quien de verdad conquistaba en Casa Román era el hombre más quevedesco que ha parido la picaresca local sevillana. Don Pepe Pineda . El marqués del Tiento y del tinto. Sin tener ni idea de japonés acabó con dos solitos nacientes, una de cada brazo, tras haberle pasado la cuenta de varias raciones de jamón y manzanilla. Gran hombre que perdió la historia de los emprendedores locales y al que la Confederación de Empresarios debería elevar a rango de patrón.
Fue el señor Pineda, durante el rodaje de 'Lawrence de Arabia' , donde intervenía con una chilaba que parecía estar hecha para su condición, el que le mostró a Peter O´Toole la gran diferencia que existe entre el roast beef y el jamón del güeno. Dónde va a parar. O´Toole, tan elegante y dandi, con aquellos ojos sajones y el blazer azul con pañuelo blanco asomándose al balcón del bolsillo superior de su chaqueta, se hizo adicto al género. Y don Pepe Pineda pudo comer jamón sin el doloroso trance de tirar de cartera, tan solo amagaba con educación y míster Peter le decía que de ninguna forma, que pagaba él y la Columbia Pictures . Lawrence fue una espléndida película. Pepe Pineda un maravilloso extra que le cogió cariño a la palabra y salía a la calle con esa condición: que todo fuera extra para el bolsillo de los demás…
Los británicos se sentían como en su casa en aquella tienda de música e himnos a la alegría del moyate. Un jugador del Sevilla, Ted Mcminn , escrito así pero pronunciado Manolín, vivía en Santa Cruz y solía coincidir con Jock Wallace , el entrenador que se lo trajo de las islas y con Mortimore , el entrenador del Betis. Lo de Manolín era de arte. Llegaba a la taberna y decía en un sevillano bañado de escocés: «Tito, dame jamón». Le gustaba tanto que le prometió salir al campo del Sevilla con una camiseta donde pusiera Casa Román. Antoñito Procesiones también visitaba la casa y desenfadado alzaba la voz y decía: «Román, dame lo mío». Lo suyo era una telera, una tableta de chocolate y una jarra de agua. Siempre estaba fritito. Por esa casa pasaron el doctor Fleming , Balduino y Fabiola , Sandro Pertini , Induráin , Alberto y Ascen , Pasión Vega , María Jiménez , Imanol Arias y una pareja insuperable del cine de aquella época: Carmen Sevilla y Vittorio De Sica . Todos ellos unidos por una pasión desenfrenada por la música de los violines, lo que hicieron olvidar a Román una dura infancia de infiernillos en la escuela para combatir la pelúa y de soñadas manzanas de Reyes Magos en la ventana de la vieja casa de Guijo de Águila…
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