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Reloj de arena

Manuel Ávila Romero, el hombre que paró a El Cordobés

Tenía buen humor, trabajaba sin mirar el reloj, sabía escuchar, era cercano y se autoexigía con la misma rigurosidad que un motor de la Hispano Suiza

Álvaro Domecq y Manolo Ávila, en animada tertulia en el Donald Archivo Familiar
Félix Machuca

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Hijo de los años duros de la posguerra, sobreviviente en una Sevilla en blanco y negro, empezó a rozarse con la vida desde muy pequeño, entendiendo pronto que lo que era un regalo para unos pocos para él entrañaba la obligada dirección del esfuerzo, el ... trabajo y el sacrificio. En una Alameda de madrugones de coñac sin marca, con señoritas de Aviñón de bajo costo y flamencos de voces cubistas y rotas, empezó a trabajar en un quiosco de agua con su padre. Dicen que tuvo buena voz. Tanto que probó a acceder al grupo celestial de los Seises . Pero en casa se necesitaba su ayuda. Y con pelusas en el bigote fue pasando por ambigús cinematográficos, barras de bares y terrazas tan amplias y luminosas como la del Líbano. Allí, Manolo Ávila no solo conoció a José Luis y su guitarra y a Machín . También conoció a la que sería su futura esposa, Paquita, la heladera de sonrisa de tutifruti de aquella terraza amplia, concurrida y feliz. Manolo Ávila estaba en posesión de facultades para triunfar en una España que no daba muchas oportunidades. Tenía buen humor, trabajaba sin mirar el reloj, sabía escuchar, era cercano y se autoexigía con la misma rigurosidad que un motor de la Hispano Suiza. Se quedó con el molde del negocio hostelero y esperó a dar el salto de su vida a una cafetería de corte y nombre de pato americano: Donald . Antes pasó por la Hostería del Laurel, donde Manuel Ferrand , José María Requena , Julio Manuel de la Rosa , Manuel Barrios y los narraluces solían confabularse en tertulias literarias para arreglar el mundo y darle al suyo el aire fresco de la libertad de expresión... en petit comité.

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