Reloj de Arena
Francisco Núñez Cid: el tornillo de género
Paco trabajó durante muchos años en la venta que tenía La Esmeralda en la carretera de San Jerónimo y allí recibió su apodo artístico, ‘La Tornillo’, como cabaretera de pasodobles y coplas
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Iniciar sesiónCuentan que empezó a trabajar muy joven , por Torremolinos , en un país donde las mariquitas mantenían la vigencia del poema de Lorca: «El mariquita organiza / los bucles de su cabeza. / Por los patios gritan loros, / surtidores y planetas». Era joven ... él y viejo el planeta de nuestra tierra, que seguía viéndolos como excusas para el burraqueo, la mofa y la noche oportuna para la caza de su especie. Cuando menos lo esperaban, en mitad de la actuación cantando por la Piquer , llegaba la «poli…omelitis» y no había maricón que hiciera la estatua. A correr que viene el de la porra.
Y así empezó a caminar por el lado peligroso de la vida , siendo como era, hijo de militar, con las apariencias disimulando el instinto y jurando bandera de su condición, a la que nunca traicionó. Hizo su mili. Y asegura que fue una de las etapas más agradables que pasó en su vida, rodeado de tantos soldados bizarros de los que guardó algunas amistades al margen de las dianas floreadas... Paco se vino para Sevilla . Dejó la costa oriental y se encajó en el barbecho de interior, buscando el cofre del tesoro. Quería ser artista. Estaba hasta el mismísimo moño de limpiar cristales, caerse de las escaleras y pegar mariconazos contra el suelo, como le reveló en cierta ocasión al maestro Joaquín Arbide para su libro ‘La Sevilla golfa’. Y el tesoro de su vida estaba en una venta del camino de San Jerónimo llamada La Esmeralda, aquel Moulin Rouge de carretera, pasodoble y sal gorda, más cerca de Ressendi que de Toulose-Lautrec. Paco tuvo tanto nacimiento con La Esmeralda, que Dios la guarde en la Esperanza de su cielo, que hasta un nombre nuevo le dio: La Tornillo.
Era derechito de cuerpo y canijo como los finales de mes de aquellos años… y de estos. Un junco de marisma en los patios donde gritan los loros, surtidores y planetas. Ya no era un alien con la jindama en alerta por si llegaba la poli… omelitis. Ahora iban a verla los inspectores, los comisarios de la Gavidia, los rutilantes actores y actrices que venían con sus compañías a trabajar en Sevilla y esa clase media de fin de semana que se creía transgresora pasando su tiempo libre en aquel cabaret de pasodobles, coplas, sevillanas picantes y continuas provocaciones a un público que estaba encantado de conocerse.
La Tornillo cantaba por Juana Reina , no tenía el relinche castizo de sus compañeras y en la mili aprendió a tener la escopeta ‘cargá’ para parar a los guasas que se pasaban de graciosos. La noche es un oficio extremo, una actividad peligrosa, un territorio pantanoso donde abundan los cocodrilos y las víboras. La Soraya, compañera de La Tornillo, de la que habla maravillas, me recuerda aquella noche en la que un tipo quiso entrar sin pagar en el local, por la misma cara, teniendo que pararlo La Esmeralda, que como recordarán tenía un jazmín en su alma y brazos de portero de discoteca para lucirlos en ocasiones. El tipo acabó fuera del local, tirado en el campo.
La Tornillo conoció a la Esmeralda en su caseta de feria . Y pronto se integró al cuadro de actrices cantando sus pasodobles. En una de aquellas composiciones, escritas con letras de doble sentido que eran refractarias al tachón rojo de la censura, La Tornillo cantaba: “Yo nací con este cuerpo de modelo, / ya de niña me decían por la calle / va a ser una modelo de bandera / con un cuerpo torneao como un tornillo. / La tornillo es mi apodo/por mi cuerpo tan derecho». Más adelante entraba el pasodoble, con sinceridad sin límites, en plena declaración de intenciones: «Por el marisco yo tuve /d esde chica la afición /y cuando fui mayorcito / me gustó ser maricón./ Marisquera yo nací, / marisquera moriré, / marisquera o mariquita / qué más da si to va bien…».
Y todo fue bien. Porque fueron las estrellas que alumbraron el planeta de la transgresión de la Sevilla de los setenta y los ochenta . Las mariquitas descocadas, deslenguadas, sin complejos, provocadoras y libertinas sin más reparos que saltárselos como niñas jugando al elástico o a la torera. Eran especialistas en aliñar las ensaladas de su humor con la sal gorda de sus improvisaciones. No era humor inglés, no. Era humor de venta de baldío, de cinta de casete de gasolinera. Ese chiste fácil, directo y haciendo que el local reventara en carcajada unánime. La Esmeralda, por ejemplo, se sentaba sobre las rodillas de un señor barbudo, que estaba acompañado de su esposa, tan sorprendida por lo que veía y mucho más entretenida que el relato de Lucecita en las radioseries nacionales. La Esmeralda le sobaba la barba y le decía a la señora: «si este es el escaparate, cómo será el almacén…». La Tornillo, que fue siempre muy enamoradiza, se quitaba a los moscones de encima con el ingenio cañí de la casa: «¡¡Tornillo ven para acá!!», le decía un aspirante. Y contestaba suya y sabihonda: «ahora no puedo, cariño, porque estoy enroscada…».
Pepe Camacho, empresario de la noche sevillana, la tuvo en su local cercano a la Torre del Oro trabajando durante un tiempo. Como camarera. Con ropas masculinas, sin trajes de gitanas ni mantones de noches de algarabía. Y siendo más Paco que Tornillo. Cortés, diligente, limpísima, allí estuvo el tiempo que creyó necesario antes de volver al mar y hacer su vida en Algeciras. Hoy, La Tornillo, aquel mariquita que salió de Torremolinos buscando planetas más habitables para su especie, vive en un piso confortable de la Macarena, orgullosa aún del cuerpo que le dio la vida y quién sabe si peinándose en su peinador de seda, como los imaginaba Lorca.
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