Reloj de arena
Eusebio Povea de la Fuente: Don Quijote etiqueta negra
Ni tuvo ni rocín flaco ni galgo corredor. Pero le sobró en la vida, muy quijotesca por otra parte
Félix Machuca
Buenas jechuras, altura de cabo gastador y una mano que era una manopla de guante de béisbol. Le encantaba el deporte. Fue amigo de Miguel de la Cuadra Salcedo cuando entrenaba en Sevilla y con Maxi Moreno se remó el río tantas ... veces como quisieron hacerle caso al entrenador. Aseguran que fue de los primeros en viajar por encima de las olas con una tabla de wind, alemana y grandísima. Maxi y Eusebio se ahogaron, junto con las amistades de una cofradía con papeleta de sitio en los tugurios nocturnos de los setenta, en el agua bendita de los mostradores.
Nunca pasaron sed. Y entre los más conocidos de aquella procesión de fieles a llene usted otra vez, figuraron Máximo Valverde, Paquito Fiesta, José Luis Siete Revueltas y otros santos varones que ganaron el cielo sin renegar ni una sola vez de los milagros de Juanito el caminante. Eusebio fue un hostelero de una noche sevillana que se debatía entre el cosqui a Joseliqui y el rocetón carnal a María Jiménez , aquel tren cañí de la transición a la que Pablo Juliá fotografió mientras bailaba, enseñando un tanga que adelantaba la escena de Sharon Stone en el cruce de piernas de Instinto básico.
Cuentan que Silvio se lo llevó a Madrid como buena compañía, la mejor sin dudas para aquel horizonte sin líneas rojas, adonde lo llamó la casa de discos para algún asunto profesional. Iban largos de alegrías y cortísimos de jurdó. Por lo que, de vez en vez, en los pueblos donde encontraban abierto el hospital de la sangre, se la dejaban sacar a cambio de a tanto el litro. Literalmente se desangraron para llegar a la capital y he de explicarles que cuando Eusebio se iba de copas con los amigos, les feticheaba algún recuerdo, intercambiando gafas, cinturones, corbatas o camisas si falta hiciera.
A Silvio , que nunca sabía por dónde te iba a dar el regate de la escuela sevillana, se le ocurrió decirle en plena güisquería que iba a su casa a por una cinta de Semana Santa. Olía a espantá del genio. Para que regresara, Eusebio se quedó con sus gafas negras, aquellas que le daban cierto aire a los Blues Brothers . Con el swing acostumbrado regresó el enamorado de «la ragazza del elevatore», con su cinta en la mano. Que sonó en aquella güisquería como Campanilleros en la Cuesta del Bacalao. Y hasta se le cantaron saetas a alguna María Magdalena a las que exaltaba Sabina, aventurando que en esas casas las malas compañías son la mejores…
Aquel trueno vestido de quijote se partía la cara si veía que alguien le faltaba a un amigo o a una mujer. En un bar del Arenal espantó a varios rufos de calorra ascendencia que tenían sofocado al dueño, con las manos por la cara y los vasos por el suelo. En otra ocasión se encaró con una plaza de toros donde Martín Pareja Obregón hacía novillerías, pero las cosas se le torcieron aquella tarde y la gente no se lo perdonó. Insultos, guasa, ofensas… Eusebio puso en pie el uno noventa que gastaba de porte y mirando al tendido protestante le dijo: «al primero que vea insultar al muchacho le parto la cara». Y se hizo un espeso silencio. Una vez le partieron a él una botella en la cabeza, cumplimentando el regalo con varios días en la UCI.
Otra vez fue él quien pasó por el tanque, por dejar una botella en la azotea de un incordiante… que desde entonces entendió que beber puede dar dolores de cabeza. Fue dueño o socio de pubs como la Retranca, el Backgammon y El Caimán . En este tenía un caimán enorme disecado sobre la pared, a modo de logo. Un día, en una de sus impulsivas revoleras, le dio por abandonar Sevilla y encajarse en El Rompido. Abrió una discoteca de verano que pude disfrutar, en una antigua vaquería. Por allí lo mismo pasaba uno de los guitarristas de Triana que algunos de los siempre bohemios Pareja Obregón , con los que compartía estrecha amistad. A Arturo le tenía devoción, a Manuel Diego , el cetrero, le cazaba gorriones para sus halcones y en el viejo piano del genial Manuel Pareja Obregón , tocó lo que pudo. Su hijo Pablo decía que era su gurú. Y el gurú le quiso enseñar los efectos de la ludopatía a su hijo. Tras recoger un millón de pesetas de una discoteca se lo llevó al bingo del Betis.
Puso el taco sobre la mesa. Y le dijo al niño que mirara cómo se lo jugaban y perdían los jugativos. Por una deuda no resuelta en un bingo de Lisboa , pasó una divertida noche con un premio nacional de literatura, de mexicana nación, con vivienda en el Arenal. Aquella noche esperaron hasta el amanecer a que dos profesionales llamaran a la puerta del novelista para que les pagara la deuda. Pero no pasó. La espera se vistió de etiqueta negra con las ocurrencias del cuate, divertido y chingón. Eusebio murió joven y es posible que fuera el más bonito del cementerio de no ser porque arrojaron sus cenizas de Quijote en la ría del Rompido. Allí, lo dejaron sin duelo, entre la playa y el cielo, a la vera de aquellas arenas que encerraban amores, juegos y penas como cantó Serrat en su Mediterráneo…
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