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Reloj de arena

Antonio Pedro Serrano Álvarez: el Canijo de Carmona

La chispa de su ingenio es tan grande que hasta en Cádiz convirtieron a este sevillano en la gloria de ser uno de los suyos

El Canijo de Carmona, en plena actuación en el Falla ABC

Félix Machuca

Los dioses eran los dueños del fuego. Pero él se quedó con la chispa. Se la robó una noche de carnaval en la que la nómina del Olimpo se había disfrazado de bombero. Y el Canijo de Carmona , silbando la canción La Flaca ... de Pau Dones, cien libras de piel y huesos, cuarenta kilos de salsa, lo celebró mojando pan de Alcalá en el caldo bendito de una erizada caletera. El Canijo ni lo es ni tampoco es de Carmona. No hay en el mundo un nombre más inexacto. Porque ha sido gordo como los disgustos. Y es de Sevilla capital, de un barrio como el Parque Alcosa, el único en el mundo que tiene aeropuerto. Su apodo salió del año aquel de los «Pibitos de las botellonas». Pero muchos años antes apuró la litrona de su pasión. Estaba en su cuarto, a la espera de la revelación de su fe carnavalera, cuando su madre lo llamó para que viera en la tele las finales del Carnaval del 1981. Y allí hincó la cometa. Nada hasta entonces le había emocionado y seducido tanto. Bueno, quizás los ojos de Michelle Pfeiffer. O la matrícula de Salma Hayek. O los cañonazos del gringo Scotta en Gol Norte, donde iba con su abuelo a engordar su sevillismo. Pero lo del carnaval era otra cosa. Era pura religión… Una religión de consumo interno, fe gaditana con templo en el Falla, para corazones amarillos y plegarias azules, donde no era fácil entrar. Para hacerlo había que demostrar muchas cosas. Entre ellas que aquella chispa que le robó a los dioses era, al menos, tan pura, creativa e ingeniosa como la de los grandes de la época. Para entrar en Cádiz lo de menos era pasar por el puente Carranza. Para entrar en el Cádiz carnavalero había que bajarse en el Falla , aparcar lejos la patera de la extranjería y demostrar que, manejando las claves de la creación y la música de febrero, no desentonabas en la fiesta grande de la ciudad. El Canijo consiguió pronto la doble nacionalidad, que allí no te da ningún funcionario. Si no el patio de butacas del Falla que es soberano como el coñá. Los pibitos le dieron el permiso de residencia y el Canijo se dio cuenta del cariño que le tenían cuando alguien, desde la oscuridad de teatro, le lanzó su declaración de amor: ¡El Sevilla a regional y los Pibitos a la final! Quién le iba a decir al Canijo la de finales que su equipo del alma iba a ganar por esos campos de Europa.

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