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PÁSALO

Torres, ajarcas y aljófares

El oro africano levantó la Buhaira, unos jardines como el de los Montpensier ocho siglos antes

Félix Machuca

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La aristócrata andalusí, que exhibió su poder luciendo en la Baena poscalifal el ajuar de oro y plata de las Amarguillas, de pequeña escuchaba embobada los cuentos de las caravanas del desierto y de los poblados mineros de país de Gana donde se afirmaba que ... el oro, como las zanahorias, crecía en la arena y era recogido al amanecer. Sobre las leyendas viejas se construyen los entusiasmos nuevos. Y aquellos cuentos susurrados antes de entregarse vencida al sueño la predisponían para que fueran tranquilos, relajados y serenos. Una caravana de un centenar de camellos que atraviesa el desierto siempre es una estampa seductora. Tanto como el de una nuez con velas buscando tierras ignotas por mares repletos de dragones y corrientes abisales. Los cuentos de las caravanas que cruzaban el mar de arena sahariana, que dejaban en Siyilmasa la sal de las minas de Tagasa y regresaban a Marruecos cargadas de oro en forma de monedas sin acuñar, marfiles, esclavos, dátiles tan dulces como la miel de los oasis de Walata y cueros, nos vinculan al mundo fantástico de las mil y una noches. Es el mundo del oro de los negros, esa geografía de la cultura y el poder económico, que tan divinamente nos explicó el doctor José Luís de Villar en su libro ‘Al Ándalus y las fuentes del oro’.

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