EN LÍNEA
La cárcel del Pópulo
Los ‘sin techo’ centran la discusión estas semanas en Sevilla, pero como meras armas arrojadizas: nadie los quiere cerca de su barrio
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Iniciar sesiónESTÁ al caer la medianoche y el mercurio ya ha bajado de los diez grados. Al otro lado de las cristaleras de los pomposos restaurantes minimalistas que van poblando esta zona de Sevilla, en la misma esquina de la calle Arenal con Pastor y Landero, ... bajo los soportales del mercado de abastos, los ojos sobresaltados de una mujer emergen entre los cartones y mantas para clavarse en los del viandante y, tras incorporarse levemente, reclamarle con su mano extendida algo que llevarse a la boca antes de quedarse dormida. Tendrá unos cincuenta años y la voz rota. Es una de las quince o veinte personas que duermen al cobijo de este rectángulo de arcadas de medio punto que rodea la lonja. Otras noches son incluso treinta o cuarenta. La opulencia, la vida perfumada, los caldos de uva Syrah y las sonrisas en los selfies les rodean, pero ellos se han hecho invisibles. Quienes pasan apenas miran.
Los pórticos que sirven de guarida están enclavados exactamente en el lugar donde hasta hace noventa años se encontraba la cárcel del Pópulo, construida a mediados del siglo XIX en el viejo convento de frailes del mismo nombre una vez desamortizado, prisión que los sevillanos conocen por las saetas que los reclusos cantaban a la Esperanza de Triana las mañanas de Viernes Santo a su paso por el locutorio del edificio, desde el que sobresalían los brazos de los cautivos, desesperados, intentando llegar lo más cerca posible de la candelería como metáfora de una desgarrada petición de auxilio a una madre. Aunque pudiera parecerlo, la historia no ha cambiado tanto el panorama en este punto de la ciudad cargado de insomnio y también de sueños rotos, que en cierto sentido sigue siendo una prisión de la que no hay forma de escapar. Como meras armas arrojadizas, los ‘sin techo’ centran buena parte de la discusión política estas semanas, aunque no por las soluciones planteadas a su situación sino por la trágica certeza de que nadie los quiere cerca de su barrio. Ni en la Macarena ni en el Cerro ni en Bami ni en ninguna parte. Nadie. Como si la alternativa fuera enviarles a aquel bíblico valle de los huesos rotos. Urgen soluciones reales y humanas, no proclamas. Los indigentes pueden generar un conflicto de convivencia, sí, pero el verdadero dilema que deben provocarnos como sociedad es el de la conciencia. Mantenernos impasibles mientras devoramos black fridays , ciber mondays y luces navideñas con dos meses de antelación sólo parece una enfermiza e hipócrita huida. El Pópulo fue derribado, pero hoy vuelve a ser una cárcel de tapias imperceptibles tan gruesas o más que aquellas que inspiraron a Font de Anta. Soleá, dame la mano. Demos la mano, no la espalda. Podríamos ser cualquiera de nosotros. Podemos llegar a serlo, de hecho. Suerte.
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