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La Alberca

El nuevo impuesto revolucionario

ETA extorsionaba antiguamente a los empresarios, ahora sus deudos chantajean al Gobierno

Alberto García Reyes

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Antaño todo era furtivo en ETA, como mandan los cánones de la criminalidad. El impuesto revolucionario se cobraba tras una extorsión con todos sus avíos: amenaza por carta, bala en el sobre, membrete de la serpiente y sello del terror. Los malos tenían sus cooperativas ... clandestinas para gestionar la recaudación, como la famosa Sokoa, y los empresarios estaban obligados a meter en su presupuesto anual la llamada vacuna extorsiva para evitar que le mecanografiasen la frase mágica: «Si no paga, se convertirá automáticamente (usted y sus bienes) en objetivo potencial de ETA». Todo había que hacerlo esquivando al Estado, claro, porque en aquellos tiempos (aquí tendría que ir la onomatopeya de un suspiro) el terrorismo aún se consideraba una actividad punible. Disculpen el tono melancólico. La añoranza me puede. Porque ahora los herederos de la banda no tienen siquiera que esforzarse en la ocultación de su barbarie. Anuncian las extorsiones en rueda de prensa. Y tampoco dirigen el chantaje contra los empresarios, sino contra el mismísimo Congreso. Ya no tiene mérito que exijan el impuesto revolucionario porque el Gobierno que antaño les perseguía, como Dios manda, hogaño los abraza. Su actual fórmula de coacción es el colmo de la humillación: si quieres el poder, libera a nuestros asesinos.

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