Sevilla Al Día

Aitana y la Jurado

El cante de Loli y sus amigas nos ha encogido el corazón a tantos porque nos reflejamos en esa vuelta tarde a casa, escuchamos el grito de nuestras madres y queremos seguir contando estrellas desde la ventana

Hace muchos años escuché de un compañero que uno puede salir del pueblo, pero que el pueblo no se va de uno. Aunque yo aún era joven, apenas recién emigrada y fácilmente impresionable, guardé en la memoria la frase del colega, consciente de que sería ... un mantra al que recurriría en varias ocasiones durante el resto de mi vida. Hace un tiempo, cuando ya comprendí que no es lo mismo adaptarse que encajar, al dejar de empeñarme en hacer mía la tierra que es prestada; cuanto más destinos conocí, se me descubrió todo el pueblo que hay en mí. La patria de la infancia se me antoja extensa pero segura, y sus veranos, en los que aparentemente no ocurría nada, un vergel comparado con el páramo en el que se ha convertido la ajetreada rutina de la ciudad.

El hatillo del pueblo está lleno de experiencias y vacío de problemas. El pueblo durante el estío es el recreo interminable, el tañido de las campanas de las iglesias como despertador, las tardes jugando a las palabras encadenadas desparramados en el mármol, las vueltas a pulmón a la piscina octogonal de plástico, las duchas a manguerazos, el quizá no científicamente probado pero sí más eficaz aire acondicionado natural jamás diseñado: dormir con la almohada en los pies. Recuerda a verbena y coches de choque, a disputarnos el chino para pasar el gazpacho y el único polo flá de cola que quedaba en el congelador. No es el lugar sino el tiempo lo que añoramos, por eso es imposible dejar atrás al pueblo, refugio abierto siempre de par en par por más picos tenga la cordillera.

No volvemos de visita, nos mudamos. No nos trasladamos para las vacaciones, vivimos. Guarda el pueblo los vestigios de lo que alguna vez serán nuestras ruinas, la exuberancia barroca de los paisajes vibrantes de la campiña, el aire romántico del despertar de la juventud y el arrebol de una postrera tarde de agosto que anuncia el final. Los primeros amores y sus correspondientes despedidas. Clark Kent y Chanquete. La Sega y el Grand Prix.

El cante de Loli y sus amigas nos ha encogido el corazón a tantos porque nos reflejamos en esa vuelta tarde a casa, escuchamos el grito de nuestras madres y queremos seguir contando estrellas desde la ventana. Por contra, muchos nos sentimos analfabetos y extemporáneos cuando se habla de la Velada de Ibai Llanos y su caterva de influencers. Por más que llenen estadios y repercuta en Sevilla, su proyección y economía, todo me resulta ajeno y me es indiferente. Quizá, porque llevo muy dentro el pueblo y el barrio. Y, sin ser ninguna de mi generación, porque soy más de la Jurado que de Aitana.

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