Tribuna abierta
Leonor y las campanas, nieve en Artillería
Permutemos las despedidas de soltero por 'Las bodas de Fígaro' y fidelicemos con 'Fidelio' a los viajeros que han de llegar a una ciudad que sea un lugar donde palpite una industria cultural
José María Jurado
Terminó el primer Festival de Ópera de Sevilla y don Giovanni arde ya en los infiernos, pero nunca olvidaremos los instantes de extremada belleza que nos ha legado el certamen. Ciento cincuenta años después de que Carmen se asomara por vez primera a la fachada ... de la Fábrica de Tabacos para cantar, entre volutas de humo, al voluble amor; doscientos cincuenta años después de que Manuel del Pópulo García, el primer y genuino 'Barbero de Sevilla', fuera bautizado en la parroquia de la Magdalena, la ciudad de las más de ciento cincuenta óperas ha renovado su alianza con la lírica.
El romántico teatro de San Fernando fue el primer sancta sanctorum de la ópera en Sevilla. Un joven Bécquer asistió allí a los estrenos de Bellini y Donizetti. Su temporada, coincidente con las primeras ferias de abril, era célebre en Europa. Demolido en los años setenta, ya antes la ópera en Sevilla había iniciado una larga travesía en el desierto a la que puso fin la tierra prometida de la Exposición Universal.
Desde 1991 el Maestranza es el gran teatro de la ciudad, en los fosos de sus cuatro mágicas plataformas se custodian, bajo el pórtico de la gloria donde tañen sus instrumentos los maestros de la Real Sinfónica, el arca de la alianza del bel canto y el grial wagneriano de Parsifal. Su palmarés artístico impresiona y su presente, bajo la dirección de Javier Menéndez, entusiasma. No faltan voces que señalan la necesidad de aumentar su programación lírica, pero esos esfuerzos no se han de oponer al nuevo festival. La consolidada oferta del coliseo del Paseo Colón se beneficiará del ecosistema que trae consigo este, sobre todo a través del incipiente proyecto de la Academia Internacional de Ópera, del que tuvimos una primera producción con la 'Suor Angelica' de Puccini, también en Artillería.
Esta iniciativa, sumada al prestigioso certamen de Nuevas Voces que anualmente convoca la Asociación de Amigos de la Ópera, ha puesto las bases para evitar que el festival se convierta solo en un atractivo turístico más, aunque necesario porque eleva el perfil de nuestros visitantes. Permutemos las despedidas de soltero por 'Las bodas de Fígaro' y fidelicemos con 'Fidelio' a los viajeros que han de llegar a una ciudad que sea más que un escenario, un lugar donde palpite una industria cultural. Sevilla son sus barrios, sí, y sus invisibles circunvalaciones y líneas de metro, Sevilla es su feria y su Semana Santa y sus toros y su fútbol y su flamenco, pero también su ópera.
Solo un verso de arte mayor -un alejandrino hendido por la cesura del asombro- podría dar título a esta tribuna que quiere inscribir en la memoria dos instantes de terrible hermosura que nos dejaron las primeras y arriesgadas propuestas del festival: 'Les enfants terribles' del máximo minimalista, Philip Glass, representada en las vetustas y catedralicias naves de la Fábrica de Artillería, y 'El califa de Bagdad', del legendario Manuel García, estrenada en Nápoles en 1813 y reestrenada ahora en el Bagdad del Patio de la Montería. Esta combinación de vanguardia y tradición ha sido uno de los grandes aciertos de su director, el pianista Francisco Soriano.
Incandescente, como si estuvieran abiertas al cielo las cubiertas, descendía la nieve de París sobre el doble e imponente graderío de la Nave de Fundición tejiendo un velo de irrealidad. Caían los copos, hielo y luz, sobre una tarima que era un camarote a la deriva por la memoria y la alucinación. Aquellos muros llagados, que solo han conocido los copos blancos del salitre y los cristales del azahar, asistían al prodigio de una fábula surrealista sobre la infancia, soñada por el genio de Jean Cocteau, en la que una bola de nieve esconde el cuchillo de obsidiana de la muerte. El escenario industrial e ilustrado contribuía a crear un clima de extrañamiento en el que tres obsesivos pianos y cuatro gargantas francesas nos arrastraban de profundis. Susana Gómez y Juan Ruesga han ensamblado este artefacto hipnótico al que daba cuerda su director musical, el maestro Juan García, intenso lector del cristal pautado de Glass.
Manuel García, que tiene en el teatro de la Maestranza una sala de cámara a su nombre, fue, además de barítono, compositor, empresario y hombre de atribulada ventura, el padre de dos de las sopranos más importantes del siglo XIX, María Malibrán y Pauline Viardot. Su hijo Manuel, maestro de canto, fue inventor del laringoscopio. Esta saga legendaria, saltando siglos y teatros, se encarna en nuestros días en una pléyade de jóvenes mezzos y sopranos que viven y cantan en nuestra ciudad como Nerea Berraondo, Alicia Naranjo, Soraya Mencid, Aurora Galán, Julia Rey, Paula Ramírez y Kenia Murton. En esa constelación destaca por su brillo sideral, Leonor Bonilla, nuestra soprano más internacional, quien dio vida a la Zetulbé de 'El califa de Bagdad' a cielo abierto y tamizado de lluvia en el Alcázar. Tanta vida que la Giralda, celosa, le quiso dar la réplica repicando. Redoblaban a gloria las campanas por la coronación de la Divina Pastora y escuchábamos a la vez la voz divina de Leonor resonando a gloria y coronando el festival.
Poeta
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete