Sí o qué
Endegenerando en la Feria
Las favelas de Río y el Bronx neoyorkino deben ser lo más parecido a la calle del Infierno a las cuatro de la mañana
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Iniciar sesiónLa Feria de noche es en general una porquería. Contaba Ramón Román esta semana en_ABC que sobrevuela un mantra excesivamente negativo y que, sabiendo moverse, de madrugada en el real existen rincones donde se mantiene su esencia. No lo discuto, entre otras cosas porque ... Ramón se trabaja la Feria bastante más que yo. Intentaré quedar más con él para que me enseñe a buscar, pero tengo que impugnarle el uso de la palabra 'mantra'. Sólo hay que darse un paseo para observar el pésimo ambiente: zombies que vienen y van, peleas, el canorreo insoportable, macrobotellones a las puertas de los distritos que quedan convertidos en vertederos de plásticos y cristales y algunas casetas-discoteca donde la única sevillana que suena es la de Omar Montes. Se ve que uno ha cruzado ya la frontera de la edad en la que observa el mundo a su alrededor con ese halo de superioridad, ciertamente engreído, y se pregunta cómo hemos llegado a esto, autorrespondiéndonos, como el banderillero de Belmonte: «Endegenerando, endegenerando». Pero la realidad es que no, la Feria no ha cambiado, y la noche siempre ha sido una auténtica bacanal del espanto con la diferencia de que uno ya no participa de ella por culpa del carné de identidad.
El jueves cometí el grave error de verme arrastrado por mi grupo de amigos puretas a la calle del Infierno. Hay cierta tradición de cruzar las líneas enemigas de Costillares para rematar la noche comiéndonos el gofre más guarro de Belinda. El contraste no podía ser más salvaje. Veníamos del Labradores de escuchar el concierto de Los Mickis y sus canciones de los años 60, en un guateque del que nos sentíamos orgullosos de no participar del todo porque algunos temas eran de cuando hicieron la comunión nuestros padres. El golpe de realidad, tras revestirnos de la juventud que afloró mientras veíamos a señoras y señores ya mayorcitos dando botes con el «viajamos a Mallorca», fue cuando llegamos al entorno del Canguro. Es un clásico que quien suscribe se quede en tierra con los bolsos de nuestras mujeres. No hay necesidad de sufrir. En mi época adolescente de la que afortunadamente se conservan escasas estampas contrarrestaba mi jindama a los cacharritos dando puñetazos a la máquina de boxeo para demostrar que había un machote debajo de esa percha en la que me convertía cada vez que las niñas decían de subirse al Ratón Vacilón con su insufrible «ay que te como» en bucle. Pero en ese ratito que el jueves estuve bajo el Canguro analicé el entorno hostil donde me encontraba y llegué a la conclusión de que las favelas de Río y el Bronx neoyorkino deben ser lo más parecido a la calle del Infierno a las cuatro de la mañana. Entre los especímenes que por allí se movían había padres muy jóvenes que iban puestos hasta las manillas, bailando el 'break beat' de la Penélope y tirando de niños que no llegaban ni a los cinco años; cada diez metros había puestecitos ambulantes que vendían con total impunidad lotes sin que apareciera un solo policía por este espacio convertido en purgatorio, donde los desdentados nos acechaban por ir enchaquetados como si estuviéramos allanando su territorio. Aquella aventura acabó con mi tradicional gofre de Kinder y prometiéndome no regresar a aquel averno... al menos hasta el próximo jueves de Feria.
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