Tribuna Abierta
A propósito de la política
La política se ha convertido en una guerra permanente, una posición radicalmente contraria a la propuesta del contrario, con independencia de su posible bondad
Antonio Moreno Andrade
He presenciado, a ratos, el debate celebrado en el Parlamento acerca de la corrupción. Pensaba mucha gente que el presidente se referiría a los casos surgidos en su entorno, pero no fue así, como realmente era de esperar. Cual ocurre en todos los acontecimientos de ... esta naturaleza, podía perfectamente haberse omitido pues las consecuencias son siempre nulas. Contra toda lógica, el presidente hizo caso omiso a lo que allí interesaba y empleó gran parte de su intervención a arremeter contra el principal partido de la oposición, originándose una trifulca que a nada conducía, reproducción de otras tantas que se habían sucedido en el tiempo.
Lo ideal sería que los partidos se respetaran y procuraran llegar a consensos constructivos. Por contra, la política se ha convertido en una guerra permanente, una posición radicalmente contraria a la propuesta del contrario, con independencia de su posible bondad. La concordia se erige en un imposible y no existe resquicio alguno para que las posturas se acerquen y se aquieten al logro del bien común. El escenario se extiende a todos los ámbitos administrativos y así, las comunidades autónomas y los ayuntamientos constituyen circos de enfrentamientos insólitos donde lo que menos importa es el bienestar de la ciudadanía. Los insultos se suceden y las soeces descalificaciones son frecuentes, acreditándose una escasa entidad intelectual y moral. Unos y otros inciden en la misma actitud y se entregan a la misma torpeza.
Así ocurrió en el pleno sobre la corrupción. Resulta incomprensible que frente a la terrible tormenta que asola al presidente del Gobierno, no hiciera él mismo referencia prácticamente a nada de su incumbencia y adoptara una actitud lacrimosa y altanera a un tiempo, mediante la famosa fórmula del «y tú más». Bien se podían haber ahorrado tan bochornoso espectáculo, que cada partido aprovechó para largar su discurso siempre reivindicativo, si bien es justo destacar el sólido y bien construido alegato del jefe de la oposición. Los socios del Gobierno amagan con reprocharle sus disparatadas circunstancias, pero al final fijan su vista en el pesebre y acaban aquietándose a quien les beneficia a cambio de incuestionables réditos.
El problema de la controversia entre partidos no es privativo de España, si bien aquí se produce con escasa finura; el Parlamento es un campo de batalla que se desenvuelve sin el más mínimo respeto entre los contendientes y una nula preocupación por lo que de verdad importa. Nada parecido a la verdadera política, instrumento constructivo para la paz y el progreso. Decía Aristóteles que la política es una forma de mantener a la sociedad «ordenada « con normas y reglas. Para el filósofo, la ética examina el bien del individuo, mientras que la política examina el bien de la ciudad-estado, que consideraba el mejor tipo de comunidad.
Todas las teorías y consideraciones que luego se han desarrollado sobre la política se han basado inexcusablemente en esas definiciones básicas, que permiten afirmar que la política debe ser un instrumento del bien, un cauce de entendimiento entre opiniones diversas y un modo de acercamiento de posturas alejadas. Se requiere, obviamente, para ello una disposición anímica constructiva, un deseo de acercamiento y respeto. Ciertamente, esa dimensión ha ido desvirtuándose con el tiempo hasta llegar a estos en que política se presenta como un mal inexpugnable, que acaba mereciendo el desprecio de la ciudadanía, destinataria de su acción.
El fenómeno sistémico en que acaba una mala praxis de la acción de gobierno, uno de los más preclaros al menos, es la corrupción que se anida en el seno de los partidos y expande sus efectos perniciosos sobre la propia sociedad. Poco a poco, el presidente se ha rodeado de políticos corruptos, cuyas tropelías tenía que atisbar al menos. La cuestión no se puede solventar mirando a otro lado y renunciando a amistades cercanas como método evasivo sino que hay que atajarla situándose al lado de la Justicia y contribuyendo a laminar sus efectos, restituyendo la situación a su previa normalidad.
Sin embargo, esta distracción le permite ignorar otras realidades acuciantes, que importan sobremanera a los españoles. La sanidad, la enseñanza, la cultura, la igualdad verdadera, el fenómeno migratorio son realidades imposibles de ignorar. La acción política sancionada en Cataluña en materia impositiva constituye un infamante menoscabo de la igualdad entre los españoles, que se realiza exclusivamente para asegurar su permanencia en el poder. El desastre acaecido en la localidad de Torre Pacheco tiene, en gran parte, su origen en la nula política de migración, la ausencia de una normativa sólida que regule la legalidad de los flujos migratorios en un país que, situado al sur de Europa, es claro perceptor de las más variadas venidas de ilegales. La mera distribución de los menores entre las distintas comunidades es ejemplo de una postura política contraria a la igualdad y que se ha manifestado en muchos casos con escenarios de violencia de estos menores ociosos que captan lo peor de la sociedad.
La política, su perverso ejercicio, es un señuelo para muchos ciudadanos. Asistimos a casos de violencia inconcebibles donde las pistolas y los cuchillos sentencian continuamente situaciones vecinales adversas y se acrecientan los crímenes pasionales en un escenario sin solución. La política abandona así su fin de instrumento del bien para plantearse como perverso método de agresión. Y así nos va.
Magistrado
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