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pincho de tortilla y caña

Cerca del mar

Todo muta a su alrededor, pero el mar permanece sin más alteraciones que las de su temperamento cambiadizo

Un lugar en la historia

Lujuria

Luis Herrero

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Volver a ver el mar –creo yo– es la experiencia más parecida que se puede tener a viajar en el tiempo. No soy capaz de imaginar otro escenario terrestre cuyo aspecto se haya mantenido inmutable por los siglos de los siglos. Esa misma inmensidad ... azul que desemboca en la única línea recta que se permite la naturaleza es la misma que descubrí con asombro cuando era niño. La veo ahora igual que entonces, tal como la vieron antes que yo los ancestros de mis ancestros y como la verán, si no sobreviene la hecatombe que anuncian los agoreros del cambio climático, los descendientes de mis descendientes. Todo muta a su alrededor, pero el mar permanece sin más alteraciones que las de su temperamento cambiadizo. Su orilla, si la contemplamos de espaldas a la acción depredadora del hombre, es el único lugar donde los recuerdos no necesitan recrear paisajes desaparecidos. Por eso su poder evocador se vuelve prodigioso. Podemos vernos a nosotros mismos en cualquier punto de la línea del tiempo en la que hayamos realizado alguna otra vez esa misma acción contemplativa. Desde la terraza ajardinada de mi apartamento veo el mar a lo lejos, pero a un par de árboles de la urbanización, colocados a mala idea por algún paisajista sin escrúpulos, les da por crecer cada año más de la cuenta y me arruinan el panorama. Cada verano tengo que pedirle permiso a mis vecinos para que me dejen podarlos y pueda recuperar la visión que da continuidad a mi existencia. Me cuesta vivir sin ver el mar. Echo de menos el saludo panorámico que me devuelve cada vez que le miro. Es patente que me reconoce y que, como me pasa a mí con él, siempre me ve con el mismo aspecto que tenía el día que nos conocimos. Manuel Vicent afirma que todo escritor se mide frente al mar. A Joseph Conrad también le he leído consideraciones parecidas. Yo creo que el reto puede hacerse extensivo a todos los seres humanos. El mar es el espejo que nos devuelve la imagen de nuestro verdadero yo. Todo hombre se mide frente al mar porque es allí donde se mide frente a uno mismo. Incluso los indígenas de los lugares más rocosos de la tierra tienen nostalgia del mar. El ser humano que muere sin haberlo visto al menos una vez en su vida se lleva a la tumba una deuda insatisfecha. A distancia, el mar siempre es un buen amigo. Incluso cuando brama y se encabrita con rizos de espuma. Su fiereza, observada a buen recaudo, es hermosa e inofensiva. De cerca es otra cosa. Dejarse abrazar por él, adentrarse en su regazo, puede salir muy caro si está de malas pulgas. Y no siempre es fácil averiguarlo. El muy ladino puede atraerte fingiendo amabilidad y luego dejarte a merced de una resaca asesina. Gracias a Dios eso no ocurre a menudo. La mayoría de las veces su abrazo es tonificante, como el de las buenas personas, y a mí me ayuda a sobrevivir. Pincho de tortilla y caña a que sin él nuestra existencia sería manifiestamente mejorable.

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