LA TERCERA
La épica
En el poema épico la acumulación de descripciones y anécdotas permite comprender que la poesía está más allá de la historia, más lejos del testimonio, en la otra cara de la acción
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Jorge Urrutia
Hace medio siglo, José Gerardo Manrique de Lara, poeta oscurecido por la pléyade del momento, planteaba la necesidad de una nueva poesía épica. Justo Jorge Padrón emprendió después varios volúmenes de un canto a las islas Canarias. Mas cuando el premio Nobel jamaicano Derek Walcott, ... en 1992, intentó trasladar la Odisea y la Eneida al Caribe, no hizo sino una propuesta dramática. Antes, el poeta barcelonés Jesús Lizano, lúcidamente, había comprendido que la épica no plantea problemas formales, ni siquiera históricos, sino ideológicos, y consideró el héroe como un hombre común, como un obrero: «Mi padre sale todas las mañanas/ cuando todavía duermo./ Va a la fábrica./ Allí se reúne con muchos hombres/ y trabaja./ Trabaja todo el día./ Comen en la misma fábrica…».
La épica responde a los períodos de crisis de las sociedades que íntimamente aspiran a ser nación. Crisis fundacionales, crisis de crecimiento, crisis de definición. El 'Poema de Gilgamesh', en los albores de la historia, demarcaba los límites entre la vida, la muerte y la inmortalidad; la Iliada fijaba para Grecia una frontera que asegurase el paso de los Dardanelos; la 'Chanson de Roland' cuestionó por vez primera qué pudiera ser Francia; el 'Poema del Mio Cid' ofrecía una moral en la sociedad de los nuevos reinos que se constituían o, 'last but not least', los poemas en torno a la batalla de Kosovo, de 1389, justificaron la inútil resistencia serbia frente a la invasión otomana.
Cuando la Europa renacentista decida regresar a la poesía épica, lo hará como ejercicio retórico y estilístico, hasta que la conquista americana obligue a plantear nuevas relaciones y preguntas ('La Araucana', 'Elegías de varones ilustres de Indias', el tardío 'Alteraciones del Dariel'). La conquista de América desequilibró muchas creencias que se entendían inamovibles: el concepto de naturaleza, las seguridades étnicas, los modos de vida unitarios, y se confunde la interpretación bíblica… Si Colón, desde la desembocadura del Orinoco, asegura a los Reyes Católicos que se halla en el Paraíso Terrenal, y si el Génesis afirma que se expulsó a los hombres de allí, ¿qué personas encontró el almirante? Horas de reflexión salmantina motivó el asunto. La épica renacentista española intentará responder a los nuevos problemas que surgen. «Veréis muchos varones ir en una/ prosperidad que no temió caída/ y, en éstos, esta misma ser ninguna,/ de su primero ser desvanecida/ usando de sus mañas la fortuna/ en los inciertos cambios desta vida», dicen versos de Juan de Castellanos.
La épica que hemos venido en denominar 'fundacional' no se escribe en todas partes al mismo tiempo, ni siquiera por idénticos motivos. Las condiciones históricas la justifican. En España se constituyen naciones fluctuantes con motivo de la llamada Reconquista. Es el periodo clásico de nuestra épica, mantenida en el romancero como relatos tradicionales en verso. En la Francia del siglo XVIII, en cambio, antes de que estalle la Revolución, conviene asegurar la autoridad del reino sustentado por un débil Luis XV. Voltaire pretende hacerlo al afirmar que la síntesis de los dos países históricamente enfrentados, el católico y el protestante, convergieron en la persona de Enrique IV, abuelo de Luis XIV. En 1723, escribió el poema épico 'La henriade', que busca asegurar cómo, con aquel rey, la discordia nacional al fin se había diluido en la noche.
La épica hispánica se revitalizará, en el siglo XIX, primero con los romances de los desterrados, luego con las independencias americanas, los nuevos países deben definirse territorial, política y racialmente. Ello explica tantos poemas hispanoamericanos que buscan las raíces en la diferencia, el pasado indígena, como el dedicado a Anacaona por la dominicana Salomé Ureña, o Tabaré, del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, una epopeya «de aquella raza que pasó desnuda/ y errante por mi tierra,/ como el eco de un ruego no escuchado/ que, camino del cielo, el viento lleva». Esta literatura busca la posibilidad de construir la nación desde el mestizaje. José Hernández, en 'Martín Fierro', querrá convertir en héroe al personaje popular capaz de superar la dialéctica de civilización o barbarie.
Durante la Guerra Civil española, los intelectuales de la revista 'El mono azul' animarán a recuperar desde el combate el romance como poesía heroica. Pero el romancero, aunque siguiera cantándose, ya no respondía a la creación popular y fueron los poetas cultos quienes se lanzaron animosos a escribirlos. Aunque mucha gente del pueblo quiso seguir la consigna con ahínco, desde la importante revista 'Hora de España' se advirtió de que era la búsqueda de una reliquia folklórica. No es posible la épica de la realidad presente.
Tampoco el mundo contemporáneo reserva lugar para la poesía épica. Otros medios creativos vienen a cubrir las necesidades de construir mitos populares. El cine en sus distintos soportes y proyectos trata los temas tanto con apariencia de ficción como de testimonio. En la sociedad del espectáculo todo parece tan evidente que no queda espacio para el mito duradero. Vimos que, para Jesús Lizano, la épica debía convertirse en una expresión de clase. Pero ¿cómo determinar hoy las clases sociales? El presidente de un gobierno izquierdista, el director de un banco y un poderoso capo de la droga probablemente pertenecen a la misma clase, incluso pudieron estudiar en el mismo colegio. Tal vez ese último tenga una trayectoria más épica.
Según los textos mesopotámicos, sus héroes vivían cientos de años, nosotros vemos morir cada día a varios en el televisor. La épica exige intemporalidad, al menos, una mínima permanencia. Los héroes épicos no lo son por lo que logran sino por cómo son. Los héroes deportivos no nos salvarán de la amenaza diaria pues resultan rápidamente sustituibles.
En el poema épico la acumulación de descripciones y anécdotas permite comprender que la poesía está más allá de la historia, más lejos del testimonio, en la otra cara de la acción. Si dejamos de lado el empeño por descubrir la verdad de lo que cuenta, la exactitud de los hechos, cómo se construyen las naves y se levantan los muros, queda lo inaprensible, la sugerencia, el halo del sentimiento, la exactitud de la palabra, lo que de verdad conmueve a quienes escuchaban el monocorde recitado en la plaza o leen en el silencio de la estancia. En la sensación de temor o de alegría, de amor o de esperanza, de perfección y de belleza, viene a reposar la literatura. Pero dejamos que nos cerque lo concreto, la anécdota, el presente más miserable y encerramos la épica en el ataúd de la desilusión.
Es catedrático emérito de la Universidad Carlos III de Madrid
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