lapisabién

Bahamontes

De las glorias deportivas que campeaban por aquella España yo, niño al que como a Valle-Inclán le falló la época, sólo tuve conocimiento por retazos del No-Do en VHS y por la curiosidad malsana de las hemerotecas. Nadie que viva hoy vio a ... Joselito y a Belmonte, y sin embargo ahí quedan. En las discusiones más profundas de los aficionados. Los toros que no vi van marcando una forma de ser; los toros y el llorado Federico Martín Bahamontes, que se ha ido, se nos ha ido, ahora que en el ciclismo la épica le ha ganado al cálculo.

Cuestas toledanas cuando la chicharra caía de pleno del río al altozano del Alcázar, ascensos de verdad que tanto tenían de torería, de bendita locura. Que si he traído aquí a Joselito y a Belmonte es porque la muerte de un torero o la de un ciclista es un descosido a algo que creíamos eterno. Amanece con calor de fragua en Toledo, en Valladolid, y la muerte de Bahamontes da en la pachorra de verano un golpazo, como lo dio la de Camarón, la de Lola, la de Carmen Sevilla, la de Fandiño.

Yo quisiera ser esa España pegada a la radio, en el bar, quizá con Matías Prats abuelo en la Telefunken contando las gestas de un español por una Francia a la que el asfalto también llegaba tarde. Coñac y aplausos en un chiscón de Toledo, ventilador renqueante, y los niños obnubilados por el Águila de Toledo y lo que narraban de él, envuelto en la mítica. Bahamontes parecía inmortal, y, tan de cuestas, ha ido a morir al llano infinito de Pucela. Allá donde al alcor lo llaman monte.

Los que fraguaron el mejor deporte sobre la tierra tienen algo que los hace presentes por siempre jamás. Y más cuando salieron de la España más pobre con un hatillo en busca de la puerta grande o la enfermería. Cuando paseaban la elegancia mísera del español cruzando los Pirineos. Con esa galanura brava que ponía el pasmo en los rubicundos belgas.

Muchos torearon por quitarse el hambre, Bahamontes corrió por lo mismo y por nosotros, pecadores de otro tiempo.

Ido el hombre, empieza el tiempo de los titanes. En Toledo hasta las águilas lloran.

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