La tercera
¿Reino de la fuerza?
Ucrania está subvirtiendo la noción misma de 'catástrofe' al rechazar la suerte de convertirse en su desventurada víctima
Antonio Gramsci: el mito y el hombre (6/6/2023)
Izquierda y derecha (5/6/2023)
Sigue en directo la guerra Ucrania-Rusia
Erik Varden
El pasado 9 de mayo pasado me encontraba en el tren que va de Premislia a Kiev. En la tensa calma de la noche, mientras llovían misiles sobre mi ciudad de destino, leía el ensayo de Simone Weil 'La Ilíada o el poema de la ... fuerza', escrito en 1940. Weil sostiene que el verdadero sujeto de la epopeya de Homero no es la agencia del ser humano, del estado o de la ideología, sino más bien la fuerza impersonal, «la fuerza que emplean los hombres, la fuerza que somete a los hombres, la fuerza ante la cual se retrae la carne de los hombres». El tirano que se sirve de la fuerza para su propósito hace de su hermano un esclavo, un 'aprosopon' que dirían los griegos, una no-persona sin derecho a un nombre o a un hogar. La fuerza convierte a los humanos en cosas, a las tierras en territorios. «La violencia, escribe Weil, aplasta a los que toca. Termina por parecer tan exterior al que la emplea como al que la sufre», reduciendo la vida y la muerte a abstracciones cuantificables.
El tren llegó a Kiev a las 9.55, justo en horario. A las 10 en punto –Kiev y Moscú están alineadas en el mismo huso horario– comenzó un desfile en la Plaza Roja para conmemorar «el 78 aniversario de la Victoria de la Gran Guerra Patriótica de 1941-1945». Según la página web del Kremlin participaron 8.000 efectivos, «entre ellos 530 soldados de la operación militar especial». Lo encabezaban los vehículos blindados, que incluían los flamantes Spartak y 3-STS Akhmat, «presentes en el desfile por primera vez». Si alguna vez hubo un despliegue de fuerza instrumentalizada fue este.
El presidente de Rusia lo anunció como una movilización y aventuró que Rusia era objeto de una agresión: «Una verdadera guerra está siendo librada contra nuestro país», dijo; un choque de civilizaciones, una confrontación de ideologías, como si la fuerza sin rostro estuviera desatada y requiriera contención. Destacó que Rusia se había levantado en el pasado para liberar a Europa de los males que el continente había engendrado y que lo haría de nuevo. Su discurso se refirió a la «escoria neonazi en todo el mundo» y a la «catástrofe» en Ucrania. Concluyó con el grito: «¡Hasta la Victoria! ¡Hurra!».
Es posible que el presidente ruso sea muy versado en griego. No apostaría por ello, aunque tampoco lo excluyo. Describir lo que está ocurriendo en Ucrania como una «catástrofe» demuestra en cualquier caso agudeza, sea consciente o inconsciente. En un sentido lato, la palabra significa 'desastre'. El término no es una exageración. Recorrer el largo muro azul del monasterio de San Miguel en Kiev, cubierto de las fotografías de los hombres y mujeres muertos por las fuerzas de ocupación a partir del 24 de febrero de 2022, significa enfrentarse al costo humano del inicuo ataque perpetrado en Ucrania, además de los ocho millones de exiliados en el extranjero y los cinco millones de desplazados dentro del país. Sin embargo, el término 'catástrofe' puede tener otro significado más sutil. Indica un giro repentino de la fortuna, una recomposición del tablero. También este sentido es apropiado. Algo novedoso está surgiendo ante nuestros ojos si decidimos verlo y no miramos a otro lado por aburrimiento o cansancio informativo.
Pasé la tarde del 9 de mayo en Bucha, Irpin y Makariv, lugares cuyos nombres han adquirido una resonancia casi mítica debido a las atrocidades cometidas por los esbirros de la autoridad que en la Plaza Roja se presentaba como una fuerza de liberación. La estrategia seguida es la muy practicada 'tierra quemada'. Yo había localizado estas ciudades en el mapa; así y todo, cuando me condujeron allí, me impactó su cercanía a la capital. Que los tanques rusos no llegaran a la iglesia azul de San Miguel, que la campaña no hubiera concluido con el asalto de tres o cuatro días anunciado casi con desdén, son ejemplos de la 'catástrofe'. Una revolución de las expectativas tuvo lugar, sorprendiendo a algunos ejecutores. La fuerza había sido desviada; nombres y ciudades permanecían intactos. Cientos de personas habían perecido cruelmente, muchas casas habían sido arrasadas. Sin embargo, Ucrania estaba aún en pie. Y continúa, con una fisonomía quizás aún más clara y determinada que antes. Esto también es una 'catástrofe' no deseada por el agresor, que comprende ahora que la fuerza no es unilateral.
El año pasado escuché a Volodímir Zelenski comentar una victoria reciente en un programa de la BBC. Los rusos habían sufrido pérdidas. Zelenski reconoció el avance de su Ejército, pero agregó que las bajas rusas no le causaban alegría: «Esos hombres también tenían padres». Que el jefe de un Estado en guerra dijera eso de su invasor es catastrófico. Significa rechazar que él mismo u otros sean despersonalizados por la fuerza. Zelenski no tiene una visión romántica de su país. Durante años fue la estrella de la serie de televisión 'Servidor del pueblo', una comedia satírica sobre la generalizada corrupción institucional y social del país. Reconoce las componendas a las cuales tiende la gente, también en Ucrania. Al mismo tiempo, insiste en que hay condiciones y valores sobre los cuales no es posible transigir. La banda toca melodías diferentes y marcha a un compás distinto en Moscú y en Kiev. Oímos relatos opuestos, no solo acerca de las fronteras sino también sobre la naturaleza de la sociedad, la soberanía y la verdad. Estos relatos son incompatibles entre sí. Como dijo un profeta, cuando estamos sumergidos en una crisis deseamos que ésta desaparezca pronto y podemos ver tinieblas donde hay luz y luz donde hay tinieblas. Pese a ello, la noche sigue siendo la noche y no debe de ser confundida con el día.
El 10 de mayo almorcé con un trabajador social proveniente de Donetsk –«uno de los que nuestro vecino vino a liberar», según me dijo irónicamente–, en La Última Barricada, un restorán ubicado bajo la plaza de Maidán, el escenario de la 'Revolución de la Dignidad' de 2014. Para ingresar hay que atravesar un muro de hierro extrañamente decorado con 72 manos aplicadas contra la pared apuntando hacia arriba con las palmas iluminadas: setenta y dos manos buscando la luz: «una por cada año en el que Ucrania estuvo bajo el yugo soviético», nos explicó la camarera.
El drama que se vive en Ucrania no solo atañe a una «operación especial» que ya lleva quince meses. También revela y descifra una alianza con la fuerza que dura más de un siglo y que hoy solo se sostiene por la hipérbole retórica. «Nada es más raro, escribe Simone Weil, que un infortunio retratado con justicia». Ante el aparente ultimátum de la fuerza, tendemos a creer que «la catástrofe es una vocación innata de la persona desafortunada». Ucrania está subvirtiendo la noción misma de 'catástrofe' al rechazar la suerte de convertirse en su desventurada víctima. Es un esfuerzo digno de estima, no sin consecuencias para todos nosotros.
es obispo de Trondheim (Noruega)
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete