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BALA PERDIDA

La fotogenia del descuartizador

De Daniel no se comenta lo abismal de su conducta sino su tirón de maniquí

Una silla de felicidad

Potra salvaje

Ángel Antonio Herrera

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Si Daniel Sancho no fuera un guapo de póster, el caso Sancho se habría quedado en página volandera del temario de sucesos. Pero el tipo es un Brad Pitt de figuración, y la fotogenia ha ganado el sitio a la aberración. El crimen lleva ... durando más de un año. El tema no es un homicidio de palmeral sino un guaperas entre policías, a cargo del mal. A ratos, cuesta ver a Daniel como asesino, porque parece un actor que se empleara un momento en la reconstrucción de unos hechos, para una teleserie donde él es el protagonista de cartelera y no el culpable preventivo del descuartizamiento de un novio que no sabemos muy bien si es novio, o qué. Hay, en este caso insólito, ahí de fondo, un convulso conflicto sentimental, o sexual, pero más allá de eso ha importado la lujuria de un apolo yendo y viniendo al juicio, a la espera de patíbulo. La belleza despeinada de Daniel, que gusta la lámina dorada de surfista, es decisiva para que lo sórdido se aúpe como culebrón de telediario, porque un feo que descuartiza a un amante da para un pispás de aliño en un programa de la España negra. Y depende del día, que igual trae primicias, o no. Naturalmente, es falso que la belleza no abra puertas, porque hasta las abre a un homicida que se fue a una punta del mundo a hacer una barbacoa de barbarie. De Daniel no se comenta lo abismal de su conducta sino su tirón de maniquí de melena, o bañador. Eso, y que es hijo de quien es hijo, o sea, familia de Rodolfo Sancho, o sea, de Sancho Gracia. De manera que ha promovido la saga de actores famosos inaugurándose actor él mismo, según el guion de la recreación de cómo sucedió o no sucedió una noche que quizá va a costarle el resto de sus días. Sale, en lo alto de las portadas, entre Kamala Harris y Angelina Jolie, que ahora es Maria Callas. Con foto tamaño de galán. Prospera en Netflix una serie que aborda el caso, pero el caso ya ha venido consumiendo las dos alternativas posibles: la real, y la ficción. Y en ambas Daniel se encarna a sí mismo. No sirvió la fotogenia para absolverle. Pero casi sí.

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