Niños asilvestrados
POZUELO de Alarcón es una ciudad residencial -dormitorio- a diez kilómetros de la Puerta del Sol de Madrid. Vivo allí desde 1975, cuando no llegábamos a 6.000 los vecinos inscritos en el censo. Hoy, sólo los de derecho, sobrepasan los 80.000. La edad ... media de los vecinos es sensiblemente más joven que la de Madrid. Un 20 por ciento de los residentes son inmigrantes, con un notable número de parados de la construcción, y el otro 80 por ciento lo integramos clases medias más o menos acomodadas en función del número de plazos que le falten a cada uno para rematar la compra de su vivienda. Es una concentración de rentas de esas a las que amenaza José Luis Rodríguez Zapatero y no es, de ningún modo, una población marginal.
En coincidencia con las fiestas patronales de Nuestra Señora de la Consolación, este pasado fin de semana se produjeron en Pozuelo graves y sintomáticos altercados. Unos cuantos centenares de jóvenes remataron un multitudinario botellón con un gran problema de orden público, asalto incluido a la comisaría local. El asunto ha trascendido a la información nacional y ya he leído y oído muchas valoraciones, algunas excesivamente comprensivas, en los diarios y en las radios al uso.
En lo que quisiera insistir, más que en los sucesos y su valoración penal e, incluso, más que en la responsabilidad civil subsidiaria de los padres con hijos energúmenos, es en la génesis de una situación que produce monstruos. Ante este tipo de sucesos se puede hablar de un ambiente social debilitado por una renuncia a la moral católica sin haberla sustituido, en todo o en parte, por una rígida exigencia ética y cívica. También del fracaso del sistema educativo en el que los alumnos y sus padres se permiten con estremecedora frecuencia la amenaza y la agresión a los profesores. Pero la gran causa que conduce a tan indeseables efectos está en los padres permisivos. Padres de niños de edad inferior a los siete u ocho años que sonríen mientras sus retoños arrancan las flores de los parques públicos, gritan a todo pulmón, corretean por entre las mesas de los restaurantes, tiran piedras a los cristales... Niños asilvestrados que, cuando crecen, atacan comisarías. María de Maeztu, una de las grandes educadoras de la Institución Libre de Enseñanza, decía que sí, que la letra con sangre entra... pero con la sangre -el esfuerzo- de los padres y los maestros. No van por ahí las cosas.
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