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Una raya en el agua

El buen abogado

Para desempeñarse en el mundo jurídico, Rivera habrá aprendido que un mal acuerdo es preferible a un buen litigio

Ignacio Camacho

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Cuando Albert Rivera comience a ejercer en el despacho jurídico que acaba de contratarlo, le convendrá explicar a sus futuros clientes el adagio primordial del buen abogado: que un mal acuerdo es preferible a un buen pleito. Sólo que quizá sea él, visto el final ... de su trayectoria política, el que primero tenga que aprenderlo, junto a la necesidad de evaluar bien las posibilidades de éxito antes de enredarse en un proceso. El olvido de esos dos axiomas es la causa de su ingreso, o retorno, al mundo del Derecho, en el que sin duda tiene buen futuro a condición de que su espíritu inteligente y despierto prime sobre el talante de soberbia autosuficiente que sus compañeros detectaban alarmados en los últimos tiempos. El bufete busca al Rivera que destacaba como líder brillante, seductor, inspirador, intuitivo: al dirigente resuelto, de ideas claras y discurso fluido, que levantó de la nada un partido, lo hizo crecer y supo rodearse de un competente equipo con el que plantar cara al chantaje del nacionalismo. Ése era el perfil sobre el que recayeron grandes expectativas que él mismo hundió cuando mejores cartas tenía para desempeñar el ansiado papel de contrapeso a la dinastía bipartidista; un formidable capital que dilapidó en una extraña cadena de errores suicidas para acabar haciendo mutis sin un mínimo atisbo de autocrítica.

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