Arrojarán a la mujer trozos de estatua
El hacha y la dinamita, el pico y el fusil de asalto han hablado en Afganistán. Con esas armas, los talibán han batallado contra un ejército de deidades budistas, que miraban petrificadas la carga de esta columna fanática que quiere reducir a polvo las huellas ... de una civilización. La comunidad internacional, el mundo entero, ha reaccionado unánime y contundentemente ante el atropello. Amenazan con retirar inversiones, ayudas; algunos grupos hindúes claman venganza —el ojo por ojo tampoco escapa a la metempsicosis.
Y este escándalo de carácter global hace inevitable la odiosa comparación: qué movilizaciones, qué acciones concretas más allá de algunas declaraciones desperdigadas en los titulares de los periódicos siguieron a las tempranas medidas de los talibán contra la educación, el acceso al trabajo y la dignidad de sus mujeres. Está muy bién la consternación de hoy, pero es también escandaloso que el mundo se irrite más ante la destrucción de una escultura que ante la humillación de una mujer. Y si es triste que, desde ahora, las estatuas serán sólo guijarros, más triste resulta que con esas piedras, en cuyo interior los dioses habitaron, los talibán sigan lapidando a sus mujeres ante los ojos atónitos del mundo. ¡Matar con un pedazo de Buda! No se me ocurre antípoda más perfecta de la civilización.
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