el caleidoscopio
La resurrección social de la Iglesia
La Iglesia tuvo con los Movimientos Parroquiales y Obreros en Galicia sus mejores momentos en los tiempos modernos
La Iglesia católica tuvo con Tarancón en España y con los Movimientos Parroquiales y Obreros en Galicia, en los años durante la Transición a la Democracia, sus mejores momentos en los tiempos modernos. Recuperara la convicción de la fe en tanto que compromiso con las personas y pueblos reales, como síntesis de la divino con lo humano. Fueron tiempos de gran creatividad teológica y cultural, que en la Iglesia derivaban del esfuerzo de actualización plasmados en el Concilio Vaticano II, que un papa fieramente humano, Juan XIII, abriera al mundo.
Hoy con el Papa Francisco retorna a esos orígenes permanentes, y entre nosotros se carga con voluntad de afrontar sin rodeos las demoledoras consecuencias humanas de la crisis económica. Que como siempre afecta particularmente a los grandes colectivos sin poder ni capitales materiales, a los más débiles, a los carentes de influencias y asideros sociales. El Informe de Cáritas, ong ejemplar, viene a plasmar ese compromiso a la vez que nos recuerda que la Sociología y la Economía han de ponerse al servicio del Bien Común.
Ninguna religión histórica, como el cristianismo, ha situado la igualdad entre los seres humanos como el centro insoslayable de su mensaje. Comunidad de iguales, mística de hijos/as de linaje divino común, víctimas de pesares compartidos debido a los fallos y cegueras humanas cuando en la construcción de los estados civiles y de las economías ya complejas, los gobernantes, ricos o cualquier variedad de diferenciación funcional, se endiosan y pierden el sentido y señas de identidad. Con la consecuencia demoledora de recordar la insoslayable necesidad de la solidaridad, que el anterior Papa, Benedicto XVI, concebía como necesidad de amor eficaz, útil, práctico, unidad de intención y realización.
El mundo moderno es ciudad de la política y del conflicto social, de la pugna por intereses, de la libertad para las ambiciones, nihilista e hipócrita, profesionalizado en el engaño y la manipulación de los demás. Que se ha sentido con una razón monopolizada por la crisis de modelos económicos y sociales alternativos y por lo tanto con licencia para explotar y marginar. La Iglesia lo ha captado y hoy no podía dejar hacer ni dejar pasar, por lo que ha optado, con delicadeza, sobriedad, recurso al análisis socioeconómico, de forma educada, contenida, pero decidida, por exponer el sufrimiento social que constata y asiste. Como llamada a la exigencia de otras vías, otros comportamientos, otros esfuerzos.
Ha vuelto a lo mejor de sí misma, y haciéndolo nos recuerda que hay un camino para la resurrección cívica de todos, para la recuperación de lo que fuimos hace no muchos años, un país de valores compartidos, más solidario, de inocencia voluntaria en aras de la paz y de todas las cohesiones solidarias que necesita un país humanamente avanzado. Sin poner en práctica esos valores no saldremos de la encrucijada de la crisis.
