La gran duda China: Trump, mal; Biden ¿peor?
Las elecciones tienen como telón la crucial «Guerra Fría 2» de chinos y estadounidenses por el liderazgo del mundo
Donald Trump vs Joe Biden | Resultados de las elecciones en EE.UU. en directo
Elecciones EE.UU. 2020: todo sobre la carrera a la Casa Blanca, en el Especial ABC

El formidable Henry Kissinger , judío alemán nacido a diez kilómetros de Nuremberg, presenta dos peculiaridades. Una es que sus 97 años está vivo. La otra es que además está muy lúcido. En noviembre del año pasado dio un aviso: «Nos encontramos en las ... estribaciones de una Guerra Fría entre China y Estados Unidos ».
La advertencia cobra interés viniendo del mago de la diplomacia que a comienzos de los años setenta abrió el muro con China a través de un simbólico y ocurrente campeonato de ping pong, que engrasó la histórica visita de Nixon a Mao en 1972. La tensión Washington-Pekín sobrevuela la votación del próximo martes: «Estas elecciones son muy sencillas: si Biden gana, China gana», ha resumido Trump , en un aserto muy discutido, incluso por estudiosos chinos. El conspicuo «sinófobo» Mike Pompeo , su secretario de Estado, ha llegado a afirmar que «hoy China es la peor amenaza para la seguridad, mayor incluso que el terrorismo».
Estaríamos ante uno de esos instantes de la historia en que se cumple el fenómeno que tan bien describió en su día Antonio Gramsci: «El viejo mundo está muriendo y uno nuevo pelea por nacer. Es la hora de los monstruos». Steve Bannon , el inteligente y turbio populista que inventó el trumpismo y luego cayó en desgracia, lo tiene claro: «Los dos sistemas son incompatibles. Uno tendrá que ganar y el otro perderá».
Muchos politólogos creen que el maestro Kissinger fue demasiado cauto. Para ellos, la «Guerra Fría 2» arrancó ya en 2018 y hoy está desatada. Los dos gigantes batallan en el frente tecnológico y comercial, con las represalias arancelarias de Estados Unidos por importe de 362.00 millones de dólares y los ciberataques chinos y los manejos sinuosos de sus multinacionales tecnológicas, plegadas a sus servicios militares de inteligencia. Se enfrentan en Taiwán, amenazado por Pekín y armado por Estados Unidos; también en el ya casi sometido Hong Kong y en el polvorín de las rutas navales del Mar de China. Se asiste a un espectacular rearme chino: su gasto militar ha crecido un 6,6% en este año de crisis, ya han abierto su primera base militar foránea -en Djibouti, en el Cuerno de África- y han botado su primer portaviones fabricado en casa. Las cifras de referencia señalan que Estados Unidos todavía barre a China en poderío bélico, con una inversión anual en defensa de 738.000 millones de dólares frente a 178.000 millones. Pero algunos analistas sostienen que el gap real en gasto militar respecto a la primera potencia se ha acortado a tan solo un 13%.
China ha expulsado a los corresponsales de los grandes periódicos estadounidenses y ha represaliado a Australia por cuestionar su vidriosa gestión del Covid. Trump ha cerrado el consulado de China en Houston, trata de acogotar a Huawei y TikTok y ha puesto en cuarentena las visas de los 360.000 estudiantes chinos que se forman en Estados Unidos (30 veces más que al revés).
«El virus chino»
También se debate, por supuesto, la respuesta de unos y otros ante la pandemia del Covid. «El virus chino», lo llama Trump con toda la intención, mientras en la televisión china se sigue la consigna oficial de mofarse de la incompetencia de Occidente (ante un virus que brotó en Wuhan). Los datos son demoledores: Estados Unidos declaraba esta semana 227.000 muertos y 8,5 millones de casos; China, solo 4.739 muertos y 91.271 contagios. Nadie se cree las cifras provenientes de una dictadura opaca, que primero ocultó la epidemia cuando saltó en Wuhan y luego tardó en dar aviso al mundo de su gravedad. Pero sirven a Pekín en la liza de la propaganda planetaria: «Los grandes logros de China en la pelea contra el covid-19 demuestran por completo las destacables ventajas del liderazgo del Partido Comunista Chino», alardeó Xi Jinping en un homenaje a sus «héroes» sanitarios, reivindicando a las claras la superioridad de la dictadura. Un portavoz del Ministerio de Exteriores, el lenguaraz Lijian Zhao, ha llegado a aventar la teoría conspirativa de que el virus lo llevaron a Wuhan los soldados estadounidenses que viajaron allí en octubre de 2019 para unos juegos militares.
La política exterior china se ha tornado agresiva, ellos mismos se jactan de denominarla «La Diplomacia de los Lobos»
La política exterior china se ha tornado agresiva, ellos mismos se jactan de denominarla «La Diplomacia de los Lobos». Lo que está dirimiendo por encima de todo es una crucial guerra intelectual entre la democracia liberal y el autoritarismo chino, que ahora se postula sin ambages como la alternativa correcta. En cierta medida, Estados Unidos ganó la primera Guerra Fría contra el comunismo gracias al imán luminoso de su cultura y su industria: el rock, los jeans, la comida rápida, Hollywood... Pero ahora son los chavales de Occidente los fascinados con TikTok, la aplicación china de vídeo para adolescentes vetada por Trump.

No parece que nuestros valores vayan ganando frente a la propuesta totalitaria. Un 20% del mundo es anti-chino , en especial el Occidente libre más puntero (y más después del destrozo del Covid). Pero el 70% restante contempla su modelo totalitario con admiración. Cuando se votó en la ONU una nota crítica sobre la brutal represión de los musulmanes uigures en los campos de reeducación de Xinjiang, 22 países votaron contra la represión china, pero otros 50 a su favor. Estados Unidos ha tenido que poner toda su carne diplomática en el asador para que sus «primos» británicos vetasen la adjudicación a Huawei de su red estatal de 5G. Pero Alemania todavía duda, a pesar de los apremios de Pompeo, y España sigue adelante con la controvertida opción de Huawei, que según Estados Unidos está al servicio de la inteligencia del PCC y operaría como un caballo de Troya en el corazón de los secretos de Occidente.
China seduce al mundo con planes globales de inversión, como la que llama «Iniciativa del Cinturón y la Carretera», un programa masivo de rutas marítimas e infraestructuras (oleoductos, líneas de alta velocidad euroasiáticas, puertos...), que ya apoyan 126 países. Algunos defensores del orden liberal lo ven como un añagaza que llevará a una dominación a través del poder blando. Una palanca más para hacer al mundo rehén de un Nuevo Orden Chino que supla al Consenso de Washington. Pero es muy difícil sustraerse al gran imán oriental, con sus 1.400 millones de habitantes/clientes. Alemania vende solo en China la mitad que en toda la UE; Volkswagen despacha allí más de cuatro millones de coches. El 20% de la deuda externa de África es china (se han enseñoreando del continente ante el repliegue europeo). Los préstamos chinos crecen más que los del FMI y el Banco Mundial juntos.
La estrategia en los días dorados de Kissinger era clara: acercarse a China, hacer pinza con ella, construir una Chimérica para arrinconar a la URSS
La estrategia en los días dorados de Kissinger era clara: acercarse a China, hacer pinza con ella, construir una Chimérica para arrinconar a la URSS, el enemigo real. Pero hoy el enemigo de Estados Unidos es China, que tras el llamado «Siglo de la Humillación», que va desde las guerras del opio de los años 40 del siglo XIX hasta el triunfo de la Revolución en 1949, se apresta a vivir «El Siglo de la Restauración».
«Esconde tu fuerza y espera tu momento», reza un dicho oriental. Ese momento parece haber llegado. A ojos chinos, los dos siglos de hegemonía occidental son tan solo un paréntesis anómalo en el largo devenir de la historia. Desde 1100 hasta 1800, China supuso un cuarto de la economía del mundo. Pero la Revolución Industrial viró el compás del planeta a favor de la «pequeña» Europa y más tarde, de Estados Unidos. En 1750, China e India aportaban 2/3 de las manufacturas mundiales. A las puertas de la Primera Guerra Mundial habían caído a solo un 7,4%.
Autoritarismo y pulsión nacionalista
Clinton fue un apóstol de la globalización y de abrir puertas a Pekín. Abogó por la entrada de China en la OMC, argumentando que serviría para reducir el déficit estadounidense en el intercambio comercial. En 2001, China ingresó por fin en el club del comercio global. Desde entonces el déficit comercial de EE. UU. con ella se ha multiplicado por cinco. También se ha incumplido aquella amable profecía de que más riqueza provocaría más apertura, un suave camino hacia la democracia. Ha sucedido exactamente lo contrario. El Partido Comunista Chino ya no enmascara sus ambiciones: «Ninguna fuerza detendrá a China y los chinos en su camino hacia adelante», advierte Xi Jinping, que desde su llegada al poder en marzo de 2013 ha incrementado el autoritarismo y la pulsión nacionalista.
El 73% de los estadounidenses tienen hoy una visión negativa de China, la peor en quince años, según la encuesta del Pew Research Center
En Europa, sobre todo entre la izquierda, solemos malinterpretar la crisis Estados Unidos-China como el fruto de una pataleta de Donald Trump. Una visión miope. Los dos partidos hegemónicos comparten su desvelo ante el riesgo chino (de hecho la demócrata Nancy Pelosi es una de las más duras críticas del pisoteo del PCC a los derechos humanos). Ese clima también palpita en la calle: el 73% de los estadounidenses tienen hoy una visión negativa de China, la peor en quince años, según la encuesta del Pew Research Center.
Gane quién gane, nadie espera que planteamiento estadounidense de fondo vaya a cambiar. «Ni Trump ni Biden llevarán una política amistosa hacia Pekín. Pero cuanto más se demonice a China, más unirán los chinos detrás de Xi», explica Yu Jie, del think-tank londinense Chatham House. Una frase irónica que triunfa entre los estudiosos apoya esa tesis: «Trump ha contribuido a hacer a China grande otra vez».
Las comentadísimas represalias arancelarias no han corregido apenas el déficit comercial norteamericano. Pero en todos sus mítines, Trump vende su liza con China como uno de sus logros: «He tomado acciones muy duras para confrontar la amenaza rampante de China a los empleos americanos. Les hemos cargado tanto [con aranceles] que hemos usado ese dinero para nuestros granjeros amenazados por ellos. Hemos conseguido 28.000 millones de los chinos. Pero si gana Joe el Soñoliento, China será la dueña de Estados Unidos. Preparaos para hablar en chino». Los demócratas pueden discrepar de los métodos efectistas de Trump, pero muchas de sus figuras reconocen que acertó de pleno en su diagnóstico respecto a China.
En Pekín muchos estudiosos consideran que a los jerarcas del PCC les gustaría otra victoria de Trump, y no porque haga menos daño a China, sino porque haría más daño a Estados Unidos que Biden
¿Quién desean los chinos que gane el próximo martes? Los servicios de inteligencia estadounidenses creen que prefieren a Biden, porque Trump es impredecible y un durísimo crítico de China. Pero en Pekín muchos estudiosos consideran que a los jerarcas del PCC les gustaría otra victoria de Trump, y no porque haga menos daño a China, sino porque haría más daño a Estados Unidos que Biden. Los chinos, que siempre piensan en un paciente largo plazo, no vislumbran tanto unas elecciones como el fin de una época. Lo último que quieren es que Estados Unidos vuelva a reafirmarse en sus valores y recomponga su coalición de campeón del mundo libre, destrozada por un Trump que no tuvo idea mejor que adular a los autócratas, incluidos Xi y Putin, e insultar a sus socios, empezando por Merkel. John Bolton ha llegado a acusar a Trump de respaldar en una conversación con Xi Jinping los campos de concentración en Xinjiang.
Joe Biden fue uno de los primeros senadores estadounidenses que viajó a China, en 1979. En una vista a Pekín en 2015, Xi lo saludó públicamente como «mi viejo amigo», un alto honor. Biden alardea de que conoce bien el paño, de haber mantenido «25 horas de cenas privadas con Xi». Pero en uno de los debates electorales de esta campaña se ha referido al líder chino como «un matón».

Entre el milagro económico y el robo
Frente al unilateralismo de Trump y su repliegue, la estrategia de Biden frente a China pasaría por recomponer la alianza de los principales países libres: «Si nos unimos a las otras democracias, nuestra fuerza se dobla. China no puede ignorar a más de la mitad de la economía global. Eso nos da una gran ventaja para marcar las reglas». En ese sentido, Biden resultaría, una vez pasados un par de años, más peligroso para los intereses chinos que Trump, pues su oposición resultaría más sólida. Siempre que no acabe cayendo en una pusilanimidad al estilo de la de su mentor, Obama.
La propia UE también ha calificado a China de «rival sistémico». En menos de siete décadas, los chinos han protagonizado el milagro de progresión económica más rápido de la historia, para convertirse primero en la fábrica del mundo y hoy en un titán digital que a veces ya aventaja Occidente. Pero también han protagonizado el mayor robo de propiedad industrial e intelectual conocido y la deriva autoritaria cobra lúgubres tintes orwellianos (ahí está, por ejemplo, su represión de los médicos que alertaron del primer brote del covid; o su sistema de crédito social, que catalogará a los ciudadanos según lo que revele su huella digital, espiada por el Gran Hermano del PCC, para premiarlos o represaliarlos).
Por desgracia, tanto Trump, de 74 años, como Biden, de 77, parecen políticos demasiado fatigados y analógicos como para dar con éxito esta nueva batalla decisiva para la preservación de la libertad.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete