La Rusia de Putin, el último imperio europeo con voluntad colonial
La guerra en Ucrania es un capítulo más en el histórico intervencionismo ruso en sus países vecinos
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Iniciar sesiónLa evolución de la guerra de Vladimir Putin contra Ucrania confirma su carácter colonial: el presidente ruso pretende extender e imponer su Ley marcial a pueblos, regiones, nacionalidades, grupos étnicos, culturales y religiosos condenados a aceptar, con violencia, la voluntad de un « Estado ... civilizador» , sometidos por la fuerza militar a la «misión civilizadora» de la capital del imperio.
Casey Michel , investigador del Hudson Institute, describe de este modo el origen último de la guerra: «Putin prolonga en Ucrania su comportamiento colonial en Chechenia, en Siberia, en Tartaristán . La historia de Rusia es un modelo de expansión colonial. Rusia es el último imperio europeo que ha resistido a todos los intentos de descolonización que permitieran la libre organización de los pueblos, escogiendo libremente a sus líderes y modelos de organización política». A juicio de Michel, «Europa seguirá siendo inestable y estará amenazada mientras los ucranianos y otros pueblos sigan sometidos a la voluntad colonial de Putin. El Kremlin seguirá siendo una amenaza colonial mientras no pierda su imperio».
A su manera, Putin comenzó «justificando» su intento de invasión en nombre de la ayuda rusa a las auto proclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, en la región del Donbás, donde los separatistas rusos (armados por Moscú) iniciaron una guerra de secesión contra Ucrania. Cien días después el pueblo ucraniano ha conseguido reconquistar buena parte de su territorio nacional. Pero los territorios ensangrentados de la República Popular de Lugansk y la República Popular de Donetsk continúan siendo el corazón militar, político y cultural de la guerra.
Veintidós «repúblicas autónomas»
En la Rusia de Putin existen veintidós «repúblicas autónomas», donde varias decenas de grupos étnicos, religiosos y culturales viven sometidos a la Ley marcial de Moscú. Históricamente, el hundimiento de dos grandes imperios europeos, Austro - Hungría, el Imperio Austro Húngaro, y la antigua URSS estuvo «acelerada» por la lucha por su independencia y libertad de los pueblos que deseaban vivir libres del yugo imperial. El derecho a la libertad de los individuos y los pueblos se impuso al yugo imperial.
A juicio de muchos especialistas, Putin teme los riesgos de implosión de la Federación Rusa. Rusia lleva treinta y cinco años, desde la primera batalla de los euromisiles (1977 - 1987), esgrimiendo el «sable» nuclear para neutralizar la resistencia de Europa y los pueblos sometidos a la «misión civilizadora» de Moscú.
Antes, durante y «después» de la guerra en curso, Putin ha usado la fuerza militar para imponer su voluntad en el Cáucaso, Georgia, Chechenia, Osetia del Sur, Abjasia, Crimea, siguiendo siempre el mismo «modelo»: Moscú «apoya» a grupos étnicos que repiten y obedecen sus consignas «separatistas», hasta imponer la Ley marcial rusa. En la frontera ucraniana, Moldavia es víctima de la misma agitación desestabilizadora en Transnistria, un Estado autoproclamado con apoyo militar ruso.
«En 2012 Putin publicó un ensayo presentando a Rusia como un 'Estado' civilización', cuya misión histórica era 'civilizar' a otros pueblos para imponerles la 'unidad espiritual' con Rusia», indica un historiador norteamericano
Timothy Snyder , historiador norteamericano, uno de los grandes especialistas internacionales en Europa del Este, pone en perspectiva el imperialismo colonial de Putin, de este modo: «En 2012, Putin publicó un ensayo presentando a Rusia como un «Estado civilización», cuya «misión histórica» era «civilizar» a otros pueblos, para imponerles la «unidad espiritual» con Rusia. En la Rusia moderna, la Rusia comunista, el imperialismo ha incluido siempre leyes que imponen la visión de la memoria histórica de los gobernante. La tentación de discrepar de esas leyes corre el riesgo de una respuesta militar, como ocurre en Ucrania, con su rosario de matanzas de masas, violaciones, deportaciones, destrucción de ciudades, siguiendo la tradición de la guerra colonial con violencia».
Alastair Bonnett , profesor de geografía social en la Newcastle University, establece una diferencia entre dos tipos de colonialismo: «La invasión de Ucrania nos recuerda que el colonialismo tiene muy diversas formas. En su tiempo, el colonialismo británico era un colonialismo de conquista de tierras lejanas. Los imperios eran asientos fragmentados de lejanos territorios. El colonialismo de Rusia, el colonialismo del imperio ruso, es distinto. Se trata de la expansión y absorción de territorios al este, el sur y el oeste».
Bonnett estima que Putin está «matizando» a su manera, ensangrentada, el colonialismo por absorción de cierta tradición rusa: «El intento de invasión de Ucrania pone de manifiesto una nueva manera de leer e interpretar la historia colonial rusa . Putin parece estar convencido que las tierras próximas a Rusia no son auténticos países, auténticas naciones: para él, la guerra no una invasión, si no una medida militar imprescindible para preservar el orden imperial ruso».
Los «puntos de vista» putinianos, militar e institucional, son sencillamente indisociables, desde veinte años.
Veera Laine, especialista en las nacionalidades rusas, antes y después de las reformas y enmiendas constitucionales del 2020, insiste en la dimensión «legal» (rusa) que permite a Putin «justificar» sus intervenciones militares de carácter colonial: «A principios de la década de 2020, el nuevo liderazgo de Estado, en Moscú impuso como prioridad la centralización del poder, introdujo cambios institucionales, para evitar el riesgo de desintegración de Rusia. Los partidos étnicos y religiosos comenzaron a prohibirse. Las elecciones de gobiernos locales fue progresivamente limitada. La lucha contra el terrorismo de origen étnico justificó medidas policiales duras y centralistas. Los responsables regionales dejaron de llamarse presidentes, porque, en la Rusia de Putin solo podía existir un presidente».
Un general del arma aérea francesa, próximo al Jefe de Estado Mayor de los Ejércitos (JEME), que prefiere guardar el anonimato, para poder hablar con «plena libertad», comenta a ABC los orígenes y alcance de la batalla colonial en curso: «La situación actual es muy semejante a la campaña de los euromisiles, entre 1977 y 1987. Por aquellos años, la antigua URSS desplegó unos misiles de corto alance que podían destruir cualquier ciudad europea en pocos minutos, los SS-20 soviéticos. Contra esa amenaza, la Alianza Atlántica desplegó sus misiles Pershing. Tras un acuerdo, se firmó una suerte de «paz armada».
Incremento de armas nucleares
Lentamente, con los años, Rusia ha vuelto a incrementar su panoplia de armas nucleares de corto alcance. Ante la ausencia de respuesta Occidental , a sus distintas guerras coloniales, en el Cáucaso, en Crimea, Putin ha continuado creciéndose . Y vuelve a amenazar con usar sus armas nucleares, si Ucrania se resiste, si Europa responde, si la Alianza se refuerza. Es el mismo chantaje de la primera batalla de los euromisiles, pero, ahora, con mucho derramamiento de sangre, y desde una perspectiva abiertamente colonial. Putin ha lanzado una campaña colonial, enarbolando el sable nuclear».
En su día, Jean-Yves Le Drian , ex ministro francés de Asuntos Exteriores, avanzó esta respuesta apenas velada al presidente ruso: «Putin no debiera olvidar que la OTAN también es una alianza nuclear. Francia, también».
«Antiguas colonias soviéticas consiguieron independizarse, pero Ucrania es una obsesión para Putin. Y la prolongación del imperio ruso será una amenaza mientras dure», según un investigador
Advertencia clara y elíptica, al mismo tiempo, que tiene un «techo»: los aliados europeos insisten en sus proyectos de defensa; pero se trata de proyectos que tardarán años en ser una todavía lejana realidad operacional. Los mismos aliados europeos están divididos ante el futuro de la guerra. Los riesgos de tales divisiones, europeas y trasatlánticas corren el riesgo de la miopía histórica, que Casey Michel comenta de este modo: «Ante la oportunidad histórica del hundimiento de la URSS, Washington llevó a evaluar la posible desmembración del imperio soviético. Algunos consejeros del presidente Bush eran partidarios de acompañar el desmantelamiento del imperio comunista. Bush no deseó acelerar la desintegración soviética. Treinta años más tarde, Putin intenta restaurar el imperio ruso. Ante esa evidencia, en Ucrania, la decisión de Bush y los presidentes que siguieron parece pura miopía. Antiguas colonias soviéticas consiguieron independizarse. Pero Ucrania es una obsesión para Putin. Y la prolongación del imperio ruso será una amenaza mientras dure».
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