Las guerras cruzadas de Chechenia
Como hicieran los norteamericanos en Vietnam, los rusos intentan conseguir la «chechenización» del conflicto en la república caucásica, con la formación de una fuerza leal de nativos que asuma la parte más dura de la campaña. La nueva consigna, «que se maten entre ellos» y, sobre todo, que la guerra no vuelva a desbordarse y se plante en Moscú, como ocurrió en el teatro Dubrovka
Grozni, una ciudad en carne viva, en la que apenas queda piedra sobre piedra tras todos estos años de guerra
GROZNI. «El mundo entero les está contemplando, ya que han venido periodistas de todos los países, así que compórtense como corresponde a miembros de las Fuerzas Armadas», espeta el comandante ruso a las decenas de jóvenes chechenos, supuestamente recién llegados para alistarse a la sede ... de la Comisión Militar para Jóvenes en Grozni. Correctamente rasurados (algunos de ellos lampiños), la mayoría están vestidos todavía de civil y en sus rostros puede leerse una expresión entre miedosa y azorada.
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En los últimos años han vivido bajo bombardeos aéreos y de artillería, pero seguramente nunca se han visto bajo el objetivo de una cámara de televisión. La mayoría eran sólo unos niños cuando empezó la primera campaña rusa en Chechenia, en diciembre de 1994, que vino a interrumpir la guerra civil que libraba el régimen de Dudaiev contra la oposición; por ello, la paz es algo que apenas forma parte de sus recuerdos. En presencia de sus mandos, los jóvenes reaccionan con nerviosismo ante las preguntas de los periodistas y no se muestran especialmente locuaces. Isá, de diecinueve años, asegura que ha venido a alistarse para defender al pueblo checheno. Al señalarle que las Fuerzas Armadas rusas son acusadas de asesinatos y torturas contra la población civil, el futuro combatiente sonríe y se encoge de hombros, sin saber qué responder.
Soldados y torturadores
Yusup, un camarada de veintitrés años, acude en su ayuda: «Los rusos se portan bien al 50 por ciento. Depende de la persona. Desde luego que yo he sido testigo de atrocidades, igual que todos aquí». ¿Por qué, entonces, ha venido a alistarse? «Si no estoy aquí, en mi casa no corto leña. Es un dicho. Quiero decir que no tengo otro sitio donde encontrar trabajo». La respuesta de Yusup vale, sin duda, para todo el grupo. Con la economía del país devastada por la guerra, la Policía y las tropas del Ministerio del Interior son dos de los escasísimos lugares donde es posible encontrar un empleo de supervivencia. Al menos tienen el rancho asegurado, por mínima que sea la paga. Según el jefe de la Comisión Militar, Anatoli Riachov, 1.700 chechenos sirven en las Fuerzas Armadas rusas, 400 de ellos dentro de la república y el resto en otros territorios de la Federación; todos ellos son voluntarios.
Más significativa es la cifra de los policías chechenos, diez mil en una fuerza total de doce mil (los mandos son rusos en su mayoría), que patrullan en buena parte de la capital y que constituyen uno de los principales blancos de la guerrilla: 265 muertos en dos años. Riachov asegura que la primera labor de su comisión es ideológica, apartar a los jóvenes del extremismo. En las nuevas hornadas de policías hay antiguos «boevikí» (guerrilleros), reconoce, pero en general «sirven bien». No es ésta la opinión de muchos de sus camaradas, que insistentemente protestan por las acciones de «quinta columna» que atribuyen a parte de la Policía chechena. Además de otras labores, los policías chechenos tienen asignado el control de rutas que conducen fuera de la república, incluidas las que llevan hacia Moscú, indica Riachov. Al preguntar a Yusup si en su grupo hay antiguos «boevikí», el joven lanza una ambigua respuesta: «a eso no puedo ni quiero responder».
Como siempre en Chechenia, abundan las preguntas y escasean las respuestas, aunque algunos silencios son muy elocuentes. Como, por ejemplo, el de Vladimir Chernayev, vicefiscal jefe de la república, que al ser interrogado por los periodistas acerca del número de militares condenados por violaciones de los derechos humanos responde tranquilamente que «esa cifra la tengo, pero no se la voy a dar». Sí da a conocer, en cambio, el número de casos abiertos por su oficina en relación con dicho motivo, 78, aunque las organizaciones de derechos humanos hablan de centenares de desaparecidos y torturados. No es el Ejército el único que mata y secuestra, según dichos organismos, sino que, desde luego, también lo hacen las «bandas armadas» (en las que los rusos incluyen a toda la oposición independentista) En cierta medida, los rusos han logrado transformar el conflicto en una guerra civil chechena, que se libra paralelamente a la campaña principal.
Operaciones de limpieza
Las actuaciones del OMON checheno (las tropas de elite del Ministerio del Interior) durante las llamadas «zachistkas» (operaciones de limpieza) son ilustrativas. Recientemente, el comandante Gazhi Mugamedov llegó con su unidad a una pequeña aldea y sus efectivos rodearon el mercado. Los OMON chechenos procedieron a señalar a aquellos hombres con quienes tenían alguna cuenta pendiente, porque sus clanes estuvieron enfrentados durante la primera guerra o por motivos más antiguos. Los señalados iban subiendo a un autobús, muchos de ellos para no regresar más. Cuando las mujeres empezaron a protestar a gritos, Mugamedov dio una orden a uno de sus hombres, que se acercó a la multitud y asestó una patada a una de ellas. Las protestas cesaron y el OMON se retiró.
Una parte de las fuerzas independentistas chechenas se ha disgregado en bandas de entre quince y veinte hombres que se dedican al bandidaje puro y duro. Las fuerzas rusas están satisfechas porque han conseguido reducir el número de atentados a uno o dos por día, cuando a principios de 2000 eran más de treinta, según Salam Salamov, viceministro del Interior del Gobierno checheno. La sangría es constante y la situación recuerda más una «guerra de baja intensidad» que una «operación antiterrorista», como se empeñan en llamar los rusos.
Grozni continúa teniendo el aspecto de una ciudad bombardeada en la segunda guerra mundial, con controles militares en cada cruce, mientras entre sus edificios quemados y semiderruidos operan de noche unos doscientos guerrilleros, camuflados de día entre la población civil. Al sufrimiento cotidiano de la gente se ha añadido este invierno una tremenda ola de frío, con temperaturas de quince grados bajo cero. La salida del túnel no se vislumbra de momento y Moscú parece haber apostado por vencer por puro agotamiento, aunque son muchos los analistas que afirman que la guerra no se acaba debido a los intereses económicos para que siga la herida abierta
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