Orden de Malta
El minúsculo y olvidado país con 900 años de historia que dominó el Mediterráneo con Carlos V
La Soberana Orden de Malta, un minúsculo país con delegaciones en todo el orbe, lucha hoy contra «enemigos más crueles que los del siglo XI»: la pobreza y la necesidad
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Iniciar sesiónEl menú de hoy es arroz con lentejas, y María del Carmen lo reparte con una soltura que sólo dan doce años al servicio de los más desfavorecidos. Se niega a desvelar sus apellidos; no por modestia, sino por convicción. «Aquí todos somos iguales», afirma ... al son del cucharón. Tras el mostrador del comedor social San Juan Bautista de Madrid desfilan decenas de personas, como cada día. El servicio es duro, pero tiene las pilas cargadas: «Antes de empezar rezamos para que Dios nos ayude». La fe es el pegamento que une a estos voluntarios, además de una cruz blanca con nueve siglos de historia: la de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Con todos estos sobrenombres, uno por cada vez que fueron expulsados de un territorio.
María del Carmen no miente; todos los miembros y colaboradores de la Asamblea Española de la Soberana Orden de Malta –una de las delegaciones en nuestro país de este minúsculo y desconocido estado afincado en Italia– ayudan al prójimo. «Yo mismo acudo todos los jueves al comedor. Es importante dar ejemplo», explica a ABC su presidente, Ramón Álvarez de Toledo y Álvarez de Builla. Esa mentalidad, ese «espíritu melitense», es el que mantiene la orden religiosa desde que fuera fundada para cuidar y proteger a los enfermos en Jerusalén. Si en su momento lucharon por tierra y mar contra los turcos y la berbería para salvaguardar el mar Mediterráneo, hoy combaten contra un enemigo mucho más rudo: la pobreza y la necesidad. Es la nueva vida de los monjes guerreros del 'Mare nostrum'.
Policía del Mediterráneo
La sede de la Asamblea se halla a media hora en coche, en el centro de Madrid. Y en ella, al calor de una estatua de San Juan Bautista, se encuentra Carmen Aréchaga. La directora del Archivo Histórico del grupo aguarda cargada de datos: «El germen de todo está en las Cruzadas, en el 1048». En una era en la que Jerusalén estaba regida por los califas, unos mercaderes solicitaron permiso para asistir a los peregrinos cristianos que acudían a los santos lugares. Construyeron una iglesia, un convento y un sanatorio. «Con la bula de 1113, bajo la dirección del beato Gerardo, el papa Pascual II reconoció a la orden», completa. Unas décadas después quedaron establecidos los tres votos que debían regir la vida de los miembros: pobreza, castidad y obediencia. Amén de la protección a los enfermos.
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Cuesta condensar tantos siglos de historia, pero Aréchaga se esfuerza. La experta recuerda que, «con el ejemplo del Temple, solicitaron tomar el cuarto voto, el de las armas», para proteger las vías de comunicación y los centros médicos afincados en Jerusalén. Su símbolo fue la misma cruz blanca de ocho puntas que hoy se observa en sus centros sociales. Aunque insiste en que la decisión de asir la espada no les desvió de su labor hospitalaria: «En el siglo XII contaban con una farmacopea impresionante recopilada a través de Oriente Medio. También atesoraron una fama importantísima porque fueron revolucionarios: establecieron las camas individuales para enfermos, atendían a parturientas...». A pesar de todo, el empuje del Islam les fue expulsando, como a todos los cristianos, de Tierra Santa. Primero de Jerusalén, en 1187, y luego, en 1291, de San Juan de Acre.
No se detuvo en ese punto el viaje. Su siguiente parada fue Chipre y, poco después, Rodas. Allí construyeron nuevos hospitales, pero también una imponente flota para mantener a raya al enemigo musulmán. «Durante siglos fueron la policía del Mediterráneo. Se dedicaban en cuerpo y alma a entrenarse para combatir en las galeras desde su entrada en la orden», señala Aréchaga. Pero ni toda su fuerza terrenal y divina les permitió vencer a Solimán el Magnífico en 1523; el año negro en el que se vieron obligados, por enésima vez, a abandonar la ciudad que habían hecho crecer con su esfuerzo. Apátridas, sin tierra en la que afincarse, solicitaron ayuda; y el emperador Carlos V –sí, el nuestro–, respondió en 1530 ofreciéndoles la que fue su sede más popular: el archipiélago de Malta.
Así lo suscribe a ABC el asesor histórico de la Asamblea Española, Carlos Nieto: «El único tributo, simbólico, era entregarle anualmente un halcón maltés». Narra el experto, de voz jovial, que la llegada a la isla supuso un antes y un después. Los caballeros «se aristocratizaron» y la orden, soberana ya desde la época de Rodas, adquirió importancia internacional. Los grandes maestres eran representados «con pelucas, coronas y mantos regios», cual monarcas. Las miles de encomiendas que atesoraban por toda Europa sustentaban aquel comportamiento, lo mismo que su flota. Por ello estuvieron en todas las grandes batallas de la época, incluso en Lepanto. Y eso, a pesar de que habían sido diezmados por el turco poco antes. «Solo aportaron una galera... pero estuvo a la derecha del Papa», inquiere con orgullo Aréchaga.
Minúsculo estado
No hay suficientes líneas para explicar de forma minuciosa la importancia que la Orden de Malta adquirió durante los siguientes siglos. Entre el XVII y el XVIII se convirtió en un interlocutor necesario para todo aquel estado que contase con intereses en el Mediterráneo. Hasta tal punto que debería haberse llamado el 'Mare hospitalis'. Aunque nada dura para siempre y, como le sucedió a la vieja Europa, los aires revolucionarios franceses golpearon con fuerza los valores tradicionales de estos monjes guerreros. «En 1798, Napoleón Bonaparte se hizo con la isla durante su expedición a Egipto. Hay muchas teorías, pero la más extendida afirma que, como los caballeros habían jurado no luchar contra otros cristianos, se rindieron y se retiraron». Poco más podían hacer en realidad ante la 'Grande Armée' gala. Ningún otro país acudió al rescate; bastante tenían con lo suyo.
Una vez más, como en un triste 'déjà vu', la Orden de Malta quedó errante. Nieto define aquellos tiempos como un «siglo convulso» y extraño. No le falta razón, pues fue el zar Pedro I quien acogió en su seno a estos monjes guerreros «a pesar de que su país no era de gran tradición melitense y era un hombre de religión cismática». Carlos IV –sí, España de nuevo– acudió también al rescate y les tomó bajo su cetro. Un caos. La sede del grupo pasó por media docena de ciudades hasta arribar al fin a Roma. Para entonces estaban ya liberados de la pesada carga que suponían las labores militares y, con su restauración definitiva en 1879, los grandes maestres pudieron dedicarse a la labor originaria del grupo: velar por los enfermos y los desamparados.
Y hasta hoy. En la actualidad, la Orden de Malta apenas cuenta con territorio propio; tan solo un par de calles que le fueron cedidas cuando se estableció de forma permanente en Roma a partir de 1834. Sus sedes institucionales, en el corazón de la 'urbs eterna', son el Palacio Magistral en la Via dei Condotti –residencia del Gran Maestre– y la Villa Magistral en el Aventino. Pero eso no evita que sea un ente soberano y un sujeto de derecho internacional. Un microestado, vaya, con sus matrículas, sus pasaportes, sus sellos y sus embajadores. «Se relaciona con 112 países, la ONU y otros organismos internacionales. Con España, por ejemplo, mantiene relaciones diplomáticas desde 1970», incide Nieto. Y eso, sin contar con los prioratos, las asociaciones nacionales ubicadas por todo el orbe y los cuerpos de voluntarios.
Nueva vida melitense
De aquellos polvos, los lodos actuales. La Orden de Malta está presente hoy en 120 países a través de 13.500 caballeros y damas, 95.000 voluntarios y más de 50.000 trabajadores. Su obra benéfica no tiene parangón. Ejemplo vivo es la Asamblea Española. En Madrid, el comedor San Juan Bautista, abierto siete días a la semana, alimenta a entre 300 y 500 personas al día. Aline Finat, vocal hospitalaria, lo sabe bien; lleva años acudiendo al centro y, mientras hablamos, saluda a varios de los comensales que aguardan pacientes su turno. Conoce a una infinidad. Por el camino, repite el mismo mantra: «Hay que tratarles con muchísimo respeto. Mañana podríamos ser nosotros los necesitados». Ha visto de todo. «Cada vez vienen más divorciados que se han quedado sin dinero porque su vida se ha venido abajo».
Calle abajo, Finat nos acompaña hasta otro local. El reloj marca las cinco de la tarde cuando las puertas del centro asistencial San Juan Bautista se abren de par en par. En sus tripas aguardan varios médicos. «La mayoría trabajan a diario en otros hospitales, pero acuden por las tardes aquí para atender durante tres y cuatro horas a pacientes a un ritmo enérgico. Les estoy muy agradecida». La que habla ahora a ABC es María Luisa Fernández, marquesa de San Juan de Nieva. La directora del centro y Delegada de Proyectos Médicos lleva más de cuatro décadas en la Orden de Malta y otros tantos años en el dispensario. Al otro lado de la consulta, una cola inmensa; algunos niños juegan, otros ríen. «Atendemos a gente que no tiene tarjeta sanitaria, sin recursos... Es nuestra obligación melitense».
Fernández repite la máxima de su compañera: «En los últimos meses han empezado a venir pacientes crónicos que disponen de tarjeta sanitaria, pero que no pueden permitirse comprar las medicinas y abandonan el tratamiento». Ellos se las facilitan a base de donaciones y conciertos con diferentes entidades. No descansan nunca. Finat recuerda además que no solo disponen de atención primaria, sino también de una larga retahíla de especialidades: «Hay desde podología –las personas sin recursos caminan mucho con un calzado pésimo– hasta oftalmología, dentistas y fisioterapia, entre otras». Salimos de la consulta y nos topamos con un paciente. «¿Desde cuándo viene usted aquí?». Prefiere no dar su nombre, pero responde tras dejar su muleta a un lado y sentarse: «Casi ocho años entre este centro y el anterior». Tras la mascarilla se intuye una sonrisa: «Siempre me han tratado bien».
A la salida, Finat nos muestra también el ropero, donde arreglan y reparten prendas donadas. Y la lista no se detiene en ese punto. Recalca que la Orden cuenta con una residencia para mayores en Aldea del Fresno. La vida y los cuidados de los 76 ancianos recaen sobre los hombros de la Asamblea 365 días al año. Es su buque insignia en Madrid. Otro tanto sucede en toda España, donde abundan los comedores sociales, los dispensarios, las actividades para los más desfavorecidos... «Nuestro siguiente objetivo es abrir en la capital un centro laboral para que las personas a las que ayudamos puedan encontrar trabajo», desvela, en este caso, Álvarez de Toledo. Unos 700 caballeros y más de 1.500 voluntarios colaborarán para ello.
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Pero, según su presidente, la Orden de Malta se debe también a su labor religiosa. Y en estos años turbulentos no iba a ser menos. Los hospitalarios, que atesoraron unas 600 encomiendas en España, cuentan hoy con un puñado de propiedades a través de las que mantienen vivo el culto. La iglesia de la Vera Cruz de Segovia es una de ellas, aunque la que más sorprende es el Real monasterio de Santa María de Villanueva de Sigena, fundado en el siglo XII. Este edificio es el nexo entre aquellos monjes guerreros y los nuevos caballeros del siglo XX, como recuerda Álvarez de Toledo: «Unas monjas extranjeras nos dijeron que notaban el peso de ocho siglos de oraciones en sus muros. Eso, para nosotros, es un orgullo».
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