Entrevista
Lucio, el genio que hizo brillar los huevos fritos con patatas: «No quise estrellas Michelin. Les dije yo que no»
ABC habla con el tabernero más célebre de Madrid en el homenaje que la Cava Baja y los cocineros le han rendido tras toda una vida dedicada a la hostelería en Casa Lucio
Madrid
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Iniciar sesiónA Lucio Blázquez se le arremolinan los pasos en los pies y las anécdotas en los labios. Su cabeza va más rápido que sus piernas y, al 'trantrán', le adelanta por la derecha la sombra del niño de 9 años que llegó a Madrid ... desde Serranillos, su pueblo natal en Ávila, para labrarse un futuro. El 12 de febrero cumplirá los 90 con los deberes hechos.
Y todavía le rasca a la vida, con una sonrisa críptica, la peseta de su primer sueldo diario como lo hacía con picardía siendo crío en propinas a los clientes de El Segoviano. Compró ese mesón en el que trabajó desde los 12 años y en 1974 lo rubricó con su nombre y la buena estrella de unos huevos fritos con patatas epítome de lo español. «Soy un personaje irrepetible en la historia de España», zanja antes de empezar con una lágrima perdida, una sola, en su ojo izquierdo.
Lucio es duro, curtido por el trabajo, y con el corazón del tamaño del estadio Metropolitano en el que juega su Atlético de Madrid. «Vicente Calderón y Santiago Bernabéu han comido en mi casa. Soy atlético pero en el Real Madrid me han querido mucho. Bernabéu me quiso meter incluso en la junta directiva...«, cuenta mientras niega sonriendo la vieja oferta. Tiene eso sí un abono a su disposición cortesía de Florentino Pérez. »Para cuando yo pida, sin problema. Vaya donde vaya, a mí me tratan mejor que un ministro. Yo he dado de comer a todo el mundo«, presume.
No son las 14.30 horas aún cuando, ayudado por su hija María y con un pin rojiblanco, cruza la puerta de Casa Lucio buscando su mesa. En ella come casi todos los días con rigor litúrgico y acompañado siempre de amigos. «¡Ese ruido!», espeta, preocupado por el orden tras la barra dando fe de que, aunque ya no vista su chaqueta blanca, sigue siendo tabernero y, sobre todo, jefe. Una mirada suya basta y todos le entienden.
«Hay que tener cuatro huevos en lugar de dos para llevar un restaurante así, todos los días de tu vida»
Lucio Blázquez
Fundador de Casa Lucio
«Esto es muy difícil. Mucho. Hay que tener cuatro huevos en lugar de dos para llevar un restaurante así, todos los días de tu vida», explica. No se ha sentado todavía cuando le abordan clientes para pedirle una foto y el favor a bocajarro de un hueco sin reserva previa. «¿Quién no ha pasado por Casa Lucio? ¿Quién no ha sido amigo mío?», se pregunta llevando la mirada al techo que le ha visto servir a una nómina ingente de jefes de estado, reyes, artistas, cocineros y celebridades de todo el mundo –incluido medio Hollywood– procurando las mismas atenciones al prócer y al villano.
«También he echado a gente del restaurante y le he dicho que no quería clientes así en mi casa», revela sobre el lado menos afable de un negocio en el que es un pope. Con semblante de torero –casi todos se han sentado en sus mesas– dice: «Hay que poner la cara siempre. La buena», matiza. Lucio maneja la palabra a su antojo. Su tribuna siempre fue la cercanía bien entendida con la clientela. «Hay que saber cuándo meter baza y cuándo dar un paso atrás. Eso te lo da la experiencia», apunta. Algo que, a fuerza de aventuras, le sobra.
«Miro la hostelería de hoy y no entiendo muchas cosas»
«Miro la hostelería de hoy con mis ojos y no entiendo muchas cosas. Los restaurantes cierran pronto porque no saben quedarse con lo auténtico. Yo siempre me he quedado con lo auténtico, lo mejor. La mejor carne, el marisco, el jamón y... los huevos. Los productores de huevos me tendrían que haber regalado ya un avión», cuenta. Y en un alarde de castizo, más que madrileño de adopción por derecho, se vanagloria: «No quise estrellas Michelin. Les dije yo que no».
Sin ese avión, sentado a las puertas del 35 de la Cava Baja, Lucio parecía volar este martes 7 de febrero por sus recuerdos al ver la placa que Madrid, de manos de su alcalde y cliente José Luis Martínez-Almeida, descubría a trancas y barrancas en la fachada.
«Han cortado la calle para mí. Esto no lo he visto yo en la vida», se sorprendía rodeado de hosteleros y cocineros –Paco Roncero, Pepa Muñoz, Mario Sandoval, Sacha Hormaechea, Marián Reguera, Nino Redruello o Alberto Chicote, entre otros– en el homenaje organizado por la Asociación de Empresarios de La Latina. «Hoy soy el hombre más feliz del mundo. Ya puedo decir que soy campeón en algo», bromeaba antes de ceder la palabra al regidor.
La receta del éxito
«Eres un icono y un emblema de la ciudad de Madrid», destacó Martínez-Almeida. Para él, encarna todas las virtudes de un madrileño, «como tantos que vienen a conseguir sus sueños en esta ciudadporque precisamente no nació en Madrid». «Lo ha conseguido todo a base de trabajo y esfuerzo y lo ha hecho desde el talento», destacó, para concluir comparando Casa Lucio con «el kilómetro cero de la gastronomía en Madrid».
Agradecido, el tabernero más universal de la capital aseguró que «hay que estar contento con todo y con todos». Su receta para ser querido es sencilla: «ser buena persona, querer a la gente, ayudar a quien lo necesite, poner buena cara y decir adiós con gracia». También siendo discreto: «Yo he escuchado cosas en una mesa que habrían cambiado el rumbo del país», relata indicando con un gesto que sus labios están sellados. También para contar anécdotas de quienes considera ya amigos como el rey Juan Carlos. «Un medio extranjero dijo una vez que él y yo éramos los mejores relaciones públicas de España», recuerda.
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Siente orgullo de haberse hecho a sí mismo. «Soy muy exigente y, cuando algo ha salido mal, me castigo mucho», reconoce. «No hay que creerse nunca quién eres. Yo solo soy un hombre normal», añade sin ápice de falsa modestia.
Algo extraordinario, sin embargo, debe de haber en un genio de la hostelería de su talla, para elevar la sencillez aplastante de unos huevos estrellados sobre unas patatas fritas a la categoría de experiencia. Los han probado los mejores chefs del mundo, desde Ferran Adrià –para quien la yema de huevo es la mejor salsa posible– a Michel Troisgros.
Nueve locales de la Cava Baja reinterpretarán, desde este viernes hasta el 19 de febrero, su famoso plato: Capitán Alatristre; Julián de Tolosa; las posadas De la Villa, Del Dragón y Del León de Oro; Hopper; Lamiak; Los Secretos de Lola y la Gran Cava.
Quizá fue Lucio Blázquez quien inventó ese concepto experiencial tan extendido hoy en la gastronomía: comerse un buen plato, sí, pero rodeado de otros valores intangibles entre los que está él. «Nunca le he negado un saludo o una foto a nadie», destaca. «¿Salgo guapo?», pregunta en un ademán de coquetería. «Las mujeres me siguen llamando guapo y me piden salir a cenar», afirma con socarronería. Aún va a cenar fuera y se siente orgulloso de comer «de todo». Por la mañana, eso sí, solo fruta, un zumo de naranja «y unas pastillas que me mandó un amigo médico hace 30 años».
«Tengo los análisis de un niño, pero me fallan las rodillas», dice. Articulaciones curtidas en jornadas largas y algunas fiestas con lo más granado de la farándula. «Me he divertido, pero siempre sabiendo dónde estaba el límite», confiesa.
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Nombrar a la familia, pese a las horas invertidas en sus negocios –Casa Lucio, El Landó y Los Huevos de Lucio–, le emociona. A su mujer María del Mar –fallecida en 2020– y a sus tres hijos, Fernando, Javier y María. «Los tres son abogados y están trabajando en esto porque quieren», se enorgullece.
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