Villaverde, la cercanía de lo lejano
BAJO CIELO
Es un barrio de Madrid que tiene su propio código. Posee sus trampas y sus noblezas, con la dignidad de ser como le dé la gana
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Villaverde es el sur que no se deja caminar. Lo revientan de lado a lado autopistas y parques, avenidas nuevas y distancias largas. Reúne a más de ciento cincuenta mil personas entre sus cinco barrios, los de San Andrés, San Cristobal, Butarque, Los Rosales y ... Los Ángeles. La calle es de ladrillo y grafitis, máquinas de aire acondicionado en las fachadas y en dos o tres alturas, porque la vida en colmena no es rentable cuando se huye hacia al norte. Hay locutorios que envían dinero, fruterías, bazares, tiendas de calzado, sucursales bancarias, garajes y prisa por llegar. Es un Lavapiés que han estirado, como de lejanía, de cien acentos distintos, mucha luz y poca gente caminando de un sitio a otro porque la vida se hace de estranjis; no gusta llamar la atención ni se tiene tiempo para eso. Butarque gana tierra a Madrid y hace su día hacia dentro, en comunas que se levantan colonizando el campo hasta que se cruzan las vías del tren.
Villaverde es la cercanía de lo lejano. Su alto es un lagar de fábricas, naves industriales y un polígono Marconi con su catedral que es la CLH (Compañía Logística de Hidrocarburos), camiones, verjas, putas, puteros, canallas, talleres de soldar y un cuartel que reza «Todo por la Patria», en la antigua carretera de Andalucía.
Los jóvenes siempre andan de chándal y ruedas, los edificios tienen hermanos gemelos, y no queda un banco en todo el barrio que no hayan firmado con spray. Tiene su centro y su calma, como lo tienen los barrios que son ciudades en sí mismos. Allí se respira tranquilidad y huele a siempre, pero también es el hogar de algunos hampones que vuelven a casa por Navidad o cautiverio. Bandas latinas que ya son nuestras, las forman imberbes que caminan enseñando el culo pero que esconden machetes y poca paciencia, pero se van matando entre ellos y eso nos deja al resto un atisbo de esperanza. Cada vez son más pequeños y también más atrevidos.
En Los Rosales hay familias, colegios, polideportivos y muchos coches, pues no se paga por aparcar y se descansa para volver a trabajar. Es el dormitorio de la zona, pero también donde se pasea más tranquilo. El barrio se divide en dos por la Gran Vía, que deja a un lado lo habitable y al otro lo del tajo, con enormes parcelas dedicadas a todo lo industrial. En la carretera de Carabanchel a Villaverde queda mucho por hacer. Tiempo al tiempo.
Es una zona de Madrid que tiene su propio código, sus trampas y su nobleza. Personajes ilustres como el marqués, no el de Franco sino Jeosm, que así lo apodó Úbeda porque es tan noble como el mejor fotógrafo de nuestro tiempo. Tiene a su propio poeta, Antonio Muñoz Frías, de la zona de los Pabellones Ferroviarios en el Bajo, y entre sus campos comenzaron a darle patadas al balón astros como Raúl o Michel, que de Villaverde se apearon a Chamartín para tocar el cielo. Tuvo en sus años difíciles mucha chuta y vuelco; esos setenta y ochenta que causaron estragos fueron en Villaverde descampados de hollín y sal corriendo, tanto, que Carlos Saura fue a pescar para 'Deprisa, deprisa' a los actores, José Antonio Valdelomar y Berta Socuéllamos.
Villaverde es un barrio humilde, de sueño y trabajo, pero tiene la dignidad y la transparencia de ser como le dé la gana. Porque no tiene que aparentar ni de qué avergonzarse. En el Bajo, el parque de la Fuente o el del Cruce, son territorios de capuchas y donde se juntan los autóctonos. Muchos perros, algunos de presa, otros de rastro, y como tituló el maese Arturo Pérez Reverte a uno de sus libros, también algunos hijos de perra que te pueden dar un susto si preguntas demasiado.
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