Cuando La Latina se viste de gala y se bebe la ciudad
BAJO CIELO
Del Templo de Debod a La Almudena, este camino peatonal se ha curado mejor de cómo estaba. Y el barrio se prepara para sus fiestas populares
No son todas iguales: son todas la misma
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Iniciar sesiónRobert Walser escribió en 1925, 'El Paseo' (Siruela 1996), un viaje costumbrista de un poeta que viaja caminando por la calle, entre el ruido de la sociedad y la mirada única de una curiosidad extrema al borde de cada sorpresa. Al final, escribir, trata de ... eso. De poder contar, con la naturalidad del testigo, las diferentes cosas que suceden delante de uno. Y hacerlo bien, claro. Walser tuvo la tragedia de la enfermedad mental, heredada, y eso redujo sus años de creación a tan solo veintiuno. Pero vaya dos décadas de prosa. Este libro no salía de mi cabeza mientras paseaba de Pintor Rosales a Bailén, esta semana pasada en la que el calor ha firmado capitulaciones en Madrid.
Desde el Templo de Debod, el oeste regalaba un atardecer violeta que andaba vagueando. Solo tenían prisa algunas palomas que volaban hacia la plaza de Oriente. Este paseo nuevo es una delicia para sortear las aceras ardientes de una ciudad que se ha puesto guapa en esta zona. Me cruzaba con todas las nacionalidades posibles, porque Madrid en verano es un aeropuerto internacional, un ir y venir de caras que te trasladan a Naciones Unidas o a un anuncio de Benetton. Por allí caminaban todos, a esa hora en la que ni hace calor ni pereza, cuando ya nada molesta y, si lo intenta, no lo consigue. Dejas a mano derecha un Palacio Real que ya quisieran los ingleses o cualquier otra monarquía desacomplejada. No puedo evitar escuchar el murmullo de otros tiempos, de cuando Madrid se echó a la calle para evitar que se llevaran al niño Rey, o cuando don Alfonso tuvo que salir un catorce de abril para que nadie se matara en su nombre o su causa. Las contraventanas fueron blancas y hoy tienen un color piedra que le queda al Palacio como un guante de seda. Tiene un punto decadente esta Casa Real que ha sido todo y ahora se asoma al horizonte con la pulcritud de quien no quiere llamar la atención más que lo justo, como una novia decente que tiene en Madrid a su mejor pretendiente.
La Almudena y el Teatro Real son una piedra nueva, limpia, blanca, casi recién sacada de la cantera. En sus sombras se amontonan retratistas que no aguantan el sol en la Plaza Mayor y se apean a esta zona porque el aire corre tanto como la prisa de sus habitantes. No hay mejor Madrid en verano que este, sobre todo cuando el sol se acuesta y los turistas se han cansado de dar tanta vuelta. Los vecinos salen de sus casas, los bares se llenan de locales y los carteles luminosos siempre tienen una ausencia, una letra apagada que hace que su nombre sea más auténtico que cuando funcionaba todo. Si siguen recto llegarán al viaducto, al de las penas, al de los gritos de dolor de cuando se saltaba para escapar de uno mismo. Las mamparas siguen siendo un aeropuerto, pero ya no se vuela desde esa terminal porque Madrid ha crecido hacia arriba y ahora el Metro es el lugar donde los suicidas cumplen sus promesas.
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Madrid, el pueblo de siempre
Llego hasta San Francisco el Grande, casi a la vez de algunos chavales que se dirigen al parque de Las Vistillas con sus bolsas del chino y las ilusiones intactas. Tres monjas me miran con la serenidad de quien no teme a nada. Un portero se fuma un pitillo después de sacar las bolsas de basura. Una pareja se abraza. Una señora mayor riega sus plantas en el primer piso. Y de pronto Madrid se parece a un pueblo de siempre.
Me gusta caminar por este paseo que ha mejorado la ciudad. Hay que reconocer las cosas buenas que dejan las obras, aunque muchas veces no entendamos por qué se vuelve a abrir en canal cada verano. Todo este camino peatonal se ha curado mejor de cómo estaba. Y todo el barrio se prepara poco a poco para lo que se viene dentro de tan solo quince días, cuando La Latina se vista de gala y se beba la ciudad desde este rincón ya milenario. «Al diablo con el ansia miserable de parecer más de lo que es» dice Robert Walser en El Paseo. Y qué quieren que les diga: Madrid no necesita parecer más de lo que es.
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