El bar de barrio que esconde un 'after' clandestino en Aluche: peleas, gritos y vómitos
El local, ubicado en Aluche, abre a las 6 de la mañana para servir copas una vez que las discotecas de la zona cierran
Los vecinos sufren las consecuencias y ponen el foco en la falta de soluciones para atajar los problemas generados
Madrid
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Iniciar sesiónEn la calle Ocaña no todos los bares sirven café y tostadas para desayunar, tampoco porras, aunque a tortas, y no de las de comer, sí es posible que acabe el 'mañaneo'. Y si no que se lo digan a los asiduos de La Canteen ... 73, un bar-restaurante-cafetería que los fines de semana hace las veces de 'after' encubierto. Así lo señalan los vecinos del barrio de Aluche más próximos al local, hartos de los gritos, la suciedad en forma de vómitos y las peleas que de vez en cuando se forman. La última, sin ir más lejos, el pasado domingo, cuando a eso de las nueve de la mañana un hombre de 36 años fue pateado en la calle hasta quedar inconsciente.
«Nos asomamos a la terraza y vimos cómo le pegaban en la cabeza, cuando ya estaba en el suelo», reconstruye un morador, antes de escuchar a alguien gritar lo siguiente: «Dejadle, dejadle, que ya hemos avisado a la Policía». No mentía. Hasta ocho patrullas se presentaron a las puertas del establecimiento para apaciguar los ánimos y llevarse detenido al agresor, un hombre de origen latinoamericano que iba indocumentado en el momento de su arresto. Los facultativos del Samur-Protección Civil atendieron a la víctima de un traumatismo craneoencefálico moderado y una herida ocular, antes de trasladarla como potencialmente grave al hospital Doce de Octubre.
Al día siguiente, el bar volvió a hacer de 'coche escoba', recogiendo a la gente que sale de las discotecas y no se quiere ir a casa. «Un día entramos a desayunar y nos dimos cuenta que éramos las únicas que habíamos dormido», recuerda un grupo de trabajadoras de la zona, sin saber hasta entonces lo que allí se cocía. Ya no entrarían más. El local de la discordia, antaño un bar de los de toda la vida y después una casa de comida venezolana, reabrió en verano tras un tiempo cerrado. Y los problemas comenzaron a aflorar.
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En septiembre, rememoran los testigos de balcón, un taxista se vio obligado a refugiarse en su vehículo para repeler una agresión. «Acercó a una mujer hasta aquí y al ver que no le pagaba entró al bar a buscarla», apunta un matrimonio, con el cansancio lógico de observar cada fin de semana la misma escena. «La chica le dijo al conductor que no tenía dinero y que iba dentro a cogerlo, pero en lugar de eso salieron varias personas a por él». La Policía tuvo que intervenir.
El propio encargado del bar reconoce a ABC que los agentes acuden con frecuencia a su negocio. «Vienen, les mostramos la documentación, ven que todo está en regla y se marchan», sostiene, convencido de que la actividad ejercida no incumple la normativa municipal. El horario se extiende «desde las seis de la mañana hasta las once y media de la noche», el mismo que tienen establecido en la licencia. La diferencia, no obstante, radica en el tipo de público que acude a primera hora.
«En todas las discotecas hay peleas. A mí la propia Policía me dice que ellos prefieren que estén aquí y no fuera en la calle. El otro día se acuchillaron en el parque que hay al otro lado de esos edificios», expone, apostado en la entrada del comercio. Cuestionado por la mañana de la última pelea, echa balones fuera y asegura no saber si los implicados estuvieron en el bar o simplemente se enzarzaron en otro lado y acabaron a golpes en la puerta. De sus palabras se desprende que los réditos por vender copas a los que aún no se han acostado son bastante más suculentos que los de servir desayunos a los primeros en levantarse.
Planta baja y sótano
Según los documentos del programa municipal Conex (Consulta de licencias y expedientes urbanísticos), la Agencia de Actividades concedió en 2012 la modificación de la licencia del local de bar a bar-restaurante, en un espacio dividido en dos plantas, la baja y el sótano, de hasta 146 metros cuadrados. «Presenta fachada a la calle Ocaña, por donde tiene su entrada, a través de una puerta de doble hoja. Esta puerta estará retranqueada de la línea de fachada para no invadir la vía pública; además dispondrá de una salida, por la fachada posterior, que comunicará el local con una calle de acceso particular», recoge la memoria del proyecto de apertura.
Pero es en el piso de abajo donde algunos vecinos creen que los juerguistas continúan la fiesta hasta bien entrada la mañana. «En la planta sótano y distribuidos por un pasillo o hall, se encontrarán los aseos del público y del personal, así como las dependencias privadas y de servicio, tales como: almacén, cuarto de basuras, almacén pequeño, almacén mediano y un pequeño despacho para la administración de la propia empresa», refleja este último documento, si bien es probable que en posteriores reformas esta estancia haya podido modificarse. Sea como fuere, lo cierto es que los residentes consultados no perciben ningún tipo de ruido que pudiera proceder de un altavoz o elemento similar. El problema para ellos es otro.
«Los que quieren escuchar música lo hacen con sus propios cascos», explica con media sonrisa el encargado del comercio. Y en ese 'ni confirmo ni desmiento' es donde planea la sombra de la duda. Más allá de los tragos al amanecer, también sirven comidas casi a cualquier hora del día. «Estamos especializados en brostería (en relación a la carne de pollo, frita en aceite hasta que la piel esté crujiente), tenemos alas con 11 salsas, cevichadas, maracuyá...», enumera, consciente del tirón de la cocina peruana entre su clientela.
Además de ello, el espacio puede ser reservado para cumpleaños u otras celebraciones, y ahí sí, en caso de ser necesario, el bar ha llegado a contratar a un portero para controlar el aforo y la seguridad en el interior. «Aquí todo es transparente, si los vecinos quieren pueden venir y les mostramos tranquilamente. ¿Que hay problemas en la calle? Y en dónde no hay problemas. Nosotros solo podemos asegurar lo que pasa dentro. Y dentro nunca ha pasado nada», termina el empresario. Aprovechar los resquicios de la norma y una evidente falta de escrúpulos, claves del éxito.
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