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Degradación en Chueca: «Las calles del barrio están volviendo a la época oscura de los años 80»

Los vecinos critican que la iglesia del padre Ángel carece de medios para atender a todas las personas en riesgo de exclusión social que acuden a diario

Desde el templo advierten de que las quejas de estos residentes se deben, en realidad, «a un ataque de aporofobia»

Un grupo de sintecho duerme al raso desde hace tiempo en la plaza de Pedro Zerolo FOTOS: GUILLERMO NAVARRO
Aitor Santos Moya

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En la iglesia de San Antón (Hortaleza, 63), un mensaje saluda a sus feligreses: «Palabra elegida del año 2017: aporofobia (fobia a las personas pobres o desfavorecidas». El cartel, colocado tras el portón principal, no fue elegido al azar . En su lugar, otro lema colgaba tiempo atrás en la antesala («Puerta Santa de los sin techo»). Pero ahora los tiempos han cambiado. Parte del barrio de Chueca, liderado por su asociación vecinal, asegura que la llegada de personas sin hogar y politoxicómanos, «acampados» día y noche en enclaves como las plazas de la Memoria Trans o Pedro Zerolo, está estrechamente relacionada con el «efecto llamada» que provoca la actividad del templo del padre Ángel, reabierto en 2015 a través de su fundación Mensajeros por la Paz.

«Con la llegada del calor, han aparecido grupos que duermen en la calle tirados en colchones o directamente en el suelo», explica el presidente de la asociación de vecinos de Chueca, Esteban Benito, convencido de que la parroquia de San Antón es el principal punto de atracción para estas personas en riesgo de exclusión social : «El problema es que el padre Ángel ha montado un albergue en una iglesia sin el personal adecuado para atender sus necesidades». Desde la parroquia, en cambio, rechazan tales acusaciones y advierten de que han notado un descenso en la afluencia: «Precisamente, en este mes estamos repartiendo menos desayunos que antes».

Más de una decena de feligreses reposa en las sillas de la iglesia de San Antón,

Sea como fuere, lo cierto es que el conflicto permanece enquistado desde hace tiempo. Marisa (nombre ficticio) vive en la misma calle de Hortaleza, a pocos pasos del templo. Tiene miedo a revelar su identidad porque asegura sentirse amenazada: «Cada día hay un quinqui diferente en la puerta. Es un foco conflictivo que ha devuelto al barrio el consumo de drogas y la delincuencia». Afincada en Chueca desde pequeña, esta mujer tiene claro que desde «la época oscura» de los 80 e, incluso, principios de los 90, no había visto tanta degradación como ahora: «Nosotros ya hemos vivido la heroína y parece que la volvemos a tener aquí». Tanto ella como el resto de afectados consideran que la única solución es el cierre de la iglesia.

Tras cuatro años de «inacción municipal» -en palabras de la asociación-, los residentes ya han mantenido la primera reunión con el nuevo concejal de Centro , José Fernández (PP), para trasladarle su preocupación por la actual coyuntura. «Le hemos pedido que recupere la parroquia, que es de titularidad municipal, y le dé el uso urbanístico que tiene, es decir, de culto», remarca el presidente de la agrupación vecinal, sin entender por qué se le permite al padre Ángel ofrecer un servicio de «hospedaje» en el espacio. Una función que niegan desempeñar en el templo: «Abrimos las 24 horas y hay gente que viene a pasar la noche en los bancos, pero no tenemos ningún tipo de dormitorio. Lo que no vamos a hacer es impedir la entrada a nadie que lo necesite».

Habituales del templo, sentados en la acera de enfrente

Fuentes cercanas al padre Ángel subrayan a este periódico que las quejas de los residentes se deben, en realidad, «a un ataque de aporofobia». «Lo único que hacemos es atender a los que no tienen recursos», inciden. Desmienten, además, que en el interior de la iglesia haya trapicheo de drogas y peleas , dos circunstancias denunciadas por los residentes: «No somos responsables de que en el barrio pueda haber personas que monten jaleo». Para evitar incidentes en las inmediaciones -que catalogan de aislados- están en constante comunicación con la Policía Municipal.

Pese a los argumentos esgrimidos, vecinos como Sonia, con 20 años de bagaje en el barrio, observan a diario los pequeños asentamientos repartidos por las calles. «En la plaza de Chueca llegó primero una pareja, que se instaló con todos sus enseres debajo del toldo de una de las tiendas», revela. «Después, aparecieron tres o cuatro más», prosigue, antes de exponer las molestias generadas: «Son personas que lo están pasando mal. Muchos de ellos beben alcohol desde primera hora y también consumen drogas». Algunos, según la residente, no causan problemas, «pero otros son más incívicos». Los restos de orín y residuos son notorios en según qué zonas: «A veces, si están los portales abiertos, nos hemos encontrado a alguien durmiendo dentro».

Varias personas descansan tumbados en la plaza de Chueca

A un lado de la plaza de Pedro Zerolo, varios sintecho pasan las noches al raso tumbados sobre cartones o, en el mejor de los casos, encima de colchones medio destartalados. «Se han quedado allí instalados», afirma Lola, quien, desde su balcón, observa cada mañana la misma rutina: «Beben vino o cerveza y fuman porros. De vez en cuando, se baña alguno en la fuente o lavan la ropa». Lo peor llega al caer la noche, cuando no es extraño que los gritos provenientes de la calle impidan a los moradores conciliar el sueño. «La Policía viene a menudo, pero la situación no mejora», remarca indignada, sobre todo, por la gente mayor que regenta el enclave.

En lo que sí coinciden todos es en remarcar el enfoque de sus críticas: «Nadie discute el buen fondo del proyecto del padre Ángel, pero no tiene los medios adecuados para llevarlo a cabo». Una afirmación que en la iglesia de San Antón no comparten: «Tenemos más de una decena de trabajadores, además de los cerca de 250 voluntarios que acuden regularmente para echar una mano en las tareas que estamos llevando a cabo». Lejos de amainar la situación, las posturas de unos y otros están, con la llegada de las buenas temperaturas, más distanciadas que nunca.

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