Colegio de San Ildefonso: 250 años de unos niños pegados a la suerte

Han pasado nada menos que 250 años desde entonces. Pero la tradición de las manos inocentes tomando las bolas de números y premios y cantando la suerte -para unos pocos- se mantiene inalterable. El Colegio de San Ildefonso recibió por entonces, como premio a sus servicios, 500 reales donados por la Hacienda española. Una buena suma para un centro que para entonces ya tenía cientos de años a su espalda, y que había sido mencionado en los escritos del primer cronista madrileño, Jerónimo de la Quintana, en el siglo XVII.

Un colegio que comenzó siendo para niños huérfanos de padre -la institución dedicada a la infancia más antigua de Madrid, con más de 400 años a su espalda-, a los que se rescataba de la pobreza con el arma de la educación y el trabajo: los niños participaban en actos públicos, prestando su voz a honras fúnebres de personalidades, por ejemplo. Se entraba «por rigurosa e inquebrantable antigüedad de solicitudes». Entraban los pequeños «con más de 7 años y salen a los 15 aptos para ganarse el sustento», explicaban sus responsables en 1922 en las páginas de ABC. Pero desde finales del siglo XX, ya no son sólo huérfanos los niños que acuden, sino también otros con su familia completa.

Se preparan a conciencia durante meses, y en los días previos al Sorteo, los niños son objeto de atención por parte de los medios. No es cosa de ahora: ya pasaba a comienzos de siglo, donde era frecuente encontrar sus retratos en los periódicos.

En 1909, retrataba ABC al «niño Francisco Insúa González, que echó la bola del premio mayor, e Ildefonso Ventura Blau, que cantó el premio de los seis millones». Y en 1921, aparecía una foto de los niños «en el Teatro Cómico», con «Loreto Prado y Enrique Chicote», a los que le dieron las gracias por «la bonificación hecha a sus compañeros en los billetes de las funciones del domingo».

Para aprender a cantar correctamente números y premios, lo primero es seleccionar a los chavales. Entre aquellos con mejor voz -clara, con buena proyección- y que hablen con fluidez y vocalizando bien, se elige a los que superan los 8 años y tienen altura suficiente para poder colocar las bolas en su lugar.

Durante décadas, el maestro de estos pequeños cantores fue Graciliano Cólliga, don Graci para los niños. Él era quien, desde octubre más o menos, mandaba a «los que no son de Lotería» al recreo y se quedaba, a las 11.30, con el grupo de los elegidos. Y a ensayar.

En un lado, dos tazones de loza, de los de los desayunos, donde poner las bolas que se sacaban, en los años 70, de dos talegos de cuadros azules . Los niños sabían que la bola hay que meterla en el alambre al revés, para que luego se lea derecha; que no hay que ir demasiado deprisa, ni demasiado despacio. Y que al que le toque leer números, lo tiene más difícil que los de los premios.

Don Graci también tenía sus trucos: les hacía ensayar con bolas que tenían el número borroso, para que estuvieran preparados ante cualquier eventualidad el día del Sorteo. En las crónicas setenteras, los cantores se quejaban, sobre todo, del traje que tenían que llevar para la ocasión: «Pesa», «es incómodo», «da mucho calor»...

El día del Sorteo comenzaba muy pronto para estos chavales: a las 6 de la mañana se levantaban, se lavaban, se vestían y «encima nos ponemos el pijama otra vez, para bajar a desayunar y no mancharnos», como señalaban ellos mismos al cronista. Desde mucho tiempo atrás, se implantó la costumbre de que ese día los niños se desayunaran con un huevo con patatas y una taza de café con leche. A mitad del sorteo, se toman un bocadillo; los nervios dan mucha hambre.

En la tranquila rutina anual de los sorteos, apenas nada ha cambiado en estos dos siglos y medio. Salvo el pequeño terremoto que supuso, en 1984, la llegada de las niñas al espacio cantor: Mónica, Esther, Carolina, Penélope y Adelaida rompieron el monopolio masculino sumando sus tonos a la tradicional cantinela de las “miiiiiiiiil peeeeeseeeeetaaaaaaas”. Un soniquete que, por cierto, cambió radicalmente en 2002, en el primer Sorteo cantado en euros. Algo que ahora, 20 años después, no nos suena ya ni raro.