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Juicio Diana Quer

Valeria se quiebra cada vez que retratan la caza del depredador

Tuvo que dejar la sala, volvió y fue en busca de las hermanas que se salvaron en Boiro

Sigue la tercera jornada de juicio en ABC.es

Valeria Quer, accediendo al juzgado MIGUEL MUÑIZ
Patricia Abet

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Valeria es la pieza más frágil del destrozo familiar que Enrique Abuín «el Chicle» causó en los Quer . Ayer, aguantó estoica en la segunda fila de la sala de vistas mientras los testigos hablaban de su hermana Diana y de las predilecciones morbosas de su depredador. Sollozaba cada vez que alguno confirmaba que sí, que al acusado le gustaban las chicas morenas, de pelo largo y delgadas , como si tuviera delante a su hermana arreglándose para salir o para ir al instituto. Y tuvo que abandonar la sala llorando sin consuelo cuando el excuñado de Abuín confirmó que ese era el aspecto que tenía su otra cuñada, Vanesa, la hermana gemela de la mujer del Chicle , cuando supuestamente la violó a los 17 años y la amenazó con un cuchillo.

Valeria ya no es la adolescente furiosa y devastada que tuvo que enterrar a una hermana. Pero solo la diferencia el paso del tiempo. Las otras heridas están ahí, a la vista . Cogió la mano de su padre, Juan Carlos Quer, le hizo comentarios, se abrazó a Blanca Estrella, presidenta de Clara Campoamor, que los ha sostenido desde el principio, lloró muchas veces, miró desafiante al depredador e, incluso, llegó a reír. Fue el único momento sin cristales de la mañana.

Dos mujeres jóvenes, rubias, guapas, hermanas y con un carácter de roca contaron al Tribunal cómo se salvaron del Chicle , cuatro días antes de que lo detuvieran. Sara y Ángeles caminaban por Boiro la madrugada del 24 de diciembre de 2017; se dirigían a un bar cercano; iban grabándose con el teléfono, jugueteando. El cazador, como hizo con Diana, y como repitió al día siguiente con Tania, se colocó a su lado con el coche. «Rubia, ven aquí, te llevo, que te vas cortar», le dijo a Ángeles, la mayor que sostenía sus zapatos en la mano harta de los tacones de fiesta. Se puso «pesado» , según la testigo, «no agresivo». Las chicas declinaron la invitación y le dijeron que las esperaba su padre un poco más adelante. Esa noche lo vieron merodear hasta cuatro veces por la puerta del bar al que se dirigieron. Se sintieron incómodas, como cualquier mujer que intuye lo que busca alguien así, pero no pasó de anécdota hasta que lo vieron detenido en televisión, con su dentadura inconfundible de conejo. Ángeles lloró al descubrir las «barbaridades» que se le atribuían. «Si no hubiera estado acompañada, no estaría hoy aquí», sentenció.

La defensa de Abuín, incisiva, quiso saber si no le llamó la atención que se dirigiera a ella como «rubia, ven aquí», la misma fórmula con distinto color con la que el Chicle abordó a Diana. «Me llamaría la atención que me llamara pelirroja», respondió cortante la testigo . «Qué grande», se escuchó la voz de Valeria, mientras reía, cerrando por un momento la losa de la pena infinita. Incluso Juan Carlos Quer sonrió ante el coraje evidente de las dos hermanas que miraron al acusado desafiantes, de tú a tú. Valeria se negó a abandonar su lugar en la segunda fila cuando exhibieron las fotografías de la «sórdida» nave que fue la tumba de Diana. Sorbía y apretaba un pañuelo pero miró la pantalla. También miró al Chicle y se fijó en cada vez que este cabeceaba negando las palabras de algún testigo e instruyendo a su defensa. Su padre lo resumió así: «Valeria va a dejar mucho dolor en esta Sala. Quizá aquí empiece a recuperarse».

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