Artificieros contra la herencia submarina de la Guerra Civil
La unidad de buceadores de medidas contra minas de la Armada y efectivos tedax de la Guardia Civil cuentan con un protocolo para desactivar artefactos explosivos y municiones en el litoral español
Barcelona
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Iniciar sesiónUn buzo se coloca el cinturón de pesos para sumergirse en la orilla de la playa de Barcelona. Una turista pregunta a un parroquiano el por qué de la escena, en un arenal desierto, precintado por la Guardia Urbana. El hombre sonríe. La ... escena, explica, le ha transportado a las páginas de 'El Italiano' de Pérez-Reverte. Desde el paseo marítimo alecciona sobre el posible artefacto explosivo que inspeccionan operativos de la Armada. «Si no tiene espoleta –dispositivo que se coloca en la boquilla de los proyectiles– no puede explotar», asegura. Dice ser exmilitar y no pierde detalle de cada movimiento del grupo de la unidad de buceadores de medidas contraminas, llegado desde Cartagena. La inmersión confirma la hipótesis que habían barajado en un inicio: que no había «amenaza explosiva», aunque el hallazgo del cilindro de unos 50 centímetros, semienterrado, llevó a sospechar que podría tratarse de una bomba de la Guerra Civil.
El despliegue se salda con dos microvoladuras para retirar la parte cortante de una tubería con aristas metálicas que sobresale de la arena, y evitar así riesgos para los bañistas. Los artificieros manipulan los explosivos con precisión quirúrgica, tras extraerlos de un pequeño maletín naranja. Colocan las cargas y, tras tirar la línea –un cordón amarillo–, uno previene: «Fuego». Acto seguido, otro de los buzos activa el detonador, y esa zona del mar se eleva varios metros sobre la arena. Al acabar, aún con los neoprenos puestos, pasan por las duchas de la playa. «Tengo arena en las orejas», comenta uno de los operadores. «Si solo fuera en las orejas», le contesta su compañero, entre risas.
Ocurrió el 21 de julio, horas después de que un bañista divisase el objeto sospechoso en la playa, con el que se cortó, y alertase a la Guardia Civil, que ostenta las competencias en el litoral. Sí así lo consideran, tal y como marca el protocolo, trasladan el aviso al centro de coordinación marítima de la Armada. Desde allí se activa a la unidad de buceadores con capacidad de desactivado que corresponda, según área geográfica. Son cuatro, y la de Cartagena, bajo el mando de su comandante, el capitán de corbeta Víctor Romero, abarca desde la frontera con Francia hasta Cabo de Gata, incluyendo las Baleares. Las restantes tienen base en Ferrol, Cádiz y Las Palmas.
Fue en 1981, después del atentado de ETA contra el destructor 'Marqués de la Ensenada' (D-43), cuando se creó la unidad especial de desactivado de explosivos. La bomba, colocada a la altura de la cámara de calderas, explotó poco antes de las cinco de la mañana. Con el barco atracado en el puerto de Santander, todos, excepto la guardia, dormían. «Tocado zafarrancho de combate, la tripulación lo primero que hizo fue tratar de taponar la enorme vía de agua abierta en el casco de popa», reza la crónica de ABC sobre el que fue el primer ataque terrorista contra un buque de la Armada. No hubo que lamentar daños personales. La carga explotó frente a las calderas, y no ante el pañol de municiones, donde el buque, cargado con toneladas combustible, transportaba obuses.
Un año más tarde, se incorporaron los artificieros submarinos, y luego ambas unidades se integraron. La formación comienza con el curso de desactivado en Hoyo de Manzanares -el del Ejército de Tierra-, y se completa con el específico de la Armada para neutralizar proyectiles, pero dentro del agua.
Cazaminas
Lo primero es determinar el radio de exclusión, según el peso y los kilos de explosivo que contenga el artefacto. Una reunión de coordinación en la que, cada organismo, con sus competencias, establece un perímetro de seguridad: desde el desalojo de una playa a la regulación del tráfico marítimo. Después, los buzos entran en acción. Identificar la munición no siempre es sencillo. Además de camuflarse con la vida marina, la silueta se deforma. «Las bombas de aviación tienen ojiva y cola, los proyectiles son más cilíndricos y la carcasa es más dura, mientras que los torpedos son mucho más largos y tienen la sección de motor», explica Romero. Los buzos tiran de archivo histórico y también de pericia. Según la zona, saben que existe más probabilidad de toparse con minas de la Segunda Guerra Mundial, o proyectiles de la Guerra Civil, como en Cataluña.
El paso del tiempo afecta también a la carga explosiva. «No a la principal, que es muy estable, pero sí al sistema de iniciación», puntualiza el capitán de corbeta. «Si se trata de un proyectil, buscamos la espoleta y en qué estado está, y así sabemos si puede ser más o menos peligroso», confirma el comandante de la unidad de buzos y da la razón así al exmilitar que supervisaba el despliegue desde el paseo marítimo.
En ocasiones, cuando el artefacto está muy cerca de un puerto o se encuentra en una reserva natural, los artificieros submarinos emplean unos globos de remoción a distancia. «Se los ponemos al proyectil, se llenan de aire y suben a la superficie. Entonces lo remolcamos a un sitio seguro, lo volvemos a dejar en el fondo e intentamos hacer una deflagración controlada. Es decir, que arda la carga principal pero sin que llegue a detonar», detalla Romero.
En el agua, el momento más delicado siempre es la iniciación –la propagación de la onda expansiva es mucho mayor–. Y, a los riesgos intrínsecos del manejo de explosivos, apunta el capitán de corbeta, se une la presión. Es en verano cuando más artefactos se detectan, por el aumento de actividades acuáticas, y su actuación implica, en ocasiones, desalojar una playa o interrumpir el tráfico marítimo. Su objetivo, siempre que se pueda, es también reducir al mínimo las afectaciones que conlleva su intervención.
Bajo presión
«En abril fuimos hasta Palma de Mallorca por tres proyectiles que estaban en la entrada de la ría, a unos 40 metros de profundidad. Estábamos limitados de tiempo para trabajar en el fondo y, por la entrada y salida de ferris, nos daban unas ventanas muy concretas para poder trabajar e intentar no perjudicar las líneas», cuenta el jefe del operativo.
El tiempo mínimo de permanencia en la Armada para adquirir la formación de buceador artificiero es de una década para los oficiales. «Miedo no, pero siempre hay que tener respeto, si pierdes el respeto...Hay que tomar todas las precauciones y no confiarse. Esto no es una ciencia exacta y aunque sigas el procedimiento, el proyectil puede explotar», recuerda el jefe de la unidad de buzos de Cartagena.
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