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Justice y Cerrone, terapia de choque retro para cerrar el Sónar

El festival prepara ya su edición número 25 tras haber superado su récord de asistencia

Cerrona, durante su actuación EFE

DAVID MORÁN

Aún falta todo un año para que el Sónar descorche los fastos de su XXV aniversario , pero cualquiera que aterrizase el sábado por la noche en los pabellones de Fira Gran Via podría haber salido de ahí convencido de que la fiesta se había adelantado y el festival barcelonés andaba ya abonado a la euforia de las grandes celebraciones. También es cierto que, después de veinticuatro años y alcanzada la barrera de los 123.000 espectadores, en el Sónar cada noche es fiesta, pero la alianza disco que forjaron sobre el escenario los franceses Cerrone y Justice transformó la última jornada del festival en una deshinibida y aplastante reivindicación del hedonismo.

Aromas retro y shows de impacto para despedir un festival que también sabe mirar al pasado para proyectarse hacia el futuro.

Eso mismo fue, de hecho, lo que hizo –o por lo menos intentó– el productor francés Marc Cerrone, alquimista sonoro de la música disco de los setenta que se presentó en formato DJ para darse un homenaje y compartir perlas de su catálogo como «Love In C Minor», «Hooked On You» y «Je Suis Music». Acompañado por una vocalista que apareció de forma intermitente y con una batería a la que solo se acercó para despedirse con «Supernature», el francés también picoteó del catálogo de Michael Jackson y Chic para reforzar las cualidades lúbricas de su sesión, pero el tratamiento de shock moderno al que sometió a todas las canciones, con ese bombo omnipresente que lo igualaba todo, no acabó de sentarle demasiado bien a sus imaginativas producciones de los setenta. Música disco atiborrada de viagra y con unos visuales bizarros a más no poder .

La misma senda transitaron los también franceses Justice, aunque lo suyo siempre ha sido el KO por aplastamiento y la relectura de la música electrónica a la manera del hard-rock: muros de amplificadores, vistosos juegos de luces, ráfagas mareantes, pantallas luminosas, y canciones siempre en busca del éxtasis colectivo. A las primeras de cambió se quitaron de encima «D.A.N.C.E» y a partir de ahí ya no hubo tregua ni descanso para el público que abarrotaba el SonarClub . Electrónica de estadios con injertos de house y vistas al rock para redoblar la euforia.

Al pasado también se asomó el veterano Carl Craig , aunque en esta ocasión no para exhumar incunables del techno de Detroit, sino para aliarse con el pianista Francesco Tristano y otros cuatro instrumentistas en una espléndida exhibición cómo aunar sinfonismo y techno trotón. Un delicioso paréntesis de retrofuturismo en blanco y negro y sintetizadores retorcidos con gran elegancia antes de viajar de nuevo a través de la historia para reencontrarse con unos De La Soul que, a pesar de llevar casi tres década en activo, son unos chavales .

Ni siquiera la competencia de Justice –buena parte de su concierto se solapó con el de los franceses– consiguió desinflar a los neoyorquinos, dispuestos a demostrar sobre el escenario que son mucho más que una reliquia del hip hop clásico. Y a fé que lo consiguieron: sin apartarse un milímetro de esa magistral fórmula de ritmos a martillazos y rimas arrolladoras, los autores de «3 Feet And Rising» montaron una fiesta de aúpa, se metieron en el bolsillo al público del SonarPub con su desparpajo, su frescura y su insólita energía y dejaron bien claro que, a pesar de todo, en el Sónar sigue habiendo espacio para los veteranos.

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