Raquel Fernández Gibaja, técnico de Cruz Roja en el Programa de Refugiados
«Salen sin zapatos ni insulina; llegan exhaustos, con mareos y vómitos. Y, sobre todo, estresados»
Un amplio dispositivo psicosocial de 300 personas asiste a los afganos evacuados al aterrizar en Torrejón
A qué personas concede España protección internacional
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Iniciar sesiónLos ojos verdes de Sharbat Gula se clavaron en el alma de media humanidad en 1985. La mirada de esa niña afgana en la fotografía de ‘National Geographic’ fue, el pasado domingo, la de varias muchachas de 17 años que arribaron al campamento de ... Torrejón de Ardoz, donde se está atendiendo a las personas evacuadas por España desde el aeropuerto de Kabul.
Esos iris son los que a Raquel Fernández Gibaja se le han metido hasta la entraña porque transmiten «infinito cansancio, mucho estrés. Tal vez sea por aquello de que ahora, y con mascarillas, nos fijamos más en los ojos, pero esas miradas...».
Los primeros pasos
Raquel se detiene. Tiene 41 años, forma parte del equipo del Programa de Refugiados de la Cruz Roja, más que acostumbrado a estos «movimientos masivos que precisan de ayuda humanitaria»; pero aún distingue entre migraciones: «En el caso de los sirios reasentados notamos que habían tenido un tiempo para digerir la salida de su país, algo al menos; estas personas llegan dejando su vida atrás de la noche a la mañana. La huida de Afganistán es a toda velocidad», señala. Y esa urgencia ha exigido destreza en el tratamiento de los evacuados y también una atención psicosocial especial aquí. Salen sin maletas; piden zapatos para el niño , o la insulina para el hijo diabético que ha viajado sin ella, relata la técnico de Cruz Roja.
Esa mochila tiene siempre pertenencias paupérrimas. Pero ninguno repara en ellas cuando ha salido solo, o si tiene a algún pariente a la espera. Familias desmembradas, que han dejado a parte de los suyos en Asia, amenazados, que « transmiten una angustia impresionante –agrega esta integrante del primer dispositivo que los asiste–. Las situaciones son extremas. Hay personas que con suerte han podido recabar a todos sus miembros, incluso hermanos y cuñados, mientras otros han dejado a un hijo solo en Kabul . Llegan, por ello, absolutamente destrozadas».
Así que lo que cuenta a continuación se deduce enseguida. «Es curioso cómo, tras el aterrizaje, hay una zona habilitada para cargar los móviles y, cuando lo hacen, llaman a Afganistán, a sus familiares» y en cuanto dan con ellos, sus rostros empiezan a descontraerse, comenta la experimentada trabajadora.
«Hay un área habilitada para que carguen el móvil. No se relajan hasta que llaman al familiar al que dejaron»
En este primer contacto al pisar suelo español emerge su cansancio extremo, reitera Raquel. Están exhaustos tras doce horas de viaje y un periplo adicional hasta el aeropuerto de Kabul, o durante varias jornadas de espera en el aeródromo. La fatiga no se diluye pronto. «Al llegar, ven un dispositivo muy grande, les sorprende la Policía, personal del Ministerio, controles, equipos sociales... Hay un equipo de emergencias, de traductores». No comiezan a relajarse hasta que han completado, una a una, esas ‘taquillas’ necesarias.
El periplo burocrático agobia a algunos, se les informa al detalle de cada paso. Se intenta que sea lo más ágil posible pero, conviene Fernández Gibaja, el proceso es largo: pasan por Cruz Roja, se escriben sus reseñas y se da cuenta de su estado de salud y situación en la que llegan, se les practica la prueba Covid, y finalmente pasan por Policía, para completar su documentación y expediente.
Estarán 72 horas en el campamento antes de ser reubicados en otras comunidades o viajar a otro país. En España, se integrarán en el programa de solicitantes de asilo y personas refugiadas, que lleva más de treinta años en marcha al cargo del Ministerio del Interior y de organizaciones de corte humanitario como la propia Cruz Roja.
Desconcertados y desorientados es el sentir común de las que hasta ayer por la mañana –a la espera de otro avión vespertino, que trajo a 260 refugiados – eran más de 800 personas que ya han pasado por las manos de Raquel y las otras 300 personas que el dispositivo de Cruz Roja tiene activado en el área militar del aeródromo madrileño .
La mayoría de ellos hablan español, como colaboradores que son del Ejército o de empresas españolas ; la comunicación con ellos es fluida –reseña la técnico–, o en inglés. Pero de la parte afgana, las primeras palabras que brotan son siempre la petición de respuestas. «Explícame» es lo que, entre mareos, dolores de cabeza y vómitos tras el largo viaje, musitan buena parte de los adultos. En el caso de los niños, «han llegado algunos muy pequeños, ayer [por el domingo] había un bebé de seis meses, además de una mujer embarazada en avanzado estado de gestación...». Pero no se han registrado cuadros clínicos de gravedad, completaRaquel.
Para los más pequeños Cruz Roja ha habilitado un área de Juventud, una ludoteca que les facilita juguetes. «Algunos arrancan con energía a correr y no sabes de dónde la sacan; y otros están muertos de cansancio. Los niños siempre tienen una capacidad increíble de superarse, son los más resilientes». En cambio, «ves que los mayores han aterrizado solo físicamente, no em ocionalmente».
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