«Las 26.000 evidencias nos llevaron solo a la célula islamista»
11M: 20 Aniversario
La Policía Científica logró identificar 155 cadáveres en 36 horas; en una semana, todos tenían ya nombre
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Crónica | La gran fractura
Madrid
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Iniciar sesión«Cogí el móvil de una chica muy joven muerta en el andén y tenía 120 llamadas perdidas. Eso demostraba la desesperación de su familia, la angustia que trasladaban esos intentos por localizarla». Todos los que estuvieron en los escenarios de las matanzas de ... los trenes guardan un recuerdo grabado a fuego: los móviles de los cadáveres sonando sin cesar y sin que nadie pudiera atenderlos. Las tragedias sin épica, como la del 11M, arrastran el dolor durante décadas. Pedro Mélida era en ese momento comisario jefe del Servicio de Innovaciones Tecnológicas de la Comisaría General de Policía Científica, la persona que coordinaba todas las inspecciones oculares y fotografías de los macrolaboratorios situados en Canillas.
El trabajo de la Policía Científica fue vital: identificaron todos los cuerpos en tiempo récord y proporcionaron con sus decenas de informes los elementos de peso para las condenas.
«Con casi 26.000 evidencias analizadas de todo tipo (huellas, ADN, ordenadores, manuscritos...) nos hubieran llevado a otro camino si hubiera habido otro camino, pero solo nos condujeron a la célula islamista», afirma el hoy excomisario general de Científica Pedro Mélida, policía condecorado y respetado, pero víctima como otros de las teorías de la conspiración. Tuvo que sentarse en el banquillo por la derivada conocida como caso del bórico, una de las delirantes invenciones que planeó en el post 11-M.
Aquella mañana, Mélida se enteró de la primera bomba nada más explotar. A las 8.30 ya estaba con un equipo en El Pozo. «No sabíamos cuántas víctimas había. Entonces teníamos la famosa circular 50 para atentados terroristas. Nada más llegar nos encontramos a un tedax corriendo y gritanto 'bomba, bomba', una de las que fue explosionada. En cada foco trabajó un grupo compuesto por dos equipos nuestros: uno de inspecciones oculares (encargados de narrar el hecho, levantar fotos y vídeos e ir recogiendo con los Tedax elementos que pudieran ser indicios) y otro que fue el responsable de los primeros pasos para la identificación de víctimas (tenían que individualizar cada cuerpo, fotografiar el lugar donde estaba, reseñarlo y sacarlo al andén para colocarlo en bolsas-sudarios con un número)».
La mochila de Vallecas
Pasadas dos décadas, Mélida mantiene la huella imborrable de la desolación, la crispación y la pena que flotaba en la estación de El Pozo, con 65 víctimas mortales. «Es el hecho más traumático de mi carrera». Lo dice, sin dudar, alguien que estuvo en el 23F y que tuvo que recoger los restos mutilados de decenas de asesinados por ETA. En noches de pesadilla aún vuelve el sonido atronador de cientos de móviles sonando incansables en aquel andén.
«Sobrecogían aquellos bolsos y mochilas tirados sin parar de pitar. No podíamos cogerlos: no teníamos tiempo, pero además qué le dices a un desconocido.''No sé si su hija o su padre está vivo o muerto'.
Junto a los cuerpos recogieron las pertenencias de los muertos con una delicadeza extrema. Solo si tenían la certeza de que eran suyas iban en esos sudarios. Un bolso cogido sobre el regazo, por ejemplo. En caso de duda, se apartaban. La orden era que los objetos sin dueño se llevaran a las comisarías de distrito, en el caso de El Pozo, a la de Vallecas adonde fue a parar la famosa mochila con una bomba.
Nada quedó sin analizar
Se elaboraron 130 informes del 11M. Hay de balística, de trazas, de acústica forense, ADN, huellas, químicos. Son la base científica del atentado.
Al mediodía llegó la instrucción de que todos los cadáveres se trasladaran al pabellón 6 de Ifema, el mayor mortuorio improvisado y montado en solo un par de horas. Allí se habilitaron tres zonas para trabajar, como detalla Mélida. En la primera, se colocaron seis u ocho mesas de autopsia, flanqueadas cada una por tres miembros del equipo forense y tres funcionarios de Policía Científica para apoyo, vídeos y fotos.
La segunda zona del pabellón 6 se habilitó para la identificación o reconocimiento de cuerpos y era donde llegaban los datos de los dos grupos creados: el antemortem y el postmortem, siguiendo el protocolo de Interpol. En el antemorten se completaron las fichas con información de nacionalidad, filiación, datos antropométricos, vestimenta, medidas, operaciones o datos odontológicos proporcionados por familiares con la sospecha de que su ser querido viajaba en alguno de los trenes. En el postmortem constaba el resultado de la autopsia, la necrorreseña, la muestra de ADN que se tomó a todos los cuerpos, fotos y vídeos, así como radiografías de la boca o de alguna parte del cuerpo realizadas in situ, si se apreciaban en la autopsia intervenciones quirúrgicas.
En la tercera estaban los cadáveres alineados a lo largo de todo el pabellón –con la misma numeración y posición– y fue donde se hizo el cotejo final. Casi ninguno de esos sudarios se abrió para los familiares. Solo en un par de casos.
Al llamado grupo de cotejo llegaban los dos expedientes (el antes y el después). La Policía montó un terminal en el que se recuperaban las imágenes del DNI de la persona junto con su huella dactilar y esas características vitales se cruzaban con las necrorreseñas obtenidas en las autopsias. «El 76,8 por ciento de los cuerpos se identificaron por dactilocospia a las 36 horas. El 12 de marzo alrededor de las diez de la noche cuando nos fuimos de Ifema ya estaban identificadas el 81 por ciento de las víctimas y entregados 155 cadáveres entre huellas y datos antropométricos», explica Mélida. Para entonces los funcionarios de Científica llevaban esas mismas horas sin moverse del lado de los cuerpos. «Yo fui un par de horas a casa a asearme esa tarde. Al ver a mi hija, me puse a llorar. Estaba viva, pero yo venía de tocar muerte y más muerte».
Se puso nombre y apellidos a la devastación en tiempo récord. «Solo quedaron a esas horas los pendientes de ADN y odontología que eran más complicados o no se había encontrado ese día la ficha». Esa noche los policías, con el agotamiento cabalgando en su espalda, vivieron un momento durísimo. Faltaban 36 cuerpos por saber quiénes eran. «Tuvimos que decirles a los familiares que se fueran a casa porque los cadáveres iban a ser trasladados al Anatómico. Reaccionaron mal, era su última esperanza». Aquella madrugada, los especialistas de ADN siguieron al pie del cañón. Igual que los siguientes días: en una semana todos estaban identificados, un hecho sin parangón a nivel mundial.
Se identificó a 44 personas, entre detenidos, fugados y algún inocente como el mecánico que tocó los papeles del coche de uno de los terroristas.
La segunda gran misión de la Policía Científica empezó con las inspecciones oculares. Hubo tres especialmente importantes: la de la Renault Kangoo hallada en Alcalá de Henares, que se inspeccionó el mismo día 11 a las tres de la tarde en Canillas. En ella se halló la cinta con versículos del Corán y los restos de explosivos y detonadores. Al día siguiente, la de la mochila con bomba desactivada en la comisaría de Vallecas donde encontraron el teléfono con la tarjeta que propicia la detención de cinco implicados esa misma tarde. Las tarjetas telefónicas llevaron a la finca de Morata de Tajuña y a sacar decenas de huellas y ADN de todos los terroristas que pasaron por allí.
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Hasta el 30 de agosto hicieron 79 inspecciones técnico-oculares, se revelaron más de 1.200 huellas con las que se logró identificar a 44 personas entre detenidos y fugados; se extrajeron 12 perfiles genéticos, incluidos los de los siete inmolados en Leganés, a otros ocho individuos se les puso nombre gracias al análisis de manuscritos. Realizaron 300 reportajes fotográficos, casi 100 en video, entre 25.000 y 30.000 composiciones de terroristas, retratos robot, estudios de acústica forense con las llamadas de Leganés, análisis balísticos, de trazas... Casi 130 informes con el sello de la Ciencia: el armazón de las condenas de los yihadistas que ennegrecieron el corazón de Madrid.
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