ROLAND GARROS 2012
Roland Garros, más allá del tenis
El torneo es mucho más que raquetas, un evento social que se llena con el glamour de los parisinos y en donde todo se paga
ENRIQUE YUNTA
París regala dos semanas de tenis, pero Roland Garros trasciende a las raquetas, convertido en un evento social que traslada el glamour de los parisinos más favorecidos al Bois de Boulogne. En las pistas hay batallas épicas, apasionantes en estos días reservados para ... los mejores. Fuera de ellas, miles de historias que contar, conciertos y actividades paralelas que hacen de este torneo algo muy especial. Un día en Roland Garros da para mucho.
Abren pronto las puertas, todavía perezosa la ciudad cuando llegan los primeros tenistas y avispados los reventas (hay a puñados) para engañar al despistado . En Roland Garros, la jornada comienza a las once durante la primera semana y se retrasa algo a partir de ya, pues cada vez quedan menos partidos. Sin embargo, las calles comerciales están llenas de vida y la gente disfruta de las ofertas. Hay para todos.
Roland Garros recibe al personal con un malabarista muy arriesgado que propone lo imposible. Miran los niños como si fuera magia, pero los mayores disfrutan tanto o incluso más . En la entrada, regresando a otros tiempos, los voluntarios ofrecen a grito pelado el diario oficial, “Quotidien, quotidien!!!”. Todo con acento muy francés, que para eso es París y estas palabras suenan mejor si se exclaman como es debido. Vale dos euros (gratis para los periodistas acreditados), aquí todo se paga.
Y además, bastante. Un botellín de agua, que durante los primeros días era imprescindible porque el mercurio estaba disparado (ahora hace algo de fresco, unos 14 grados), se paga a cuatro euros, que viene a ser el precio estándar para casi todo. Cuatro euros vale un gofre, cuatro euros un granizado , cuatro euros un helado (cinco si es de dos bolas) y cuatro euros un refresco. Ahora bien, si la intención es comer algo, hay que pagar bastante más. Perrito caliente y refresco, 7,5 euros. Lo mismo, pero con hamburguesa y patatas fritas (congeladas), 11,5. El personal, aquí, consume sin mirar el bolsillo.
Básicamente porque la tienda de productos oficiales siempre está llena y las cajas también . Una camiseta, blanca y con el logo del torneo, cuesta 35 euros. Un imán, ocho. Y un llavero, diez. Se vende de todo, desde pelotas conmemorativas hasta frascos con tierra de la pista central. Gemelos para las camisas, corbatas, libretas, bolígrafos, pulseras, pendientes... Roland Garros es un negocio por sí solo.
Entre la coqueta pista 1, llamada plaza de toros porque es redonda como un coso, y la Philippe Chatrier, la majestuosa central de París, está la plaza de los Mosqueteros , un homenaje a Rene Lacoste (fue tenista antes que cocodrilo), Jacques Brugnon, Henri Cochet y Jean Borotra. Es el punto neurálgico, el más emblemático, encuentro de muchas familias que se sientan ahí para comer.
Esa zona está repleta de stands y lo que más se vende son las pelotas gigantes para que alguna estrella deje su firma. Gente arriba y abajo, un no parar, un torneo en plena ebullición .
Se ve en cada esquina a grupos de recogepelotas ensayando porque la exigencia es máxima . Para convertirse en uno de los elegidos hay que pasar muchísimas pruebas y actúan con una profesionalidad asombrosa para ser niños. Principalmente porque han de atender a los mejores jugadores del mundo.
Hay, a la espalda de la Suzanne Lenglen, segunda central, una pista de tenis-playa que reclama la atención de la gente . Viene a ser como una de voleibol, pero con la red algo más baja y con medidas reducidas. Los raquetazos son tremendos y la bola vuela.
Todo espectáculo alrededor de las pistas, que ofrecen otra diversión. Roland Garros, que el año pasado tuvo una afluencia de 464.636 espectadores , es mucho más que tenis. Un día aquí es un regalo.
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