Qué fichaje aquel de...
Serge Alain Maguy, un marfileño desubicado
Se le recuerda como uno de las contrataciones más extravagantes de Jesús Gil. Conoció cuatro entrenadores en cuatro meses y se marchó sin pena ni gloria con solo ocho partidos disputados
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Iniciar sesiónAterrizó en Barajas en diciembre de 1993 con aspecto desorientado. Serge Alain Maguy, centrocampista de Costa de Marfil, llegaba al Atlético de Madrid como «el mejor jugador de África» y «patrimonio nacional» de su país. Lo anunció con estruendo Jesús Gil, que para entonces ya ... había convertido el despacho presidencial del Calderón en un teatro de asombros. Pero este guion parecía extraño incluso para los estándares del gilismo.
Maguy era un nombre que en Europa no sonaba, pero que en África, supuestamente, tenía condición de ídolo: campeón continental con Costa de Marfil en 1992, capitán de la selección y figura del Africa Sport. Allí era un símbolo. Aquí, apenas un prospecto en VHS. Gil decía que lo había visto en vídeo. «Tiene calidad, juega por todo el campo y marca goles», repetía con convicción. Cuenta la leyenda que Arrigo Sacchi y Fabio Capello habían pedido su fichaje para el Milan, pero que se les negó por razones de Estado. Y sin embargo, el Atleti sí lo logró.
Antes de volar a Madrid, el jugador viajó a su aldea natal para recibir la bendición de su familia, como dictaba la tradición. La prensa marfileña celebró el fichaje como un hito histórico: el primer jugador de ese país que pisaría la Liga española. Eran tiempos en los que solo podía haber tres extranjeros por plantilla, incluidos europeos. Un africano era una extravagancia suprema.
En Madrid, las redacciones no escondían su escepticismo. El golpe de efecto incluía un despliegue diplomático poco habitual: el propio Gil fue nombrado cónsul honorario de Costa de Marfil en Marbella.
Maguy medía 1,65 metros, tenía 23 años y se definía como «creador de juego». Decía estar «al nivel de Maradona» y que venía a triunfar. Católico practicante, amante del arroz con pollo y de la medicina naturista, Maguy pasaba frío en la capital, soñaba con traer a su novia y pasearla en el Peugeot 205 que le prestó el club colchonero. En su primer entrenamiento los aficionados cantaron «Maguy selección».
Debutó el 16 de enero en Vallecas, en una derrota ante el Rayo que le costó el puesto al entrenador Emilio Cruz. A partir de ahí, silencio. José Luis Romero lo mantuvo en el banquillo, elogió su capacidad para guardar el balón pero señaló su lento ritmo de adaptación. Luego llegaron Ovejero y D'Alessandro. Ninguno apostó por él. Jugó un total de ocho partidos, 470 minutos y ninguna explosión. Ni goles, ni asistencias, ni demasiado rastro. Para abril ya estaba de vuelta con su selección, guiando a los 'Elefantes' en la Copa de África.
Cuando regresó a Madrid, lo hizo con una entrevista explosiva: dijo que en España solo se jugaba «al patadón», que no le pasaban el balón y que el fútbol era más duro que en Francia. «Estoy obligado a seguir, pero puede ser que me vaya», deslizó. No volvió a vestirse de corto con la rojiblanca. Se marchó sin ruido.
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Años después, en entrevistas a medios marfileños, confesaría que no cobró ni un duro durante su estancia en el Atlético, aunque echaba la culpa al embajador de entonces. Dijo que le buscaron una casa inmensa y que su vecino era Julio Iglesias. Que Jesús Gil estaba loco. Que sus compañeros no le entendían y que él no comprendía el ritmo.
Su carrera no prosperó después: ASEC Mimosas en su país, Al-Qasidiyah saudí, Satellite FC en Guinea y, finalmente, el modesto Chenois suizo. Se retiró en 2005.
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