Psicología
Vergüenza ajena: ¿Por qué sentimos bochorno por los demás?
Este sentimiento aparece cuando vemos a otra persona en una situación que consideramos inadecuada y bochornosa

La vergüenza ajena es una cosa «muy nuestra», tanto, que buscarle una traducción es difícil. Lo más parecido que encontramos es la palabra alemana «fremdschämen», con una definición similar a nuestra «a lipori» , término con el mismo significado de lo que nosotros denominamos ... coloquialmente vergüenza ajena.
Es complicado no haber experimentado esta sensación nunca, aunque haya quienes no tengan cómo nombrarla. La vergüenza ajena es, tal como explica el psicólogo de ifeel, Rafael San Román, una sensación de incomodidad , inadecuación, pudor, rechazo y desaprobación que sentimos en primera persona ante un acto de otra persona que consideramos risible, deplorable o patético. Incluso va más allá: aunque la persona que está «quedando en evidencia» no pase vergüenza, nosotros podemos sentirla.
La psicóloga Laura Palomares, de Avance Psicólogos, apunta que el hecho de ser seres sociales influye en que demos mucha importancia al juicio de los demás. «La vergüenza ajena es la emoción que sentimos al imaginar o emular la vergüenza o miedo a ser juzgado del otro », dice. Por ello, de alguna manera, tenemos tan interiorizado el miedo al ridículo que podemos hasta asumir el de los demás.
«En general cualquier persona puede llegar a sentirla, pero lo hará según su umbral particular: cuantas más cosas haya en el mundo que considere que pueden ser patéticas o vergonzantes, con más frecuencia la sentirá; cuanto más liberal y compasiva sea una persona, menos la experimentará», comenta Rafael San Román. Asimismo, el profesional recuerda que la vergüenza no es una emoción «básica», sino muy cultural y aprendida, y por ello varía tanto la percepción de esta de una persona a otra.
Sentir alipori
Lo que hace «sentir alipori» algo tan especial es que, de alguna manera, nos apropiamos durante un raro de una emoción que no es nuestra. Laura Palomares explica que, cuando empatizamos se activan en nuestro cerebro zonas concretas –la corteza insular y el córtex del cíngulo anterior– cuya función es la de emular las sensaciones y emociones de los demás. Pero, aunque la empatía es un mecanismo que de alguna manera puede influir en esta emoción, debemos tener en cuenta otra cosa: nuestro propio ego. Comenta el psicólogo Rafael San Román que avergonzarnos por otros muchas veces sirve para proteger nuestro self , nuestra identidad. «Podemos pensar: "Si soy capaz de detectar en otros conductas patéticas, juzgarlas como tal y sentir incomodidad, entonces quiere decir que yo no soy como ellos"», apunta el profesional.
Por ello, Rafael San Román considera que debemos desligar la empatía con el sentimiento de vergüenza ajena, ya que lo único que tienen en común es que ambas experiencias aparecen con la activación de nuestro mundo emocional a partir de lo que le ocurre a otra persona. «Sentir vergüenza ajena hacia alguien nos aleja de esa persona, mientras que la empatía -por definición- nos acerca a ella y potencia que haya una buena relación», explica, aunque advierte que «tampoco hay que asimilar la vergüenza ajena a una burla».
Debemos distinguirla de la burla ya que la vergüenza es algo que vivimos en privado , y no hace falta verbalizar ni explicar que la experimentamos, mientras que la burla es una conducta, algo externo y perceptible. «Es algo que hacemos, no algo que sentimos: verbalmente humillamos a una persona».
Cómo influye la sociedad
Por último, Laura Palomares habla sobre la influencia que tiene el contexto y la sociedad en la que vivimos para que desarrolle más o menos la sensación de vergüenza. Comenta que una sociedad siempre impone unas normas, y cuando nos las saltamos, surge el «sentido del ridículo». «El sentido de ridículo por miedo a la opinión de los demás y la vergüenza ajena tienen que ver, se relacionan y es precisamente la preocupación por la imagen ante los demás, lo que genera el sentimiento de vergüenza ante el otro y por el otro», asevera.
«Cuanto más socializada está una persona, más miedo al ridículo presenta y mayor es su capacidad para sentir vergüenza ajena», dice la psicóloga y concluye: «En este sentido, una sociedad excesivamente pendiente de la imagen y muy rígida en sus cánones, puede llevar a preocuparnos de más por el qué dirán».
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