Petra por la puerta de atrás: 14 km hasta el Tesoro en una espectacular ruta de senderismo e historia
JORDANIA
Relato de un día que empieza en la Pequeña Petra, una zona de ocio y descanso en el tiempo de los nabateos, y termina en la soberbia tumba de la entrada de la ciudad
La cuna del cristianismo y la primera viajera y escritora española de la que hay noticia
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Iniciar sesiónA unos catorce kilómetros de donde estamos, junto al último hotel de Wadi Musa (Jordania), un día como hoy se detendrá un autobús, y otro más, bajarán unos centenares de turistas y, poco a poco, caminarán un par de kilómetros hasta el estrecho desfiladero ... que termina en el Tesoro, la estampa más famosa de esta maravilla del mundo. Para unos pocos ahí finalizará la excursión. Otros seguirán hasta el Monasterio, unos siete kilómetros en total desde el centro de visitantes.
El minibús en el que viaja un pequeño grupo de españoles se ha detenido mucho más allá, a unos catorce kilómetros al norte, en la Pequeña Petra, lo que pudo ser un suburbio de la capital nabatea hace más de 2.000 años, un barrio de bares y comercios en la ruta de caravanas que transportaban incienso y sedas entre Arabia, Egipto y Siria-Fenicia. Alrededor apenas se ven unos pocos turistas y media docena de puestos de souvenirs. Y, en frente, un cañón en el que se empieza a intuir la grandeza del yacimiento arqueológico.
En las paredes de estas montañas de arenisca, los nabateos excavaron grandes cisternas que formaban parte de un ingenioso y eficaz sistema de conducción de agua –mediante canalones tallados en la piedra– que les permitió resistir mucho tiempo las embestidas del imperio romano. Hay otras cuevas en las que los arqueólogos han identificado algo parecido a las barras de un bar, espacios donde debían descansar los nómadas beduinos. Y, alrededor, este primer cañón de la ruta lleno de orificios creados por el hombre –otros por el viento–, aprovechando la facilidad con la que puede perforarse esta roca sedimentaria.
En la Pequeña Petra comienza una de las rutas de senderismo e historia más espectaculares del planeta, desde aquí hasta el Tesoro y el centro de visitantes. Es uno de los tramos que forma parte de la sexta etapa del Jordan Trail, ruta inaugurada en 2017 que va desde Um Qais, en el norte, hasta Aqaba, en el sur. En total, ocho etapas y 40 días de caminata a lo largo de más de 675 kilómetros de senderos. La que va de la Pequeña Petra a su portada más famosa es la cuarta ruta de la sexta etapa.
La era de los nabateos
Petra fue levantada por los edomitas –descendientes de Esaú, el primogénito de Isaac, el hermano gemelo de Jacob– en el siglo VIII a. C. Pero su historia de verdad nació un par de siglos después con los nabateos, un pueblo del que se sabe poco pero que tuvo su época de mayor esplendor entre los siglos IV a. C. y I d. C. La zona declarada Patrimonio de la Humanidad en 1985 sería, en realidad, una ciudad funeraria construida a partir del siglo III a. C. Los nabateos vivirían en las afueras, quizá en jaimas, en lo que hoy es Wadi Musa, donde se enriquecieron por la buena situación de la ciudad en las rutas comerciales de la época. El Tesoro, un símbolo mundialmente conocido, sobre todo desde su aparición en 'Indiana Jones y la última cruzada' (1989), muestra el máximo esplendor de esa época y de esas cuevas-tumba.
Parada en Beidha
Cuando empezamos a caminar en la Pequeña Petra pronto se descubre la enormidad del lugar, que va mucho más allá del desfiladero y el Tesoro. En este punto apenas se intuye lo que queda por ver. La primera parada es en Beidha, una aldea neolítica que nos muestra cómo eran los primeros asentamientos del hombre hace 10.000 años, cuando descubrieron la agricultura. Este poblado estuvo habitado, según se cree, entre 8.500 y 5.500 a.C. Los arqueólogos han reconstruido esas casas a partir de las evidencias encontradas.
Desde aquí, hay dos opciones. A quien le asuste el paisaje árido que queda por delante, puede subirse a uno de los camiones de transporte que recorren el valle. Cuesta cinco dinares, algo menos de siete euros. Quien prefiera caminar disfrutará del valle de Araba y sus horizontes ocres. En un momento dado empieza la subida a una de las montañas de arenisca creadas hace mucho tiempo por el movimiento de placas tectónicas. Es larga, pero asequible, con miradores en los que no faltan tiendas o beduinos que ofrecen un té para repostar. Los burros trepan y descienden por las rocas con sorprendente agilidad, sin aparente miedo al vacío.
Hacia el Monasterio
El camino hacia el Monasterio –una portada tan impresionante como el Tesoro– daría para uno de esos vídeos que triunfan en estos tiempos. La piedra rosada, el desfiladero, las montañas de arenisca que aprietan la ruta, los burros que cargan con un turista o con mercancía, los puestos de souvenirs, los beduinos que se calientan las manos en una hoguera en una cueva, otro selfie en el caos. Una inolvidable caminata de montaña desde el norte. El Wadi Araba. La subida a la meseta de Ad Deir. La bajada zigzagueante. Y, de repente, el Monasterio.
El monumento tiene una fachada de 47 m de ancho y 48 de alto, con una sala detrás, y fue tallado directamente en la montaña a mediados del siglo I d.C. Como en el resto de las cuevas, no se han encontrado tumbas. Alrededor hay nichos de culto y cisternas. Justo enfrente, hay otro chiringuito con las mesas convenientemente situadas para sentarse y apreciar la belleza de la piedra tallada. Hay quien busca hasta un mirador más elevado. En toda Petra hay muchas de esas atalayas en las alturas, también en el Tesoro, con indicaciones del tipo: 'el mejor mirador del mundo'.
Las Tumbas Reales
Un poco más allá del Monasterio, al final de la bajada, hay un restaurante (bufé) en el que reponer fuerzas y comentar lo visto. Y, en seguida, la segunda parte de la caminata. Llega un espacio abierto, el centro de Petra. A la derecha, el Gran Templo (ciertamente, enorme, 7.560 m2 de superficie en tres niveles), construido quizá como una sala de recepción entre finales del siglo I a. C. y mediados del I d. C., y decorado con estuco policromado. A sus pies, una calzada romana. Y enfrente, a lo lejos, las Tumbas Reales, majestuosas, talladas en la ladera occidental del macizo rocoso Jabal al-Hubta.
Este sendero fue utilizado por moabitas, edomitas y amonitas… y por los nabateos, desde luego, con Petra como la joya de la corona, una necrópolis con cientos de cuevas y unas cuantas portadas talladas en la piedra, como reconocimiento al morador que las ocupaba tras su muerte. Para el turista que solo haya visto algunas fotos, la inmensidad del yacimiento emociona y hasta noquea. Esa sensación sobrevuela el grupo que hace esta ruta en todos los rincones: en el Monasterio que hemos dejado atrás, en el Tesoro, en la Calle de las Fachadas –ante nuestros ojos–, en ese anfiteatro excavado en la roca (como leen, peldaño a peldaño) del Jabal al-Madhbah en el que en su momento podían reunirse hasta ocho mil personas. Porque Petra era una ciudad de los muertos y también de los vivos, seguramente un activo centro de actividades culturales y sociales.
Durante varios siglos, del XV al XIX, nada se supo de esta fantástica ciudad antigua escondida en las montañas, hasta que, en 1812, fue redescubierta por el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt. A partir de ahí empezaron a llegar los viajeros occidentales. En 1985 fue declarada Patrimonio de la Humanidad, lo que significó el traslado de muchos habitantes de las cuevas al cercano pueblo de Umm Sayhoum.
Efecto wow
Lo que queda por ver es el momento cumbre. Hay quien recorre miles de kilómetros solo por esa bofetada de belleza. Para quien quiera disfrutar de ese instante con la mirada virgen, puede hacer un pequeño truco: pasar por la portada del Tesoro sin verla (venimos en dirección contraria a la multitud), sin mirar a la derecha y seguir hacia el Siq, la garganta, la falla en el macizo de arenisca. En un momento dado, daremos la vuelta, como si acabáramos de llegar, y de repente, el efecto 'wow'.
La deslumbrante fachada de Al-Khazneh (el Tesoro), resplandeciente al final de la grieta, está rodeada de un imponente paisaje rocoso que muchos se atreven a subir a pie para tener otra perspectiva de este rincón. Vista por aquí o por allá es una experiencia única y difícilmente igualable. Un mausoleo tallado en roca de 25 m de ancho por 39 de alto probablemente erigido durante la segunda mitad del reinado de Aretas IV (gobernó entre 9 a.C. y 40 d.C.). Desde aquí hasta la puerta de entrada oficial y el centro de visitantes hay más de un kilómetro. Allí están también las primeras casas (o las últimas) de Wadi Musa, la ciudad de Petra. El principio de la ruta habitual. Para nosotros, el punto final.
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