Catastrofismo climático y polarización: la tormenta perfecta contra la ciencia
El consenso científico sobre el cambio climático choca con un debate público intoxicado por mensajes apocalípticos
Tras el fuego, llega el agua: preocupación en España por las lluvias extremas en otoño
Mañueco pide «altura de miras» ante los incendios: «No es el momento de obtener réditos partidistas»
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEntre la comunidad científica existe un amplio consenso respecto al cambio climático: todos los datos, informes y estudios indican que nos encontramos ante un hecho indiscutible. Uno que no es nuevo, que ha ocurrido a lo largo de la historia, pero que ahora se ... da de manera más acelerada. Las discrepancias, que las hay, tienen que ver más con matices respecto a las causas o a las posibles medidas a tomar que con una fenómeno constatable.
La ciencia no es elucubración ni suposiciones: son evidencias. Los científicos trabajan con datos evaluables, con registros históricos, con análisis precisos y estudios minuciosos. Y la situación, nos dicen, es preocupante. Sin embargo, la percepción social no es tan unánime. Desde el escéptico descreído que niega la existencia del fenómeno al ecoansioso y ecodeprimido que se desgañita porque el planeta «está malito» y «vamos a morir todos», se despliega todo un abanico de opiniones, impresiones y convicciones, en ocasiones impermeables a todo argumento. ¿Qué ocurre entonces? ¿Y si el problema fuese de comunicación? ¿Y si el mensaje no está llegando a la población o no lo está haciendo de manera efectiva?
Ruido en las redes sociales
María José Sanz, directora del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3), tiene claro que hay varios problemas que abordar. Por un lado, el ruido en las redes sociales. «Los ciudadanos ahora se informan de manera distinta y muchos tienden a creer cualquier cosa que se publique. Se pone al mismo nivel de autoridad lo dicho por un científico, que apoya sus afirmaciones en datos y estudios, que la ocurrencia desinformada de cualquiera. Habría que recuperar la credibilidad del experto, pero eso pasa por una pedagogía para la responsabilidad en el consumo de información, no confiar en cualquier fuente».
El científico debe recuperar la autoridad en su campo a la hora de la divulgación, es cierto, pero no es tarea fácil en un momento en el que se combinan la influencia de las redes sociales en la conversación pública, donde cualquiera puede sentar cátedra sobre cualquier tema, con una evidente pérdida de confianza en las instituciones. Cuando, además, la bandera de la responsabilidad ambiental se deja en manos de activistas políticos, las Greta Thunberg de turno, y tremendistas mapas meteorológicos se tiñen de ardiente y alarmante rojo sangre para indicarnos unas temperaturas máximas no tan diferentes a las de años anteriores. Y aquí tendríamos otro de los problemas.
Alejandro Domínguez Bescansa, experto en comunicación estratégica e influencia digital, señala precisamente a la desconfianza institucional, junto con la división política y el entorno de polarización, como el caldo de cultivo perfecto para que las narrativas simplistas, que calan mucho mejor que los datos complejos, contribuyan a un crecimiento del negacionismo. «El cambio climático», apunta, «no se plantea como una conversación científica, sino que se ha convertido en un debate ideológico y político. Es necesario informar siendo divulgativos, pero también rigurosos, huyendo de un alarmismo que suele generar el efecto contrario al deseado. El del cambio climático debería ser un debate adulto en el que se pudiera comprender, al mismo tiempo, que hay evidencias científicas muy sólidas y también muchas consecuencias y factores que no se pueden prever con exactitud. Y no deberían ser iconos ni referentes personajes que, aunque influyentes, son a la vez polarizantes, y que utilizan únicamente datos y simplificaciones que confirmar su posición. Posturas tan ideologizadas expulsan del debate a una parte muy importante de la población«.
En esa injerencia ideológica hace hincapié Joan Estrany, director del RiscBal (Observatorio de Riesgos Naturales y Emergencias de las Islas Baleares), que señala el daño que hace a la credibilidad de la Ciencia la utilización partidista de su trabajo. «La ciencia», explica, «debería ser un terreno libre de toda politización. Es complicado hoy en día, con esta polarización extrema en la que nos encontramos, pero sería lo más sensato porque se trata de un debate científico, no ideológico, y no es en ese terreno en el que debe abordarse«.
Convertir la crisis climática en «arma política» solo genera desconfianza y rechazo social, alertan los expertos
«Las medidas de actuación que exige adoptar la situación actual», añade a esto su colega, María José Sanz, «no responden a criterios políticos o ideológicos. Son recomendaciones basadas en estudios que lo que buscan es revertir unos daños que nos afectan a todos, algunos de cuyos impactos ya están aquí, y prevenir otros. Hay que adaptarse y urge hacerlo. Pero nos perjudica mucho que los políticos traten de instrumentalizar nuestro trabajo. Sería deseable un gran pacto de Estado sobre la Ciencia, por responsabilidad social, y mantenerla ajena a toda injerencia política o ideológica. La ciencia no tiene ideología aunque los científicos, en su vida privada, la puedan tener como la tiene cualquiera«.
Un gran pacto de Estado en cuanto a la Ciencia, como terreno libre de injerencias políticas e ideológicas, y dotarla de los medios necesarios para trabajar sin trabas («más pendientes de dinero y plazos que del verdadero trabajo»). Es decir, un pacto serio, riguroso y consensuado, no la ocurrencia a vuela pluma y sin especificar detalles planteada, de manera oportunista y casi electoralista, que reclamaba el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su fugaz visita a las zonas afectadas por los recientes incendios (casi todos ellos provocados).
Sentimiento de culpa
Precisamente esa instrumentalización política del cambio climático en situaciones muy sensibles provocan el efecto contrario en la población: no sensibilizan sino que producen rechazo. «No se conecta así con la gente», confirma el experto, «haciéndola sentir culpable, en lugar de necesario y partícipe de la solución. Menos todavía si el mensaje lo lanzan gobernantes que son percibidos como elitistas y desconectados de los problemas de la calle, cuándo no hipócritas o interesados. Mensajes grandilocuentes como «el planeta está en peligro», por ejemplo, tienen una dimensión tan grande que nadie siente que realmente esté en su mano salvarlo. Sería mucho más efectivo mostrar datos de realidades locales, que conecten con las preocupaciones de la gente. Y, sobre todo, es crucial ser transparentes sobre las limitaciones de la ciencia para generar confianza. El ser humano convive mal con la incertidumbre, por eso a veces prefiere comprar relatos categóricos«.
Cambio climático como «arma política»
«Convertir esto en arma política es contraproducente», coincide Estrany, «tenemos que mejorar la forma de comunicar lo que ocurre. Es algo de lo que nos hemos dado cuenta nosotros y también la Comisión Europea. Por eso se desarrollan programas como el proyecto COALESCE, financiado con fondos europeos y que busca la excelencia en la comunicación científica y optimizar el acceso de la población al conocimiento científico, de manera que el discurso llegue intacto, libre de desinformación o fragmentación, y de forma eficaz. Somos conscientes de que el mensaje no está llegando como debe».
Los mensajes catastrofistas y la nula autoridad de los científicos impiden crear conciencia sobre el problema que sufre España
También Xavier Querol, investigador y director del grupo EGAR (Geoquímica Ambiental e Investigación Atmosférica) en IDAEA-CSIC, centra su crítica en la polarización actual: «La discusión es no técnica, en la técnica no hay discusión: en el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático), 4.000 científicos expertos, que son los que tienen herramientas para el cálculo, apuntaron claramente que el Cambio Climático es un hecho y que este es antrópico. Este extremismo político que nos perjudica tanto no siempre ha existido. Por dar un ejemplo: Ronald Reagan y Margaret Tatcher eran políticos conservadores, y fueron ellos los que impulsaron el protocolo de Motreal cuando se vio que el agujero de la capa de Ozono en la estratosfera se consumía y, gracias a ellos, junto con el doctor Mario Molina y el doctor Sherwood Rowland, los profesores que recibieron el Nobel en 1995, sobre el 2050 habremos terminado con ese problema. En aquel momento no se confundía la opción política con ser más o menos ambientalista como está ocurriendo ahora. Con esta polarización ideológica no se atiende a la ciencia. Y esto es muy difícil de revertir porque lo que tendría que cambiar primero es la situación política».
«Es necesaria», apunta Estrany, «una cultura del riesgo, que no tiene nada que ver con el alarmismo, sino con una consciencia de que hay un problema, pero también de que tenemos información muy valiosa, y medios que nos puede permitir prevenir y revertir. Pero hay que empezar por la responsabilidad de los propios políticos, que tienen que concienciarse de que esto es un problema de todos a solucionar y no una herramienta para atacar y desgastar al oponente». «La solución», concluye el experto en comunicación, «pasa por un gran pacto a nivel político y mediático, pero con el panorama actual esto parece inviable».
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete