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Crítica de Taxi a Gibraltar: Entre el peñón y el peñazo

«Ni siquiera el choque de clichés entre el taxista puñetero y el argentino atorrante da para más de un par de momentos divertidos»

Escena de Taxi a Gibraltar
Oti Rodríguez Marchante

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No se pueden decir grandes cosas de esta comedia en la que ni siquiera Dani Rovira , que es una caja de mixtos, encuentra su punto de ignición. La línea argumental no consigue traspasar los límites de la ocurrencia: un taxista antipático y gruñón (Rovira, en guerra con el mundo) y un expresidiario argentino charlatán y liante (Joaquín Furriel) viajan rumbo a Gibraltar para rescatar un supuesto cargamento de oro perdido en sus túneles desde la Segunda Guerra Mundial.

Los múltiples choques y malentendidos entre ellos, las peripecias del camino y del taxi a medio pagar, las constantes alusiones a su naturaleza de perdedores y «pringaos», el encuentro con un tercer personaje (Ingrid García Jonsson tampoco revela aquí sus mejores cualidades como chica de pueblo que escapa de su destino grisón)…, en fin, casi nada de todo esto logra apuntalar esa sutil diferencia entre el me tendría que reír y el en efecto me río.

Ni siquiera el choque de clichés entre el taxista puñetero y el argentino atorrante da para más de un par de momentos divertidos. Hay que decir en descargo de su director y guionista, Alejo Flah, que tampoco busca otra cosa que la ligereza, y que hace un repaso más bien trivial de las «problemáticas actuales», desde el taxi, a la precariedad económica, el Brexit o la situación gibraltareña.

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