'Buenos días, tristeza': así es el verano eterno de la juventud burguesa

Durga Chew-Bose reinterpreta en Filmin el clásico de Françoise Sagan, setenta años después de haber escandalizado a la Francia acomodada

Françoise Sagan, la escritora que se jugaba la vida entre Ferraris y Aston Martin

Lily McInerny en 'Buenos días, tristeza' Filmin

Carmen Burné

El 22 de agosto, Filmin estrena en exclusiva 'Bonjour Tristesse' ('Buenos días, tristeza'), el debut cinematográfico de la ensayista canadiense Durga Chew-Bose. La película, que llegará tras inaugurar el Atlàntida Mallorca Film Fest el 27 de julio y presentarse previamente en ... el Festival Internacional de Cine de Toronto, propone una relectura contemporánea de uno de los grandes clásicos literarios franceses del siglo XX.

Con Lily McInerny ('Nunca llueve en California'), Claes Bang ('The Square') y Chloë Sevigny ('Kids', 'Dogville') en el reparto, Chew-Bose se aparta deliberadamente de la adaptación canónica de Otto Preminger (1958) para construir un filme íntimo, contemplativo y cargado de atmósferas. Su mirada busca acercar la obra de Françoise Sagan a un espectador del siglo XXI, con una sensibilidad atenta a los afectos femeninos, los detalles autobiográficos y las texturas del verano mediterráneo.

La historia sigue a Cécile (Lily McInerny), una adolescente ingeniosa y provocadora que pasa las vacaciones junto a su padre, Raymond (Claes Bang), y la novia de éste, Elsa (Nailia Harzoune). La llegada de Anne (Chloë Sevigny), amiga de la difunta madre de Cécile, rompe la armonía de la casa de verano: su sobriedad y su deseo de ordenar las vidas ajenas amenazan con desestabilizar el universo despreocupado de la joven. Decidida a no perder su libertad ni su influencia sobre el padre, Cécile manipula los sentimientos de los demás, hasta provocar consecuencias irreparables. Detrás de esta historia -aparentemente ligera, bañada por el sol de la Costa Azul- late una disección implacable de los juegos de poder, el despertar sexual adolescente y la fragilidad de los afectos.

Lily McInerny y Claes Bang en 'Buenos días, tristeza' filmin

Françoise Sagan, la enfant terrible

Publicada en 1954, cuando su autora apenas tenía 18 años, 'Bonjour tristesse' fue un fenómeno literario inmediato. Su mezcla de frescura estilística y audacia temática descolocó a la crítica y escandalizó a la sociedad francesa. El Vaticano la prohibió por «inmoral», y varios países europeos censuraron su circulación, pero el éxito fue arrollador: la novela se convirtió en un emblema de la nueva juventud burguesa, entregada al hedonismo y a la indiferencia moral.

Françoise Sagan (nacida Françoise Quoirez en 1935) cultivó desde entonces una voz única: elegante y ligera en apariencia, pero atravesada por la melancolía. Su prosa, directa y transparente, retrató como pocas la tensión entre deseo y responsabilidad, libertad y desencanto. Obras como 'Una cierta sonrisa' (1956) o 'La capitulación' (1965) confirmaron su lugar en el canon contemporáneo.

Pero más allá de sus libros, Sagan fue también un personaje: amante de la velocidad, la noche, las fiestas y los excesos, encarnó la figura de la mujer independiente y libre en una Francia todavía marcada por la rigidez moral de la posguerra. Su aura de «enfant terrible» acompañó su trayectoria hasta su muerte en 2004, consolidándola como mito cultural.

De Preminger a Chew-Bose

La primera adaptación de la novela, dirigida por Otto Preminger en 1958 con Jean Seberg en el papel de Cécile, contribuyó a fijar la iconografía del personaje: juventud, insolencia y melancolía. Pero también impuso una mirada moralizante que, en parte, suavizaba la ambigüedad con que Sagan había retratado a su heroína.

Lily McInerny y Chloë Sevigny en 'Buenos días, tristeza' filmin

Durga Chew-Bose, en cambio, ha optado por apartarse de esa herencia. «Crecí leyendo y releyendo a Sagan, pero nunca intenté recrear la estética ni la estructura de Preminger. Quise realmente revisitar la novela desde mi propio prisma, escribir desde mi intuición y memoria«, ha declarado. Su versión traslada la acción al presente y concede un protagonismo renovado a los vínculos femeninos, alejándose de los clichés melodramáticos. Así, Elsa deja de ser un personaje superficial para convertirse en una bailarina profesional, segura y empática, íntima de Cécile. Y Anne, interpretada por Chloë Sevigny, aparece menos como la mujer madura y despechada que en versiones anteriores, y más como una figura compleja que oscila entre la autoridad y la vulnerabilidad.

No sorprende que la película se lea como prolongación de los ensayos de Chew-Bose ('Too Much and Not the Mood', 2017): fragmentaria, detallista, atenta a lo íntimo. La directora introduce incluso recuerdos propios -las siestas turbadas por pesadillas, el gesto de tumbarse entre abrigos en fiestas- como pequeñas grietas autobiográficas que se funden con la historia de Cécile. Una forma de «traducir» a Sagan no desde la fidelidad literal, sino desde la apropiación personal.

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